Adrien es un joven que, desde muy pequeño, perdió físicamente a su mamá por una enfermedad que la llevó a la muerte y, también perdió emocionalmente a su papá que, en medio del dolor profundo, se desconectó del hijo, se sumergió en el trabajo y se dedicó a buscar la forma de traer, de nuevo a la vida, a su esposa. Adrien vive en medio de una soledad profunda. La secretaria de su padre se encarga de organizarle actividades para que todo el tiempo este ocupado y, no piense en su madre y tampoco sienta dolor. La pobre mujercita había perdido su primer hijo. Casi enloquecida por la pena deambuló por las calles de la ciudad, pidiendo por algo, por alguien, que su hijo le fuera devuelto. Algunas personas se apartaban de ella compadecidas, otras la despreciaban y se burlaban, llamándola loca por creer que su hijo podía volver a la vida. Pero la mujer no podía consolarse. Ni palabras ni razonamientos lograban aliviar su pena. Por fin, un anciano sacerdote, enterado de su profunda desesperación la mandó llamar y le dijo: Hay un solo hombre en el mundo que puede ayudarte. Es el Perfecto, El Buda que vive en lo alto de esa montaña. Ve a verlo. La desolada madre, con el cuerpo dolorido y agobiada por la pena, ascendió lentamente por el difícil sendero de la montaña hasta que al dar vuelta en un recodo vio a Buda, sentado sobre una roca. Se prosternó ante él clamando: ¡Oh! ¡Buda! ¡Vuelve mi hijo a la vida! El Buda levantó gentilmente a la pobre mujer y le dijo: Baja a la ciudad. Recorre casa por casa y tráeme un gusano de seda de cualquier casa en la cual no haya muerto nadie. La joven mujer gritó alborozada y se dio prisa en bajar la montaña. Corrió hacia la primera casa y pidió: Buda desea que le lleve un gusano de seda de una casa donde no se conozca la muerte. En esta casa, le dijeron, han muerto muchos. Se dirigió a la siguiente donde le informaron: Nos sería imposible decir cuántos han muerto aquí, porque como ves la casa es muy vieja. Así fue de casa en casa por toda la calle, de ahí a la siguiente y luego a la más próxima. No se detenía más que lo indispensable para descansar o alimentarse. Recorrió toda la ciudad, casa por casa, sin encontrar alguna a la que la muerte no hubiera visitado alguna vez. Lentamente retomó el camino de la montaña y volvió a encontrar al Buda como antes, sentado y meditando. ¿Me has traído el gusano de seda?, le preguntó. No, ni lo buscaré más; el dolor me cegó, por eso pensé que mi pena y mi sufrimiento eran únicos. Entonces, ¿por qué has vuelto otra vez a mí? —preguntó Buda. Para pedirte que me enseñes la verdad. Hay una sola Ley, para los hombres y para los dioses: Todo es perecedero.
Adrien conoce el Kwami de la destrucción que, consiste en diluir de un solo golpe, todo aquello que aprisiona el corazón y lo desfigura. Adrien tiene razones de peso para vivir akumatizado, es decir, fuera de sí; sin embargo, el conecta con la bondad que caracterizo a su madre y, así se siente unido y protegido por ella. Aquello que amorosamente podemos tomar de nuestra madre es lo que nos permite ir por la vida confiando en que, cuando las cosas están mal, podemos estar bien, porque estamos protegidos. La desconexión es el resultado de la pérdida de la base segura, de la confianza en la vida. El Kwami de la destrucción está simbolizado en el gato negro. Mientras Adrien conecta serenamente con la fuerza de lo desconocido, logra actuar y responder a cada desafío con paciencia. Además, esa fuerza le permite crecer en autonomía emocional y, vivir con total independencia la relación con su padre y con el resto de personas que encuentra en su vida. Ante la adversidad, la conexión que logramos resulta sumamente importante. Una conexión que depende más del deseo de vivir siendo nosotros mismos que, de los eventos por muy dolorosos que hayan sido. En la cultura popular, el gato negro es símbolo de mala suerte. Nadie quiere tropezarse con un gato negro en el camino. En el antiguo Egipto, los gatos negros simbolizan el poder de la oscuridad. Cuando un ser humano conecta con la oscuridad descubre no sólo el camino de la sabiduría sino también de la protección contra lo que, al desconectarnos, nos akumatiza y convierte en seres que, intentan ponerse por encima de la vida, dañándonos a nosotros mismos y a los demás. Donde el gato negro aparece, el ser humano está invitado a transformar su oscuridad en luz y, el dolor en punto de partida para una nueva forma de amar y de vivir. Cada vez que el gato negro aparece como Kwami, las personas se ven enfrentadas con sus sentimientos de culpa y de maldad que habitan en su corazón desfigurando la bondad que hay en ellos. Mientras seamos prisioneros de la culpa, amar se vuelve una tarea sumamente fatigosa porque, al no tener libertad, siempre estamos en función del sacrificio. El gato negro como Kwami nos advierte que, donde no hay equilibrio a la hora de amar, podemos vernos arrastrados hacia la perdición y hacia la locura. Esta es la realidad interior del padre de Adrien. Cuando hay una pérdida, el dolor nos embarga y, si nos descuidamos, nos quita la energía para vivir y para crear. La pérdida es parte del camino de la vida, nos acompaña siempre. De ahí, la importancia que tiene hacer duelo, aprender a soltar y, de manera especial, a tomar aquello que la vida ofrece cuando alguien que amamos parte hacia la eternidad. Es curioso, pero muchos, después de la muerte de un ser querido, se encuentran con una vida que les llena de felicidad, de sentido, de valor y hace que se sientan más ellos mismos. La muerte y la separación suelen destruir conexiones que, si bien nos han ayudado a crecer, por momentos, nos han limitado y entorpecido. Escribe Ramón Martín: “Hay una luz que ha de manifestarse, que no puede permanecer escondida debajo de la cama. La llevamos en nosotros, que somos vasijas de barro. La única manera de que luzca es que la vasija se rompa. Y esta es la Pascua”. Pues bien, el evangelio nos dice: “Si el grano de trigo no muere, no da fruto”. Lo que no se abre, se vuelve estéril. Las perdidas, la mayoría de las veces, son la invitación que la vida nos hace a abrirnos al Misterio, a nuevas posibilidades, a nuevos caminos y, de manera especial, a nuevas formas de vivir y de amar. Solo el que acepta el duelo como parte natural de la vida, aprende a fluir. Me resucitas, cuando se cuela tu amor en mis heridas o vacíos. Cuando tu alegría acalla mis Y si…Cuando tu compasión me atraviesa y llega a quienes llamo enemigos. Cuando la duda se vuelve oración en lugar de ansiedad. Cuando tu Palabra se vuelve medicina en lugar de páginas. Cuando una simple comida compartida se vuelve estar contigo. Cuando mis miedos se vuelven posibilidad en lugar de tumba. Cuando tu presencia se siente compañía y abrazo y no juicio final. Cuando me perdono por cosas que creía irremediables. Cuando la vida se vuelve aventura y no cruz. Cuando en lo diario, sin planearlo, sin esfuerzo, puedo encontrarte y decir: ¡Eres tú! (Sandra Real)Francisco Carmona
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