A veces, suceden cosas que, al contemplarlas, no hay más remedio que decir: ¿cómo se llegó a este momento? ¿Qué sucedió para que las personas comiencen a actuar de ese modo? No hay mayor grosería, dice Thomas Merton, que creernos la idea, de que podemos ser infieles a la vida, a la experiencia, al amor, al yo profundo, a Dios y, vamos a estar bien, no va a pasar nada que nos perjudique realmente. Toda traición al alma se paga de alguna forma. Cuando enjaulamos a un pájaro que nació y creció en libertad, así sea en una jaula de oro, él terminara muriendo por dos razones. La primera, porque va en contra de lo que él es. La segunda, porque es la forma de escapar de la prisión y de los que desean controlar su vida determinando como debe vivirla. A diario, en los talleres que realizó, veo lo insignificante que puede llegar a ser la vida para muchas personas. Algunos creen que no tienen nada que hacer por su bienestar; al contrario, si tienen alguna molestia o inconformidad, ésta se debe al egoísmo de los otros que no hacen nada ni se preocupan porque ellos estén bien. Las personas vuelven insignificante su vida, cuando creen que son los demás, nunca ellos, los que deben esforzarse por llenar sus vacíos. Cada vez que abandonamos el alma a la deriva, estamos evidenciando que, vivir nos importa poco y que amar no es algo que haga parte de la agenda de nuestro yo herido, lastimado y confundido.
Un califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe del que estaba encaprichado el jefe de una tribu, llamado Omah, que le ofreció un gran número de camellos a cambio; pero Al-Mamun no quería desprenderse del animal. Aquello encolerizó a Omah de tal manera que decidió hacerse con el caballo fraudulentamente. Sabiendo que Al-Mamun solía pasear con su caballo por un determinado camino, Omah se tendió junto a dicho camino disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Y como Al- Mamun era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital. Por desgracia, se lamentó el mendigo, llevo días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme. Entonces, Al-Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo montó en su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero, en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope, con Al-Mamun corriendo detrás de él para alcanzarlo y gritándole que se detuviera. Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y comenzó a hacer caracolear al caballo. ¡Está bien, me has robado el caballo!, gritó Al-Mamun, ¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte! ¿De qué se trata?, preguntó Omah también a gritos. ¡Que no cuentes a nadie cómo te hiciste con el caballo! ¿Y por qué no he de hacerlo? ¡Porque quizás un día puede haber un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y si la gente se ha enterado de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda! Uno de los mayores misterios de la vida, nos dice Henry Nouwen, consiste en aprender a acercarnos a las personas, no desde el contacto físico, sino desde aquello que nos une íntimamente. La presencia física ayuda mucho al encuentro pero, nada como la intimidad, como saborear lo que el otro significa, tanto cuando está presente como cuando está ausente. No hay mayor tesoro que sabernos amados cuando estamos rodeados de otros o cuando estamos solos con nosotros mismos. La vida tiene muchas formas para ser saboreada, experimentada. La que más enriquece, es aquella donde podemos celebrar la Presencia del que sabemos que, en todo momento, siempre nos ama. La vida interior es la fuente permanente de la verdad sobre nosotros mismos y, del amor que decimos albergar hacia el otro. Valdría la pena preguntarnos: ¿qué valor tiene traicionar el alma, cuando hacerlo, es la mayor fuente de sufrimientos y de angustias? ¿Qué valor tiene perder el alma, cuando al hacerlo, también perdemos el contacto con la Fuente de nuestra verdadera alegría? Toda infidelidad hacia el alma es un autocastigo, es la manifestación de la ira que tenemos con nosotros mismos. ¿Qué sentido tiene renunciar a nosotros mismos para ganarnos la aprobación de quienes, cuando no ya les interese, nos mirarán con desprecio y, nos dejarán solos con las miserias que hay dentro del corazón. ¿Qué importa una vida llena de comodidades, si como el pájaro que está en una jaula de oro, vemos que no podemos hacer aquello para lo que nacimos. El pájaro para volar en libertad y nosotros para ser lo que realmente somos. En el libro el peregrino ruso se encuentra el siguiente texto: “el Starets hizo la señal de la Cruz. Después tomo la palabra y dijo: Doy gracias a Dios por haberme amado, por haberme revelado que la atracción hacia la oración permanente no es un ejercicio en vano, tampoco vacío. En el llamado a la oración, Dios nos da a entender que no es la sabiduría de este mundo, tampoco el conocimiento, menos aún, la vanidad y el egoísmo, lo que nos conduce a la auténtica Luz. Contrario a todo esto, existe una verdad profunda. La simplicidad del corazón y la pobreza de espíritu, el deseo de poner nuestros dones al servicio del Señor, del amor, son el verdadero tesoro que debemos buscar, conservar y, en la medida de lo posible, multiplicar”. El único llamado que Dios nos hace, cada día, consiste en, vivir bajo el amparo de su Ley que es el Amor. No existe otra Ley para los que conocen a Dios que, amar y hacerlo, sin medida, con generosidad, poniendo todo el empeño en alcanzar la perfección en el amor. De ahí que, la recomendación de Jesús: permaneced en mi amor, como yo permanezco en el amor de Dios, sea sumamente relevante. Amamos cuando tenemos en gran estima nuestra alma y, en lugar de reprocharnos por lo que pudo ser y no fue, nos dedicamos a dar lo mejor de nosotros, para que nuestra vida, relaciones, trabajos y proyectos prosperen realmente. Solo el que permanece en el amor, da buenos y abundantes frutos. La verdadera fidelidad no es hacia los otros, sino hacia nosotros mismos. La Luz que andamos buscando afuera está dentro de nosotros. El amor que tanto ansiamos afuera, está dentro de nosotros. Es necesario ser humildes a la hora de reconocer nuestras infidelidades al alma. En lugar de llenarnos juicios y autocriticas, podemos aprender a mirar con amor nuestros desvaríos y, darnos cuenta que, aún en la noche el alma trabaja para cumplir su agenda. El alma nunca descansa porque ella sabe cuál es su verdadero destino y cuál es su auténtico propósito, y hasta no alcanzarlo, el alma sigue y sigue laborando, tejiendo, con cada experiencia, la grandeza de su destino. La grandeza del alma es su propia luz y, esta se encuentra siendo nosotros mismos, evitando dejar nuestra vida en manos de las expectativas ajenas. Dame, Señor, valentía para exponerme, flexibilidad para tambalearme y fortaleza para no caer. Dame, Señor, un corazón que se estire y una piel sensible, unos ojos despiertos y oídos atentos para no ser sordo a tu paso silencioso. Dame, Señor, sorpresas, muchas sorpresas, para que nunca me apoltrone en el cómodo sillón de mis inocuas seguridades. Y si algún día pienso que lo sé todo o creo hacer pie por los mares de mi alma, ponme de nuevo ante el abismo del no saber para que así recuerde, un día más, que eres el Dios de las sorpresas insondables (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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