La historia que cada uno ha construido, con lo que le ha tocado vivir y experimentar, se convierte en el terreno de su vida. Hay terrenos fértiles y también los hay sumamente infértiles. Hay terrenos en los que, difícilmente, se puede arar y cultivar algo que medianamente valga la pena. Hay terrenos dispuestos siempre a recibir lo que el sembrador ponga en ellos. Vamos viviendo y, un buen día, nos damos cuenta que, en nuestra historia, en nuestro campo, hay cosas sumamente valiosas por las que vale arriesgar lo que ha sido importante para nosotros hasta ese momento. Cada historia personal tiene un tesoro escondido que, cuando se descubre, llena de una alegría profunda toda la vida. Nos dice el evangelio de Mateo (Mt 13, 44): “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo”. Un día, nos damos cuenta que, estábamos llenos de desprecio por muchas cosas que hacen parte de la vida. Ese mismo día, también nos hacemos conscientes de que, para ir hacia la vida plena, necesitamos estar completos y reconciliados con todo. Sin darnos cuenta, vamos convirtiendo en nuestro tesoro todo aquello que rechazamos. Vamos por la vida protegiéndonos de lo que consideramos nos aleja de nuestra idea de perfección o de la falsa percepción de nosotros mismos.
Cuando se le preguntaba por la forma cómo había llegado a su estado de consciencia, el Maestro siempre se mostraba reservado. Los discípulos intentaban por todos los medios hacerle hablar. Todo lo que sabían al respecto era lo que en cierta ocasión dijo el Maestro a su hijo más joven, el cual quería saber cómo se había sentido su padre cuando obtuvo la iluminación. La respuesta fue: como un imbécil. Cuando el muchacho quiso saber por qué, el Maestro le respondió: Bueno, veras, fue algo así como hacer grandes esfuerzos por penetrar en una casa escalando un muro y rompiendo una ventana y darse cuenta después de que estaba abierta la puerta. Sin darnos cuenta, cada uno de nosotros va por la vida movido por el deseo de encontrar el valor de la existencia. Algunos, intentan conectarse con el dinero; otros, con el poder; algunos más la sexualidad desbordada, etc. También están los que, en lugar de buscar afuera, dedican esfuerzos a remover su tierra. Hasta que, un día, tropiezan con el cofre que contiene aquello que andaba buscando. Ese día, soltamos todo lo que nos llenaba de orgullo: el poder, el prestigio, la capacidad de influir en los demás, etc. Casi de inmediato, nos damos cuenta que estamos frente a la tentación de derrochar nuestro tesoro y, sin más, volver rápidamente al sentimiento de miseria. Cuentan que, las personas que ganan la lotería, experimentan sensaciones tan desbordantes que, la mayoría, al término de un año, están más pobres que antes. La base de la riqueza está en saber administrar los recursos. Muchos, se han esforzado en mantenerse a salvo de las críticas, de los juicios, de las sospechas. Una vez que encuentran su tesoro, deciden actuar, según ellos, movidos por la libertad. Dilapidan el tesoro que encontraron en su afán de mostrarle a los demás que ahora, es el criterio propio y no el temor lo que sustenta, guía y dirige su vida. Actuando de esta forma, se encuentran siendo sujetos de todo tipo de críticas, de juicios y sospechas. Su manera imprudente de abordar la vida, termina arruinándolo todo. Lo que realmente somos, necesita ser puesto bajo la luz o guía de alguien que, siendo más experimentado que nosotros, nos ayude a vivir coherentemente con lo que la vida ha puesto en nuestras manos para nuestro propio bien y para su servicio. Así es como, muchos sienten que en Jesús encuentran la imagen adecuada para administrar la propia vida. Jesús nos saca de nosotros mismos, de nuestro propio interés y querer para conducirnos hacia Algo más grande. William A. Ward, escritor estadounidense, autor del libro las fuentes de la fe, escribe: “La aventura de la vida es aprender. El propósito de la vida es crecer. La naturaleza de la vida es cambiar. El reto de la vida es superarse. La esencia de la vida es cuidar. El secreto de la vida es atreverse. El condimento de la vida es entablar amistad. La belleza de la vida es dar”. Muchos lamentan profundamente lo que ha sucedido en su vida. Lo hacen con tal intensidad, que no son conscientes, de estar dilapidando la vida en sus lamentaciones. Ninguno de nosotros, escapa a la imperfección moral de su existencia. Quien niega la imperfección, en el afán de mostrarse perfecto ante los demás, en lugar de paz, termina generando violencia. El afán de mostrarnos moralmente superiores moralmente ante los demás es una fuente de los conflictos, no sólo personales sino también relacionales. Al respecto, conviene poner en el corazón las palabras de Thomas Merton: “Lo realmente importante es que Dios está aquí y ahora y nos ama y habita dentro de nosotros y nosotros estamos llamados a tomar conciencia de ello”. Sabernos amados por Dios, a pesar de nuestras imperfecciones, es uno de los regalos más grandes que nos puede hacer el camino espiritual. Cuando conectamos con el amor de Dios, somos capaces de dejar atrás lo que hasta entonces, nos ha llenado de orgullo y nos ha hecho sentir mejores, más especiales, que los demás. Las personas que no temen a sus contradicciones, aprenden con mayor facilidad que, el apego a la oscuridad nos conduce a la soledad y, allí, es donde con mayor intensidad experimentamos el dolor más grande que nos podemos infringir: sentirnos rechazados por Dios. De ahí que, quien acepta las contradicciones y busca iluminarlas con el amor de Dios, en lugar de afán por sentirse mejor, se inclina y se deja abrazar por la misericordia y la compasión que son las únicas que nos reconcilian. Señor, dame la valentía de arriesgar la vida por ti, el gozo desbordante de gastarme en tu servicio. Dame, Señor, alas para volar y pies para caminar al paso de los hombres. Entrega, Señor, entrega para dar la vida desde la vida, la de cada día. Infúndenos, Señor, el deseo de darnos y entregarnos, de dejar la vida en el servicio a los débiles. Señor, haznos constructores de tu vida, propagadores de tu reino, ayúdanos a poner la tienda en medio de los hombres para llevarles el tesoro de tu amor que salva. Haznos, Señor, dóciles a tu Espíritu para ser conducidos a dar la vida desde la cruz, desde la vida que brota cuando el grano muere en el surco (Rezandovoy)Francisco Carmona
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