A pesar, de buscar continuamente la felicidad, muchos no sabemos acogerla. El evangelio nos invita, por un lado, a estar siempre alegres y, por otro, a buscar la bienaventuranza. Nos dice Dolores Aleixandre: “La alegría es un gozo más físico y concreto que la bienaventuranza espiritual. Alegre como el recién curado que saborea el retomo de sus fuerzas. Alegre el pobre de espíritu. La expresión alude a alguien que está completamente postrado, tendido en la tierra, y al que comienza a faltarle el aliento. El pobre de espíritu también es el abatido de viento, aquel que está boqueando con el esternón pegado al suelo, los labios a la altura de las sandalias de los otros” Dice el profeta Isaías (57,15): “Desde lo Alto y santo habitaré, estoy con el oprimido y abatido de viento para hacer llegar mi aliento a los abatidos y llenar de gozo el corazón de oprimidos”. El bosque está en llamas, y, mientras todos los animales huyen para salvar su pellejo, un picaflor recoge una y otra vez agua del río para verterla sobre el fuego. ¿Es que acaso crees que con ese pico pequeño vas a apagar el incendio?, le pregunta el León. Yo sé que no puedo solo, responde el pajarito, pero estoy haciendo mi parte.
La alegría proviene de los buenos resultados. En cambio, la bienaventuranza está relacionada la experiencia que nos lleva a descubrir que, todo momento difícil, toda situación dolorosa, nunca es definitiva porque el Señor, cuando interviene, lo transforma todo y llena de aliento las cosas haciendo que recuperen su vitalidad. El Señor nos dice que, su corazón está junto al que le faltan fuerzas para vivir, bien sea porque sufre, porque está oprimido, porque anda en la oscuridad o, simplemente, porque perdió las ganas de vivir y, sólo espera el momento definitivo en el que la muerte lo abrace de una vez y para siempre, poniendo fin a todo sufrimiento. Genaro Ávila sj, escribe: “En nuestras ciudades es cada vez es más frecuente el coaching emocional que se centra, en el control de las emociones. A menudo me encuentro con personas que buscan un calmante con efecto narcótico que hace disminuir el dolor. Conozco otras personas que no dan un paso sin que su terapeuta les dé luz verde para actuar de tal o cual manera, como si fueran títeres. Todo para evitar equivocarse, todo para evitar el dolor del errar, todo para evitar las lágrimas que nos causa nuestra fragilidad. Tenemos miedo al dolor y somos adictos al placer. Se nos olvida que nuestra vida humana se mueve inevitablemente entre esos dos polos del placer y el dolor. Nada ni nadie nos puede evitar pasar por valles oscuros y túneles sombríos, pero nunca vamos solos”. Dios, nos dice Jesús, es la compañía adecuada para atravesar los valles oscuros de nuestra existencia” A una audiencia acostumbrada a pensar que, Dios está junto a los que celebran, debió estremecerles las entrañas escuchar las palabras de Isaías: “Yo que habito en lo más alto, desciendo para dar mi aliento, mi fuerza, a quien se encuentra abatido porque mi anhelo, mi deseo más profundo, es que todos puedan celebrar y estallar de alegría. Aquel que siente a Dios cercano, también tiene una experiencia verdadera de Dios pero, el que siente como el amor de Dios se derrama sobre sus heridas, sobre sus humillaciones y, sobre sus pecados, como si fuera un bálsamo que no sólo quita el dolor sino que, también cicatriza el corazón, tiene la certeza de que, Dios está caminando junto a él; es más, que Dios lo lleva sobre sus hombros. Dios nos invita a una vida bienaventurada, a una vida donde el dolor en lugar de ser negado, ocultado o reprimido es acogido, comprendido, integrado y transformado. Aquello que negamos tiende a permanecer siempre en nuestra consciencia; en cambio, lo que es reconocido y mirado desde un lugar diferente al acostumbrado, nos regala la fuerza que nos permite vivir no como vencedores sino como aquellos que, al experimentar la misericordia divina van ayudando a otros a salir de la cavernas del miedo en el que el dolor y el sufrimiento, los tienen confinados. Acoger a Dios y la bienaventuranza que trae consigo, no es algo que muchos estén dispuestos a hacer. El anuncio de las bienaventuranzas enardece el corazón de aquellos que se sienten mejores que el resto. Ese anuncio llena de ira el corazón de quienes para ocultar el dolor, en lugar de transformarlo y dejarse acompañar, recurren al medicamento para dar la sensación de que, en su vida todo funciona a la perfección y está bajo control. Dios nos invita a transformar nuestra debilidad y vulnerabilidad. Cuando negamos nuestra realidad humana, nuestra verdadera condición, comenzamos a actuar desde la apariencia, a tratar a los que sufren sin compasión y, de manera especial, a negar la condición débil del otro porque es lo que acostumbramos a hacer con nosotros mismos. Jesús sube a una montaña para anunciarnos que, el Dios del cielo está en medio de nosotros, compartiendo nuestra condición humana, sometiéndose también a la necesidad y, al dolor pero, de manera muy especial, recordándonos que camina a nuestro lado como Aquel que nos consuela, nos sostiene, nos alienta, reconcilia y acompaña para que, al descubrir quienes somos realmente, nos abramos a la vida, como la flor en primavera. Dios no nos deja solo con nuestro abatimiento y, menos aún, nos abandona en las luchas que tenemos con nuestra propia sombra y oscuridad. ¿Seremos capaces de acoger la bienaventuranza? O, ¿preferiremos aferrarnos al sufrimiento y seguir preguntándonos, si nos merecemos o no, lo que estamos viviendo? Creer de corazón y de palabra. Creer con la cabeza y con las manos. Negar que el dolor tenga la última palabra. Arriesgarme a pensar que no estamos definitivamente solos. Saltar al vacío en vida, de por vida, y afrontar cada jornada como si tú estuvieras. Avanzar a través de la duda. Atesorar, sin mérito ni garantía, alguna certidumbre frágil. Sonreír en la hora sombría con la risa más lúcida que imaginarme pueda. Porque el Amor habla a su modo, bendiciendo a los malditos, acariciando intocables y desclavando de las cruces a los bienaventurados (José María Rodríguez Olaizola, sj)Francisco Carmona
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