En la relación del niño con los adultos, éste tiene que hacer una serie de adaptaciones para conquistar el amor de sus padres y cuidadores. Cada adaptación le confirma al niño que está tomando el camino correcto para pertenecer, ser valorado, tener un lugar, ser abrazado, protegido, visto, etc. Con el paso del tiempo, estas adaptaciones comienzan a pasar factura. El Yo, con el paso del tiempo, paso de ser auténtico a falso, de sólido a timorato. Así, es como nos vamos convirtiendo en meros espectadores de nuestra vida, que pueden llegar a estar dispuestos, incluso, a soportar la calamidad. Naira siempre se caía al suelo. Cada vez que, en el patio, los niños jugaban, terminaba tropezándose con alguna baldosa y raspándose las rodillas o doblándose un pie. Todo el mundo sabía ya desde el comienzo de la jornada escolar, a las nueve de la mañana, que la niña terminaría con alguna herida aquel día. Siempre estás en el suelo, le recriminaba su monitor. ¡Profe! ¡Naira ya se ha caído otra vez! avisaban a gritos los niños a la profesora de turno de vigilancia en el recreo. Entonces llegó Luna. Luna sustituyó al monitor. Abril fue muy lluvioso, y a Luna le gustaba plantear a los alumnos problemas de lógica y adivinanzas los días de lluvia, que resolvían juntos aunando ingenio de cada niño, formando un equipo. Durante los enigmas, descubrió que una de las alumnas era muy buena en matemáticas, pero también descubrió, tras fijar su atención en ella, que nadie reparaba en ello porque todo el mundo la tachaba de patosa e inestable. La respuesta a cómo era Naira era siempre la misma: la que siempre se cae. Al finalizar el curso, Luna decidió hacer una sesión de Quién es quién. El niño elegido recibía escrito en un papel el nombre de otro. El elegido debía destacar algo de ese niño, algo que lo identificara mucho, y los demás debían adivinar quién era a través de la pista. Llegó el turno de Tomi. Luna eligió un nombre para que lo describiera. “Naira”, escribió. Dobló el papel. Tomi se acercó a la mesa, lo recogió y, sin que nadie pudiera ver lo que había escrito en él, leyó el nombre para sí. Rápidamente dijo en voz alta: ¡Es la mejor en matemáticas! Los otros niños comenzaron a mirarse entre sí con excitación, y muchos se adelantaron a dar el veredicto antes de levantar la mano para pedir turno. Naira asintió sonriente cuando sus compañeros pronunciaron su nombre con unanimidad, corroborando la verdad. Aquel año, nadie supo por qué, dejó de caerse al suelo.
En los evangelios hay algo que llama profundamente la atención: Todo el que está enfermo, una vez que esta frente a Jesús y, acoge su Palabra: “tus pecados están perdonados, vete a tu casa que tu fe te ha salvado, toma tú camilla”, sana. Su realidad exterior cambia porque en el interior, las palabras que enferman: no vales, eres un don nadie, quien te va a creer, son sustituidas por aquellas que provienen de un corazón centrado en el amor de Dios. Cuando las aguas vivas del amor de Dios, tocan las orillas de nuestra tierra seca, herida y necesitada de amor, sucede el milagro de la transformación. Las adaptaciones que el niño hace en su vida permanecen en él convirtiéndose en los guías de su vida, de sus decisiones y de sus proyectos. El Ego timorato, el que se ha sometido a la adaptación, actúa, decide y se relaciona desde el temor antes que, desde el amor. No es nada extraño que Naira no se vuelva a caer una vez que, obtiene un reconocimiento diferente al que estaba acostumbrada. Al final, tenemos que reconocer que, el deseo de sentirnos amados y de amar, puede llevarnos a tomar rutas que, muchas veces, traen mucha incomodidad y representan una carga enorme de sacrificio y sufrimiento. Una vez que nos adentramos en la vida, que cruzamos el umbral de la juventud, las adaptaciones se vuelven cargas pesadas y, tanto el alma como el ser, gritan pidiendo libertad, que los dejen ser. Esa voz que nos reclama, tiene el acento del niño (a) que se abandonó a sí mismo para ir a buscar la aprobación, la aceptación, el amor afuera. Algunos, al escuchar esa voz, entran en la desesperación y caen en la ansiedad. Otros, huyen de ella y buscan en la adicción una estrategia para silenciarla. Algunos más creen que, lo que necesitan es amor y caen en el desenfreno sexual. Quienes prestan cuidadosamente atención, se dan cuenta que, es hora de volver al encuentro consigo mismos, a la integración de su ser y a la acogida amorosa de lo que un día rechazamos, creyendo que así, éramos mejores y, en realidad, fuimos cada vez menos nosotros. Cuando el fracaso hace parte del horizonte cotidiano de nuestra vida y, amenaza con llegar a convertirse en nuestro guión de vida, es hora de volver a la conexión con el alma y con el ser, otorgándonos el perdón por la infidelidad hacia nosotros mismos y dándonos el permiso de regresar a nuestra casa, a nuestra identidad, sabiendo que, el camino ahora de regreso estará oscuro, porque llevamos mucho tiempo sin transitarlo y, es posible que ya no seamos capaces de reconocerlo. Aunque al principio puede haber temor y angustia; a medida que, avanzamos, la confianza irá retornando a nosotros y la alegría comenzará a agitar el corazón. No hay nada que dé más alegría que volver al lugar donde siempre hemos sido nosotros. En todo este proceso, es de suma importancia reconocer, aceptar, acoger y perdonarnos por todas las estrategias de sobrevivencia que construimos a partir del miedo a no pertenecer, a no tener un buen lugar dentro del sistema en el que nacimos y al que, desde el principio, siempre hemos pertenecido, aunque las distorsiones de la realidad, nos hagan creer lo contrario. James Hollis nos enseña que, el miedo nunca es nuestro enemigo, se convierte en uno cuando el afán de pertenecer crea desorden en nuestro interior porque empezamos a sentirnos desvalidos e impotentes. Curiosamente, el miedo es una estrategia de sobrevivencia ante la percepción la realidad como algo que no sólo nos supera sino que también, nos desborda. En la medida que, nos hacemos cargo de la vida, el miedo tiende a disminuir. Los que son sanados por Jesús acogen sus palabras en el corazón y permiten que ellas no solo entren sino que habiten, se enraícen, crezcan y den fruto abundante. Para que esto suceda, es de suma importancia aprender a meditar y a guardar en el corazón, como María, las palabras que nos dan vida, porque éstas son capaces de desplazar amorosamente, aquellas palabras de muerte que escuchamos o nos dijimos a nosotros mismos, en algún momento de la vida. Al respecto, nos dice Thomas Merton: “La mirada del contemplativo, tan necesaria hoy: "Si queremos reunir lo que está separado, podemos hacerlo imponiendo una división sobre la otra o absorbiendo una división en la otra. Pero si lo hacemos así, la unión no es cristiana. Debemos contener todos los mundos divididos en nosotros y trascenderlos en Cristo” Termino con las palabras de Ralph W. Emerson: “Éste es mi deseo para ti: Consuelo en los días difíciles, sonrisas cuando la tristeza se entrometa, arco iris para seguir a las nubes, risas para besar tus labios, puestas de sol para calentar tu corazón, abrazos cuando los ánimos decaigan, belleza para que tus ojos la vean, amistades para iluminar tu ser, fe para que puedas creer, confianza para cuando dudes, valor para conocerte a ti mismo, paciencia para aceptar la verdad, Amor para completar tu vida.” Entregarte el timón de nuestro yo, es dejar que nos lleves a lugares oscuros, donde el ego ha sepultado miradas, construido murallas y asesinado deseos. Es dejar de ver hacia dentro donde los impulsos encorvan, se agudizan los miedos y nos puebla la nada. Por eso, toma Señor el timón de nuestra barca y conduce nuestra historia hacia un mar imprevisto, donde es larga la noche y la tormenta espanta. Pero Tú… vendrás caminando en la madrugada y nos ordenarás caminar hacia ti (Julio Portocarrero)Francisco Carmona
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