El patrón llega de un viaje largo. Reúne a sus empleados y pide, a cada uno, un informe de la gestión que realizaron durante su ausencia. Uno de los empleados, dice que no hizo nada por miedo a la dura exigencia de su patrón. Esta explicación no convence al patrón, quien se enoja y pide que echen fuera a este trabajador inútil. Sabemos de antemano que, el trabajador tiene capacidades, talentos y, en otras ocasiones, ha mostrado un buen rendimiento; de lo contrario, el patrón no se atrevería a confiarle sus bienes. El empleado se convirtió en un sirviente del miedo, dejó a un lado las tareas propias de su alma. Queda en deuda consigo mismo y con la vida antes que, con el patrón. El miedo con sus dos sirvientes: el susurro y el letargo, es capaz de demonizar, escindir, la vida y al ser. Cada vida es una historia; es decir, hay una trama y unos personajes. En términos generales, el protagonista tiene una misión que, cuando la realiza, se convierte en héroe. Nuestra vida, por decirlo de alguna forma, puede ser representada por el símbolo del héroe. Cada uno de nosotros tiene una prueba que superar, una cima que alcanzar, un territorio que liberar o conquistar o una identidad que descubrir. Según sea nuestro compromiso, nuestro asentimiento a la vocación o propósito de nuestra vida, podemos llegar a convertirnos en héroes o en villanos. El héroe nace en el alma de aquel que, asintiendo a la vida, también decide enfrentar a los demonios que hay en ésta. A esta decisión se llega después de haber caído en el sueño de la inocencia o ingenuidad, en el fundamentalismo de algún tipo, en la evasión, en la racionalización o en el autoengaño.
Un Maestro decía: Desgraciadamente, es más fácil viajar que detenerse. Los discípulos quisieron saber por qué. Porque mientras viajas hacia una meta, puedes aferrarte a un sueño; pero cuando te detienes, tienes que hacer frente a la realidad. Pero entonces, ¿cómo vamos a poder cambiar si no tenemos metas ni sueños? preguntaron perplejos los discípulos. Para que un cambio sea real, tiene que darse sin pretenderlo. Maestro: ¡Haced frente a la realidad y, sin quererlo, se producirá el cambio! El miedo y sus demonios pertenecen a nuestra condición humana. En el paraíso, después de haber comido el fruto del árbol del conocimiento, Adán y Eva experimentan el miedo. “Y Adán respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del que yo te mandé no comieses?” El miedo nace cuando descubrimos nuestra desnudez; es decir, cuando tomamos consciencia de la vulnerabilidad que nos habita y, que de algún modo, intentamos esconder o disfrazar. Así, como el miedo pertenece a nuestra alma, también tenemos que afirmar que, el alma o nuestra misma naturaleza nos provee de una energía mayor al miedo y a sus servidores o secuaces. El héroe es la constelación de la energía psíquica que se dispone a traer luz a la vida venciendo la oscuridad que el miedo, el susurro y el letargo ciernen sobre el alma. En la mitología, el dragón simboliza el miedo devorador de la psique, de la vida, de todo aquello que puede destruirnos o hacernos esconder impidiendo que nuestra identidad, talentos y cualidades se revelen. El dragón aparece todos los días y nos muestra su disposición a devorarnos. Del mismo modo que existe el dragón, también existe el héroe. En el cristianismo, por ejemplo, el héroe está representado en san Jorge, el mata dragones. El miedo intenta mantenernos en la oscuridad, impedir que nuestra luz se manifieste. El dragón es la energía que nos quiere devorar, arrinconar, hacer que huyamos o evitemos cualquier contacto con el núcleo divino que hay en cada uno de nosotros. El héroe, en cambio, es la energía que nos pone en movimiento, que nos recuerda que nuestra luz está destinada a brillar y no a ser escondida. El héroe comprende que la vida solo tiene sentido si es vivida, no escondida. El héroe nos conecta con nuestra identidad. El dragón representa las expectativas de la tribu, de los padres, del afán de pertenecer y de tener un lugar en el mundo. Por esa razón, el dragón tiene tanta fuerza. El héroe, por su parte, nos recuerda que, estamos en la vida por voluntad de Dios y, en consecuencia, nuestra principal tarea es realizar la voluntad divina. Mientras que el dragón quiere dividir la psique para poderla dominar, el héroe en cambio, lucha por mantenerla unida, integra, al servicio de lo que es fundamental. El héroe es la consciencia, el principio de autoridad, que nos guía hacia el encuentro y hacia la fidelidad hacia nosotros mismos. El héroe es un servidor de la interioridad antes que, del mundo externo, de la ilusión, del autoengaño y la apariencia Una vez que, nos detenemos a revisar nuestra vida, a contemplar los pasos que hemos dado y la consciencia que nos ha guiado, podemos ser conscientes de quien ha sido nuestro Maestro: el miedo o la fidelidad a nosotros mismos que, también es fidelidad a Dios. No hay culpa en tener miedo. Si hay culpa en obedecer al miedo cuando somos conscientes de que estamos invitados a servir a Dios y no a las voces interiores que nos paralizan o a las que, nos conducen al letargo, a evadir la responsabilidad con nuestra alma, con nuestra psique. El héroe nos convoca al orden, a la disciplina y a la estructura. Está bien sentir miedo y, está mucho mejor, no dejarnos gobernar por él. Caminar en la verdad de nosotros mismos es la tarea que, en la mayoría de las veces, el alma tiene pendiente. Tarde o temprano, la vida nos conducirá a la necesidad de despojarnos de nuestras máscaras para obedecer la voz interior que, una y otra vez, deja sentir su susurro desde el corazón. El miedo nos impide ser y el amor, el héroe, nos llama a ser porque, cuando somos, Dios se manifiesta en el mundo. Nacimos para manifestar la Gloria de Dios y, esa tarea sólo es posible realizarla, cuando vivimos en coherencia con lo que realmente somos, en obediencia al amor divino que nos habita. Tú que eres amor, invádeme. Tú que eres Santo, santifícame. Tú que eres Fuente viva, sáciame. Tú que eres Entrega, utilízame. Tú que eres Presencia, utilízame. Tú que eres presencia, envuélveme. Tú que eres Plenitud, lléname. Tú que eres Centro, céntrame en ti. Rebósame de Ti y muéstrame tu rostro. Hazme capacidad. Hazme silencio. Hazme tú (Rezandovoy) Francisco Carmona
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