Cada uno de nosotros está sometido, en términos generales, al miedo. Cuando el miedo nos desborda, también nos desconecta de nosotros mismos y, nos impide vivir desde nuestro centro más profundo. El miedo, en términos generales, da origen a dos experiencias de vulnerabilidad existencial: el miedo al agobio y el miedo al abandono. Ante el miedo, el Yo siempre reacciona creando estrategias defensivas o de sobrevivencia. Cuando el Yo está fuerte, porque experimenta que se puede confiar en la vida y, en lo que hace parte de ella, el miedo pierde poder y control sobre el alma. Nasrudin se fue a comprar un asno. La feria de los asnos estaba en su momento álgido entre una multitud de campesinos. En medio del barullo reinante, le oyó afirmar a uno que allí no había más que burros y campesinos. Nada más ¿Eres campesino tú también?, le preguntó Nasrudin. ¿Yo? No … ¡Entonces, no me digas más!, ironizó Nasrudin.
El miedo aparece en nuestra vida como una alerta ante una amenaza. En esta sentido, el miedo nos protege. El miedo puede ser real o imaginario. Es decir que, las amenazas pueden ser reales o el resultado de nuestra ansiedad, angustia o, simplemente, del afán de sentirnos amados. El miedo crea desorden en nuestra vida, cuando ante una experiencia dificil, dejamos que sean las falsas percepciones de la vida y de nosotros mismos, las que terminen imponiendose y dirigiendo nuestras decisiones, actitudes y acciones. El miedo que nos paraliza tiene su origen en la resistencia que, cada uno ha puesto de manifiesto, ante la propia vulnerabilidad. El miedo como respuesta a la vulnerabilidad existencial termina creando dos experiencias en el alma: el agobio y el miedo al abandono. Cualquiera de estas dos vivencias termina dando vida a diferentes estrategias de sobrevivencia. Solo cuando nos atrevemos a abrazar nuestra vulnerabilidad y a confiar en Algo más podemos experimentar que, cuando somos débiles, también somos fuertes. La debilidad no proviene de nuestra condición sino de la resistencia a reconocernos, a aceptarnos y a dejar que Dios actúe. El hombre que lucho durante 38 años con su parálisis, según el evangelio de Juan, salió de ella cuando confio en la palabras de Jesús: “¡Toma tu camilla y vete a tú casa!” Tanto el miedo al agobio como el miedo al abandono traen consigo un mensaje que, al ser recibido y custodiado por nuestras emociones, los perros guardianes de nuestro interior, hacen que se conviertan en nuestro tesoro hasta el día que, en lugar de estar buscando las respuestas afuera, decidimos volver a nuestro corazón. Para la psicología proofunda, la claridad que necesitamos, para avanzar confiadamente en la vida, se alcanza mirando hacia nuestro interior, hacia lo que guarda nuestro corazón y, hacia lo que es custodiado por nuestras estrategias de sobreviviencia. El miedo al agobio trae el siguiente mensaje: “¡El mundo es grande, Tú eres pequeño!; ¡el mundo es poderoso, Tú no lo eres!” Ante este mensaje, empezamos a desarrollar el complejo de poder. Remi Zunino, compositor francés que dedica su vida a impulsar a las personas para que superen su complejo de poder, lo define el con las siguientes palabras: “El complejo de poder es un término utilizado para describir los sentimientos de ansiedad, duda o incomodidad que una persona puede experimentar cuando se enfrenta a situaciones que implican el ejercicio de la autoridad o la toma de decisiones influyentes. Este complejo puede manifestarse de varias maneras, incluyendo el miedo al fracaso, la incapacidad de asumir responsabilidades de liderazgo, o la vacilación a usar la autoridad de manera apropiada”. Las estrategias de sobrevivencia que desarrollamos ante el agobio están direccionadas a la evitación, la huida o, la represión del ser. Cuando sucumbimos ante este complejo, vivimos acomodados, sin esforzarnos demasiado. El miedo al abandono trae consigo el siguiente mensaje: “!Tú eres, lo que yo hice de Ti; sin mí, nade lo que que tienes, habría sido posible!” Las estrategias de sobrevivencia que desarrollamos en esta experiencia están orientadas al control, a la búsqueda afanosa de conexión y un deseo que, puede llegar a ser desmedido, de tranquilidad. Bajo el dominio del miedo al abandono desarrollamos patrones de dependencia afectiva, autosabotaje o dominación narcisista. Nadie niega que el anhelo de conexión, no sólo sea necesario, sino también que es sano para el crecimiento del alma dentro del orden. La psicologia profunda enseña que, nuestra visión de las cosas, de la vida, se aclarará cuando, en lugar de mirar hacia fuera, dirigimas la atención hacia nuestro corazón, hacia el interior. La humildad es la condición esencial para cultivar la vida interior. Sin el deseo de acoger la verdad que nos habita, es muy dificil tener claridad sobre lo que nos condiciona, influye e inspira a decidir, actuar y relacionarnos como venimos haciendolo. Podemos ser conscientes de muchas cosas de nuestra vida pero, sin humildad, fácilmente esta consciencia termina convirtiéndose en autojustificación, manipulacion y control. La humildad exige el deseo de caminar en la verdad. Que no nos dé miedo encontrarte en el amigo, en el pobre y también en el desconocido. Que no nos dé miedo hablar de ti, con obras, y, por supuesto, con palabras, porque tú nunca te avergüenzas de nosotros. Que no nos dé miedo hallarte en la tradición, en el presente, y en el futuro que aún está por llegar. Que no nos dé miedo rezarte, por nosotros, por otros, y por lo de más allá. Que no nos dé miedo seguirte en las fronteras del mundo, en las encrucijadas de la Iglesia, y en los rincones de nuestra realidad. Que no nos dé miedo buscarte en las noches más oscuras, en la claridad del camino y en las decisiones que nos van a inquietar. Que no nos dé miedo agradecerte por lo que somos y lo que seremos, por la fe y el amor que nos regalas, y por la vida y la familia que Tú nos das (Alvaro Lobo sj) Francisco Carmona
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