El mayor pecado que una persona puede cometer, es optar por llevar una vida superficial e inconsciente. Rehuir a la tarea de hacerse cargo de sí mismo, creo yo, tiene que resultar una carga muy pesada de llevar. Sin embargo, hay personas que prefieren tomar medicamentos, con tal de no hacerse cargo del dolor que llevan tatuado en su alma y del que no logran salir. Lo que para muchos es un motivo para paralizarse y negarse crecer en la vida; para otros, es la fuente de su sabiduría. No hay nada, que nos aleje más de la posibilidad de transformar el dolor, que el miedo. Vivir conscientemente exige un esfuerzo más generoso, más grande. A Muchos, la generosidad les asusta. Al respecto dice Jung: “No hay cosa más desconcertante en la vida humana que, el descubrimiento de que aquello que más nos infunde miedo, es la mayor fuente de sabiduría”. Después de haber sostenido la posición de avanzada como la misión encomendada, el sargento había ordenado la retirada. Las tropas enemigas se acercaban y había que regresar a las propias filas entre la metralla y el bombardeo. A la carrera la mayoría de los soldados se zambulló en la trinchera del lado seguro. Sargento, dijo Antonio, Pedro no está. Cuánto lo siento, contestó el sargento, debe de haber caído durante la retirada. Antonio agarró el fusil y se puso de pie. ¿Qué hace soldado? ¡Agáchese, inmediatamente! Ordenó el sargento. Voy por él, dijo Antonio. ¡Quédese donde está!, ordenó. Aun cuando pudiera encontrarlo, no tiene sentido correr ese riesgo. Lamentablemente Pedro ha sido alcanzado por las balas del enemigo. No le estoy pidiendo permiso, dijo Antonio, y empezó a correr hacia la zona que acababan de abandonar. ¡Soldado!, gritó inútilmente el sargento. ¡Soldado! Media hora después, cuando todos lo daban también por muerto, Antonio regresa arrastrándose con una bala en su pierna y una chapa de identificación apretada en su mano derecha. Era la placa que había arrancado del cuerpo sin vida de Pedro. El sargento saltó de la trinchera para ayudar a Antonio a llegar. Mientras lo empujaba literalmente dentro del enlodado lugar, gritaba a los enfermeros que le pusieran un torniquete en la herida para detener la hemorragia. Te dije que no valía la pena, le dijo mientras señalaba la placa de metal. Valía, dijo Antonio. No entiendo… ¿Por qué valía la pena?, de todas maneras, él está muerto, y ahora te tengo herido gravemente. Podía haber perdido dos hombres en lugar de uno. ¿Sabe, sargento? dijo Antonio, con una increíble sonrisa en sus labios llenos de moretones y de sangre seca… Cuando lo encontré todavía vivía… me acerqué y le tomé las manos. Él abrió los ojos y me miró… Casi sonrió… Claro que valió la pena… Antes de morir en mis brazos me dijo: “Sabía que vendrías”.
Hay momentos en la vida donde es necesario alzar el vuelo y emprender la búsqueda de nuevos rumbos. Cuando la inconsciencia resulta sumamente dolorosa es necesario entregarse a la vida con humildad y aprender a fluir con ella. En ese momento, tenemos que prepararnos para el dolor que se avecina. La vida, a todos, nos invita, de formas muy variadas y variables, a despertar. En ese momento, dice Álvaro Lobo, “debemos mirar la vida con agradecimiento, reconocer que estamos llamados a vivir en la incertidumbre, pero siempre sostenidos por Jesús, que nos guía y nos conduce hacia un mañana que es bueno, sencillamente porque viene de Dios”. La mayor parte de las cosas que nos desacomodan tienen su origen en la necesidad que tiene el alma de abrazar la Luz y ser abarcada por ella. Con frecuencia, muchas personas hablan en consulta de un fenómeno que no sólo les llama la atención sino que, por momentos, les causa una gran preocupación. A muchas personas, les ocurre que despiertan, con frecuencia, a las tres de la mañana. Otros, tienen sueños repetitivos con personas cercanas. Algunos más, se sienten muy movidos por las dinámicas internas que se están dando en su familia de origen. Una minoría, logra conectarse con los dolores profundos que hay en su alma. Cuando todas estas cosas suceden, independientemente de las explicaciones que hayamos recibido, estamos frente a una llamada de la vida a recuperar algo que dábamos por perdido. Los eventos que nos sacuden en lo más profundo del alma hablan de la enorme necesidad que hay en ella de pasar de la inconsciencia a la vida que se abandona en Algo más grande. Sólo avanzamos en la vida, si logramos confiar en la fuerza y grandeza de la divinidad. Lo que, en algún momento, fue la causa de nuestro dolor, por el abandono y confianza en la divinidad, se convierte en el camino que recorremos hacia la Luz del alma. El paso de la resistencia al abandono implica una gran consternación por todo aquello de lo que nos privamos. Tener que renunciar a los que daba seguridad, a lo que nos hacía sentir importantes es doloroso pero, también necesario para vernos como realmente somos y abrazar la vida tal como se manifiesta. Cada vez que, nos sentamos a contemplar la vida y vemos que, algunos patrones se repiten y sentimos afinidad con ellos, estamos frente a una constelación. Si bien la dinámica que da origen a una constelación proviene de nuestro sistema familiar, el que permanezca y se vuelva parte de nuestra vida, depende de nuestra afinidad y resonancia con ella. La necesidad de pertenencia o la inconsciencia son dos fuerzas que mantienen activa nuestra constelación. La vida inconsciente nos tiraniza, nos somete y nos conduce a vivir cosas que un día dijimos: ¡no quiero esto en mi vida! La constelación marca el ritmo de nuestras relaciones, la intensidad de nuestra crisis y la esterilidad de nuestras búsquedas. Atrapados en la inconsciencia, nos volcamos todo el tiempo hacia fuera. La incapacidad de hacer una pausa en la vida comienza a volverse una característica de nuestra cotidianidad. Nos agotamos para no confrontarnos, nos ofuscamos para no encontrarnos, nos enfermamos para victimizarnos. Podemos pasarnos toda la vida en este movimiento. También está la posibilidad de aceptar el llamado de la vida a vivir de una manera diferente. Una manera que implica hacernos cargo de nosotros mismos y dejar de poner la responsabilidad en los demás, en las circunstancias o en la vida misma. El punto de inflexión que marca el paso de la inconsciencia a la responsabilidad consigo mismo suele estar marcado por el descubrimiento de estar aferrado a dinámicas, a repeticiones que frustran, causan dolor, arrebatan la ilusión y el deseo de vivir. También suele presentarse cuando nos damos cuenta de la vulnerabilidad que nos acompaña. Reconocer que, no somos tan fuertes como creíamos, que hay cosas que nos duelen profundamente, no es motivo para escandalizarse, sino una oportunidad para acogernos como somos realmente. Donde la inflexión es acogida, comienza la responsabilidad con uno mismo. Que no te vea, Señor, solo en lo pobre, que no te vea, Señor, solo en la sabiduría. Que te vea, en todo y en todos, sin hacer excepción. Que te deje entrar en mi sencilla habitación, muchas veces desordenada, sucia y vacía. Transfórmame por dentro, conduce mi corazón por el camino de la vida, una vida que se presenta apasionante, llena de Ti y de otros. Necesito de la alegría de saberte nacido, de saberte conmigo, para poder ser esperanza en medio de un mundo tan vacío de ella. Conviérteme, Señor a tu pobreza, sencillez y misericordia. Yo, te espero con mi humilde pesebre, y te lo ofrezco para que nazcas en él. Solo te pido que no dejes de mirarme. Solo quiero ver tu sonrisa de niño. Solamente, Señor, no me dejes solo (Pablo Sánchez)Francisco Carmona
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