En más de una ocasión hemos señalado que, el mal del siglo XX fue la pérdida del alma. El mal del siglo XXI es la pérdida de la conexión con el Ser. Dentro de este contexto, tienen, de nuevo, vigencia las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierden su alma?” Estamos tan afanados por alcanzar nuestra felicidad que, no nos damos cuenta de la dinámica en la que nos estamos envolviendo. Cada vez más, estamos volcados hacia fuera y con una sed grande de infinito y trascendencia que no sabemos dónde encontrar el pozo que nos brinde el agua que calme y sacie nuestra sed de manera definitiva. Buscamos un agua que nos saque de la inquietud, del afán permanente, de la sensación de haber pérdido el contacto con nuestro centro más profundo. David quiso construir un templo porque no le pareció bien que el arca del Señor estuviera de un lado para otro. El sueño de David fue realizado por su hijo Salomón. El templo se concibió como la morada de Dios, el lugar donde Él podía habitar en medio de su pueblo. Para quienes no deseaban una relación auténtica con Dios, esta imagen externa fue suficiente. Pero los que anhelaban una relación más profunda y auténtica con Dios, empezaron a sentir y a descubrir que, la verdadera morada de Dios es el corazón y la vida misma del ser humano. Dios habita en el corazón compasivo, misericordioso, bondadoso, que sabe entregarse y, de manera especial, en el corazón que busca sanarse para dejar de ser instrumento del mal.
Era la noche de Navidad. Un ángel se apareció a una familia rica y le dijo a la dueña de la casa: Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a visitarte a tu casa. La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, conservas y vino importados. De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado. Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo. ¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, respondió la dueña de la casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una importante visita. Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la puerta. Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me pueda prestar? La señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal y los platos de porcelana, se irritó mucho: ¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos. La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso champaña en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos. Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño harapiento de la calle. Señora, deme un plato de comida. ¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy atareada. Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y, Jesús no aparecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados. A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró con gran espanto frente a un ángel. ¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma? No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, dijo ángel. Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento. Pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo. (Frei Betto, A Comunidad de fe. Catecismo popular, Sao Paulo, 1989, pp 50-52) Sabemos darle posada a muchas cosas en nuestra vida. La mayoría de ellas traen una carga sumamente pesada que, lentamente nos va opacando la vida y arrebatando las ganas de amar, de soñar, de compartir. Nos cuesta mucho darle posada a Dios. Recuerdo que, Dios no es una creencia sino el Principio y Fundamento de nuestra existencia. Dios es el propósito de nuestra vida. Una vez más insisto, como lo hacen los ejercicios ignacianos, sin orden a nuestra vida afectiva y vincular, difícilmente, podemos decir que, aquello que dirige nuestra vida es, realmente, Dios. En redes, encontré publicado lo siguiente: “Los peores seres humanos que conozco están convencidos de que son buenas personas” La vida es el verdadero templo de Dios. Por esa razón, Dios se encarna y, lo hace precisamente para estar siempre presente. Si algo caracteriza a Dios es su Presencia. En consecuencia, nosotros nos esforzamos por estar presentes, sabemos que la ausencia causa un gran dolor y, muchas veces, un dolor que desgarra el alma hasta el punto de llegar a desfigurarla completamente. Con Jesús, las formas externas tienden a perder sentido. Diarmuid O’Murchu, escribe en fe adulta, citando a san Juan de la Cruz: “Si le dais posada, si queréis recibirlo, no os olvides de convertiros, para que vuestro corazón sea realmente, el espacio donde habita el mismo Dios” A Dios, no se le ha dejado de buscar. Lo que sucede, es que ya no se le busca en los lugares de antes. Buscar a Dios es preguntarse por el sentido profundo de la vida. La crisis existencial por la que atraviesa la cultura es, precisamente, el signo de que la búsqueda aún está viva. En ese proceso, se encuentran muchos pozos que ofrecen a buen precio el agua que calma la sed del alma y el anhelo del corazón. Para algunos, la búsqueda de significado se traduce en más poder, más dinero, más influencia, más prestigio. No todo despertar tiene a Dios ni como centro ni como objetivo. También el Ego está presente y sigue luchando por conservar su lugar. El despertar autentico de consciencia se caracteriza por hacernos más humildes y, por decirlo de alguna forma, menos arrogantes. Sabemos que, el desorden afectivo no sólo es causado por el dolor o por el trauma. La arrogancia tiene un papel preponderante en nuestro afán de ser nosotros quienes ocupen el centro de la existencia, en lugar de permitir que sea Dios, quien lo haga. Durante 20 años, he dedicado buena parte de mi vida al trabajo de constelaciones familiares, aunque aún me cuesta el aprendizaje, he visto que ellas incentivan, como dice Joan Garriga en su libro “Constelar la vida”: “una relación más sana consigo mismo mediante la escucha profunda y la observación compasiva” Acoger a Dios significa buscarlo en la esfera religiosa, en una sana relación con el rito y con lo sagrado, y en la esfera secular, en las relaciones con la comunidad, con los otros, compartiendo los gozos, tristezas y esperanzas de la humanidad. El camino espiritual no nos conduce a desentendernos de la injusticia y la violencia; al contrario, trabajamos por la paz porque sabemos que, los limpios de corazón son artífices de un mundo diferente, donde la vida humana es una preocupación constante y a su servicio, intentamos ponernos cada día. Darle a Dios posada significa trabajar por convertirnos en hombres nuevos que, día a día, forjan una nueva historia. Señor. No quisiera no enterarme de lo que ocurre. No quisiera vivir tan absorto en mi historia, mis preocupaciones y compromisos, mis urgencias e intereses, que pierda la capacidad de estar atento… porque tú pasas, sigues pasando, y viniendo, a nuestras vidas. Así que mantenme los ojos abiertos, los oídos atentos, y el corazón sediento. De ti, de tu evangelio, de la buena noticia…(Rezandovoy)Francisco Carmona
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