En la medida que, nos conocemos a nosotros mismos, también vamos conociendo a Dios. Vernos liberados de los autoengaños en los que nos atrapa el sufrimiento sirve para que aprendamos a ver a Dios como realmente es. Cuando somos, dejamos a Dios ser. A Dios, lo experimentamos en la medida que, vamos teniendo consciencia real sobre quienes somos, a qué estamos llamados, cuál es el verdadero propósito de nuestra vida. Escribe Thomas Merton: “¿Qué soy yo? Yo mismo soy una palabra pronunciada por Dios. ¿Puede decir Dios algo que no tenga ningún sentido?” Jesús sube a una montaña. Una multitud lo rodea. Al verlos y contemplar sus rostros, empieza a proclamar el camino que nos conduce hacia la felicidad. En cada bienaventuranza podemos contemplar los corazones rotos y desfigurados de cada uno de los oyentes. Seguramente, entre los que estaban rodeando a Jesús, había personas que, lloraban y se lamentaban de sus infortunios, también estaban los que en su corazón guardaban resentimiento, desesperanza, dolor, humillación, persecución, etc. A cada uno, Jesús le anuncia: todo sufrimiento llega a su fin cuando se abren las puertas del corazón a Dios, a la verdad sobre sí mismos y al amor.
Carmen Cesma, psicóloga, escribe: “Hay momentos en los que nos sentimos rotos por dentro. La decepción de una persona querida, hacer daño a alguien querido, promesas no cumplidas, una ruptura de pareja, un amor imposible… De repente todo tu mundo se viene encima. No hay salida. Te sientes terriblemente mal. El dolor que has provocado o te han hecho es irreparable. Lo sucedido entra en lucha con tus creencias, valores, lo que creías de ti mismo, tus sentimientos, lo que creías de la otra persona, sus sentimientos…Parece que ahora nada tiene sentido. Tu vida se queda sin sentido. No tienes energía para continuar. No hay esperanza. Sin embargo, te das cuenta que la vida continua contigo o sin ti. Y algo dentro de ti te impulsa a continuar porque a pesar de todo sigues viviendo. Sabes por experiencia que volverás a sentirte mejor. Volverás a estar bien de nuevo. Volverá la esperanza y el sentido. Las lecciones que nos da la vida pueden ser desgarradoras. Pero también pueden hacernos más fuertes y capaces para lidiar con los problemas. Utiliza esa ruptura para crecer como persona y sentirte mejor contigo mismo y más feliz en el futuro”. Aferrarnos al pasado también significa someternos a la tiranía de la repetición. Mientras mantenemos el pasado frente a nosotros, las cosas permanecen iguales y vamos caminando por la vida con unos zapatos que nos resultan sumamente estrechos. El pasado nos ancla en el dolor y nos impide una visión clara de las cosas. El presente nos permite darnos cuenta de que, nada de lo ocurrido ha sido en vano. Cada experiencia tiene su lugar en el camino de la realización de nuestra vocación, de nuestro destino. La vida nos va permitiendo atravesar las experiencias que, de una forma u otra, van a ir forjando nuestro carácter, una fuerza necesaria para ir hacia el destino. Cuando aprendemos a estar presentes, la creatividad tiene espacio para manifestarse. Experimentar el amor verdadero sigue siendo todavía una de las fuentes primarias del sufrimiento del alma. Según Erich Fromm, el amor nunca se encuentra, el amor se construye. A medida que vamos adentrándonos en las relaciones y, lo vamos haciendo con generosidad, vamos conociendo el amor y conectando con él. Todo lo que es verdadero en el amor se cuece dentro de una relación, nunca al margen de ella. Encontrar el amor verdadero está ligado, sin lugar a duda, a la propia disposición para amar antes que, buscar ser amado. El amor se nutre de la generosidad; es decir, de la capacidad de ofrecer algo más de lo que se anhela recibir. Jesús propone, en el discurso de las bienaventuranzas, una vida en sintonía consigo mismo antes que, con el dolor. Las bienaventuranzas desafían la lógica del mundo. La felicidad verdadera no se encuentra en la hostilidad, en la venganza, en la ira, en el resentimiento, en el acaparamiento. La verdadera felicidad se encuentra en la compasión, en la pureza del corazón, en la búsqueda de la paz, en la reconciliación y en la búsqueda constante de la voluntad divina. Estamos atravesando un momento muy particular donde la búsqueda de la felicidad, como dice Byung, se convirtió en una nueva forma de esclavitud. Ante la amenaza de desconexión del ser que enfrenta la cultura actual, las bienaventuranzas nos proponen un camino de acogida para que sea la autenticidad y no la inautenticidad quien marque el rumbo de nuestra existencia. Las bienaventuranzas invitan a acoger a Dios. No son las creencias las que nos salvan sino la capacidad de experimentar y gozar de la entrega amorosa de la propia vida. La fe nos conduce al contacto con nuestro ser interior. Cuando estamos en contacto con nosotros mismos, logramos tomar distancia de las experiencias y de los recuerdos que desfiguran nuestra existencia. En un mundo roto y profundamente herido, las bienaventuranzas nos proponen un camino que va de la acogida del dolor y del sufrimiento a la entrega gozosa de los buenos frutos que, lo vivido dejó en nuestra alma. Bienaventurado es aquel que sabe transformar sus heridas en fuente inagotable de amor y de entrega. Recordemos que, el mejor servicio que podemos prestar es el fruto de nuestro crecimiento interior. Yo vi un puente cordial tenderse generoso de una roca erizada a otra erizada roca, sobre un abismo negro, profundo y misterioso que se abría en la tierra como una inmensa roca. Yo vi otro puente bueno unir las dos orillas de un río turbio y hondo, cuyas aguas cambiantes arrastraban con furia las frágiles barquillas que chocaban rompiéndose en las rocas distantes. Yo vi también tendido otro elevado puente que casi se ocultaba entre nubes hurañas... ¡Y su dorso armonioso unía triunfalmente, en un glorioso gesto, dos cumbres de montañas!... Puentes, puentes cordiales... Vuestra curva atrevida une rocas, montañas, riberas sin temor... ¡Y que aun sobre el abismo tan hondo de la vida, para todas las almas no haya un puente de amor...! (Dulce María Loynaz)Francisco Carmona
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