Muchos autores de psicología profunda, entre ellos James Hillman, consideran el alma como una semilla sembrada en el campo de la vida. El evangelio de Marcos nos dice: “En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha. Les dijo también: ¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra. Dos semillas estaban juntas lado a lado en la fértil tierra de la primavera. La primera semilla dijo: ¡Quiero crecer! Quiero impulsar a mis raíces fondo dentro de la tierra que está bajo de mí, y expulsar mis brotes a través de la corteza de la tierra que esta sobre mí. Quiero desplegar mis tiernos brotes como banderas que anuncian la llegada de la primavera. Quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro y la bendición del rocío matinal sobre mis pétalos. Y creció. La segunda semilla dijo: Tengo miedo. Sí impulso mis raíces dentro de la tierra que esta debajo de mí, no sé lo que encontrare en la oscuridad. Sí me abro paso por la corteza dura que esta sobre mío, puedo hacer daño delicados rebrotes. Y ¿si al dejar que mis brotes se abran, un caracol intenta comérselos? Y si abro mis capullos, un niño pequeño podría arrancarme de la tierra. No, será mejor que espere hasta que no haya peligro. Y esperó. Una gallina de corral que buscaba comer afanosamente entre la tierra de comienzos de primavera encontró a la semilla en espera y rápidamente se la comió.
Añadió el Maestro: aquellos de nosotros que nos negamos a arriesgarnos a crecer, podríamos ser engullidos por la vida. Si aceptamos la imagen de la semilla como una explicación del Misterio de la vida tenemos entonces que, la tarea de la semilla consiste en abrirse para que salga a la luz aquello que, durante mucho tiempo, ha guardado en su interior. Una vez que brota lo que la semilla lleva dentro de sí, la siguiente tarea es crecer hasta dar furto abundante. A mi modo de ver, creo que, el momento más difícil para la semilla, tiene que ser aquel donde lo que guarda en su interior comienza a moverse y a tomar fuerza para salir. Seguramente, para la semilla aquel instante, debe ser la muerte. Así es. Si la semilla no muere no puede convertirse en arbusto, crecer y dar fruto. Así, como hay buenas semillas, también hay malas semillas. Estas últimas se reconocen porque no acogen el llamado de la vida y, permanecen encerradas en sí mismas. En Constelaciones se dice: de la madre tomamos la vida y del padre, tomamos la fuerza para realizar esa vida y, vivirla de tal forma que, nuestros padres sientan orgullo al ver que, la semilla que sembraron, no solo crece, sino que también da buen fruto. Tomar la vida significa darle sentido, estar a gusto con ella, dar gracias por estar vivos cada día y, de manera especial, trabajar interiormente para que se mantenga sana y en equilibrio. Tomar la fuerza que nos lleva a realizar la vocación se traduce en mirar con amor todo aquello que hay qué hacer para conquistar lo que anhelamos; es decir, hacernos conscientes de que sin disciplina, permanencia, estabilidad, compromiso, entrega, dedicación, protección, seguridad, entre otras, es muy difícil, llegar hasta la meta que nos propusimos. El crecimiento se da dentro de la imprevisibilidad, nadie puede saber que hay más allá del momento presente. Nadie puede controlar ni el contexto ni las circunstancias que rodean su vida. A todos, la vida nos invita a confiar. Sin un mínimo de confianza en la vida, difícilmente, logramos crecer, progresar y dar fruto. Si dejamos que el temor se apodere de nosotros, terminamos paralizados y aferrados tanto al miedo, como a la incertidumbre y, finalmente, al dolor. Nadie puede estar tranquilo sabiendo que la vida lo invita a caminar en una dirección y eligió ir en sentido contrario. Vivir también es un acto de generosidad. Ante la adversidad, en lugar de detenernos, elegimos continuar porque sabemos que, el camino no se termina donde aparece el obstáculo. Dice el Papa Francisco: “El Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones. Dios es siempre el Dios de las sorpresas. El Señor siempre nos sorprende. Él nos invita a abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano personal como en el comunitario. Es necesario poner atención en las pequeñas y grandes ocasiones de bien que el Señor nos ofrece, dejándonos implicar en sus dinámicas de amor, de acogida y de misericordia hacia todos. La autenticidad de nuestra vocación no está dada por el éxito o por la gratificación de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de la confianza y la humildad del abandono en Dios. Es la consciencia de ser pequeños y débiles instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia pueden cumplir grandes obras, haciendo progresar su Reino que es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” La vida, a través de las dificultades que nos presenta, también nos ofrece grandes retos. Muchos, eligen sobrevivir antes que, vivir. En el estado de sobrevivencia, éstas personas se aferran a patrones de conducta que, si bien les permiten seguir adelante en la vida, no los dejan crecer como corresponde a su destino. Como sobrevivientes, vamos observando como crecen ideas, relaciones, creencias, formas de ver la vida que nos van llevando a adoptar inconscientemente programas de vida que nos van distanciando, poco a poco, de lo que realmente somos, permitiendo que nos acostumbremos a vivir según los dictámenes de la máscara y de la apariencia. La consciencia reflexiva nos va aportando los elementos necesarios para aceptar el llamado de la vida y la voluntad divina. La vida nos permite vivir, durante un tiempo, con un sentido provisional del Yo y del mundo. Después, cuando es el tiempo, nos sacude y a través de las crisis nos invita a desprendernos de lo que no es auténtico en nosotros, para sumergirnos en las corrientes de la vida, donde podemos celebrar el encuentro con nosotros mismos y con la divinidad que nos habita, sana, reconcilia y transforma. La vida quiere nuestra permanencia porque sabe que es la única forma en la que logramos dar fruto. Según Bert Hellinger: “permanecer es entregarse generosamente a la vida”, con un corazón abierto, disponible y generoso porque sólo así, se da fruto. De otra manera, la vida se vuelve estéril. La semilla que somos está destinada a convertirse en arbusto y, aunque sea pequeña, su tarea es dar fruto abundante. No llores la semilla que caída al borde del camino fue engullida por los pájaros. No hagas duelo por aquéllas que se secaron al germinar por falta de profundidad. No te entristezcas por la simiente ahogada entre zarzas y abrojos. Tú, en cambio, alégrate y celebra las semillas que dieron el treinta, el sesenta, el ciento por uno. Y agradece, cada día, al sembrador que sale a sembrar sin mirar la tierra en la que siembra (Antonio F. Bohórquez Colombo sj)Francisco Carmona
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