Desde la primera constelación que hice, el 12 de junio de 2005, hasta la última, 11 de junio de 2024, he visto que en ellas se trata de acoger lo que un día fue separado de nuestra vida porque, en un momento determinado, quisimos ser aceptados, pertenecer o, porque el dolor fue tan intenso que no tuvimos más remedio que disociarnos para sobrevivir. Aquello que fue separado o aislado del alma, mantiene el anhelo del regreso, espera volver a tomar su lugar algún día. Así que, mientras haya partes de nuestra alma o de nuestro ser que sean rechazadas, éstas terminarán siendo las que tengan mayor poder sobre nosotros. Lo que fue excluido sigue estando presente en nosotros a través de la repetición de ciertas dinámicas dolorosas que se presentan en nuestra vida. Un soldado pudo regresar a casa después de haber combatido en la guerra de Vietnam. Cuando llegó a San Francisco llamó por teléfono a sus padres. Mamá, papá, voy de regreso a casa, pero os tengo que pedir un favor: traigo a un amigo que me gustaría que se quedara con nosotros. Claro, le contestaron. Nos encantará conocerlo. Hay algo que debéis saber —el hijo siguió explicando—: él fue herido en la guerra. Pisó una mina y perdió un brazo y una pierna. No tiene a dónde ir y quiero que se venga a casa a vivir con nosotros. Siento mucho escuchar eso, hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar donde se pueda quedar. ¡No! Yo quiero que viva con nosotros. Hijo, le dijo el padre, , tú no sabes lo que estás pidiendo. Nosotros tenemos nuestras propias vidas y alguien tan limitado físicamente puede ser un gran peso para todos. Yo pienso que deberías regresar a casa y olvidarte de esta persona. Él encontrará una manera en la que pueda vivir solo. El hijo colgó el teléfono. Unos cuantos días después, recibieron una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo se había caído de un edificio y había muerto. La policía creía que se trataba de un suicidio. Los padres, destrozados por la noticia, volaron a San Francisco y fueron llevados a la morgue de la ciudad para identificar el cadáver. Ellos lo reconocieron y, para su horror, descubrieron algo que no sabían: su hijo tan sólo tenía un brazo y una pierna.
A través de las constelaciones, he aprendido que el lenguaje de la vida son las necesidades que habitan en el alma. Esas necesidades sólo se satisfacen en la interacción con otros; es decir, que el alma se nutre en los vínculos. Los seres humanos para mantenernos humanos necesitamos de la conexión con nuestros semejantes. Sin conexión, la vida se pierde y el alma enferma. La forma como se da esa conexión es fundamental para que la vida no solo tenga sentido sino también propósito. En un ejercicio de constelaciones, Yishai Gaster quiso explorar las relaciones entre las constelaciones y la cultura zulú. Cuando le preguntaron al representante de Bert Hellinger: ¿De qué trata este trabajo?, éste respondió: “se trata del profundo anhelo de volver a casa y ser plenamente aceptado por tu familia de origen. Todo sobre este trabajo es acerca de volver a casa y ser aceptado por él. Llegas a casa, a tu cuerpo, tus sentimientos, tu creatividad, tu imaginación, tus hermanos, tus padres, tu cultura, tus raíces, etc. Otros miembros del sistema que fueron desconectados son traídos de vuelta a casa, otros elementos del sistema que fueron separados pueden volver a casa por fin, los muertos olvidados y aquellos que han perdido su camino pueden volver a casa ¡De esto se trata este trabajo! ” A leer esto, pienso en las familias donde los miembros, movidos por una fuerza extraña y ciega al espíritu de familia se pelean, se creen con mayores derechos sobre los demás o se otorgan el derecho de decidir quiénes pueden cuidar, visitar y acompañar a sus padres y quiénes no pueden hacer éstas cosas. Cuando estas cosas comienzan a darse, la desconexión con el alma familiar, primero, y con el alma individual, después, se comienza a hacer evidente. Solo donde hay desconexión se pueden dar dinámicas difíciles al interior de las relaciones. La desconexión también nos dice que perdimos el propósito de la vida y nuestra identidad no sólo está en crisis sino que se está diluyendo. En la desconexión también se revela la lucha interna que estamos librando con la historia personal. Quien mantiene un rechazo permanente a su historia personal y un reclamo constante hacia sus padres mantiene aferrado al dolor y a todo aquello que le cuesta tomar tanto de sus padres como de sus hermanos. Donde hay una batalla interna, la persona que la sostiene mantiene una tensión muy grande que, poco a poco, la va paralizando y, sus proyectos van diluyéndose lentamente. La reconciliación es, pues, el camino que nos queda para reencontrarnos con nosotros mismos y con todo lo que la vida puede ofrecernos. El trabajo de constelaciones consiste en permitir que todo lo que fue excluido, separado de nuestra consciencia, regrese y tome el lugar que le corresponde tanto dentro del sistema familiar como del sistema psíquico interno. Yishai Gaster escribe: “A veces, nos desconectamos de nuestra familia, de nuestra sociedad. A veces, excluimos severamente nuestra fuente de vida, lo que nos hizo posible. Excluimos la sociedad que nos sostiene y provee. Y en esa desconexión quedamos, paradójicamente, autoexcluidos, como peregrino errante que no encuentra su casa”. El dolor manifestado en rencor, ira, vergüenza, etc., es la expresión del estado errante en el que se encuentra el alma y la forma como se está experimentando a sí misma. A través de las constelaciones familiares, nos esforzamos en que recobren su lugar, todos aquellos que han sido excluidos y, en reconciliarnos con aquellas partes de nuestro ser que al ser rechazadas, se convirtieron en sombra y, en el lado oscuro de nuestra personalidad, arrastrándonos hacia el mal. Si todo recobra su lugar, el que le pertenece, es muy posible también, que el alma encuentre el camino y, que aquello que anhelamos y buscamos comience a hacer parte de la cotidianidad de la vida. Donde las conexiones vuelven a ser posibles, el alma encuentra el alimento adecuado y el ser recupera la identidad que, por estar batallando contra nosotros mismos, le fuimos arrebatando. Donde hay paz, la divinidad está presente y actuando, revelándose. Mi equipaje será ligero, para poder avanzar rápido. Tendré que dejar tras de mí la carga inútil: las dudas que paralizan y no me dejan moverme. Los temores que me impiden saltar al vacío contigo. Las cosas que me encadenan y me aseguran. Tendré que dejar tras de mí el espejo de mí mismo, el yo como únicas gafas, mi palabra ruidosa. Y llevaré todo aquello que no pesa: Muchos nombres con su historia, mil rostros en el recuerdo, la vida en el horizonte, proyectos para el camino. Valor si tú me lo das, amor que cura y no exige. Tú como guía y maestro, y una oración que te haga presente: A ti, Señor, levanto mi alma, en ti confío, no me dejes. Enséñame tu camino. Mira mi esfuerzo. Perdona mis faltas. Ilumina mi vida, porque espero en ti (José María R. Olaizola, SJ)Francisco Carmona
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