Junto al brocal del pozo estaba sentado Jesús. Llega una mujer a sacar agua del pozo. Jesús, le dice a la mujer: ¿me das de beber? Ella, en lugar de atender la solicitud de Jesús comienza a discutirle. En muchas ocasiones, la primera reacción nuestra, ante la solicitud de otro es, comenzar a discutirle, en lugar de atender su necesidad. La hostilidad con la que tratamos las necesidades del otro, terminan siendo un obstáculo para un encuentro verdadero, para una acogida amorosa. Estas resistencias, muestran lo prevenidos y lo heridos que nos encontramos. En el techo del mundo, o sea en el Tíbet, un peregrino, con motivo de una larga peregrinación a uno de los santuarios más sagrados, encontró tres cráneos. La noticia se extendió por todas las partes y llegó hasta el rey. Los tres cráneos se habían encontrado juntos y nadie sabía de su procedencia. El rey sintió gran curiosidad por el suceso y ordenó que le trajeran los cráneos. Los colocó ante sí, los observó y se preguntó: ¿A Quiénes pertenecían estos cráneos? ¿Qué clase de personas serían sus propietarios? Quedó pensativo y se dijo: Me gustaría saber cuál de las tres personas era la más bondadosa? El monarca era un hombre joven, que valoraba la benevolencia en los seres humanos. Aquellos cráneos le intrigaban. ¿Cómo investigar algo sobre ellos? Entonces le hablaron de un lama-médico forense. Hacedle venir – ordenó el rey. Quiero ver a ese lama-médico lo antes posible. Unos días después, procedente de su monasterio en remotas tierras del país de las Nieves, llegó el lama-médico. Tengo conocimiento de que eres no sólo un piadoso lama, sino un gran forense. No te voy a entregar una tarea fácil, pero confío en ti. Mira estos tres cráneos. Los encontró un peregrino en una de sus peregrinaciones. Estaban juntos y yo no he podido dejar de preguntarme cuál de ellos pertenecía a la mejor persona de las tres. ¿Podrías averiguarlo? Necesito unos días, majestad – dijo el lama seriamente. En ese tiempo espero poder traeros una respuesta que os satisfaga. También yo lo espero – concluyó el rey. El lama-médico se llevó los cráneos con él. Durante unos días se encerró en la celda de un monasterio a investigar minuciosamente sobre los mismos. En principio no era una tarea sencilla. Unos días después, el lama-médico acudió a visitar al monarca. El rey no podía disimular su impaciencia. Has descubierto algo? – se apresuró a preguntar. Sí, señor, tengo la respuesta. Colocó los tres cráneos sobre una mesa y señaló uno de ellos. Éste, seguro, era el cráneo de la persona más bondadosa. ¿Seguro? – preguntó escéptico el rey. Quiero una explicación convincente. El lama-médico se expresó así: Cogí uno de los cráneos y pasé un alambre por uno de los oídos y observé que el alambre salía directamente por el otro oído. Sin duda se trataba de una persona a la que lo escuchado a los demás le entraba por un oído y le salía por el otro. El médico retiró ese cráneo y añadió: Mirad majestad, este otro cráneo. Lo investigué a fondo. Introduje un alambre por el oído y el mismo salió directamente por la boca. Era el cráneo de una persona que, indiscretamente, contaba en el acto todo lo que había escuchado. El monarca no pude reprimir la risa. Luego se puso serio y le dijo: ¿Y el tercer cráneo? El lama-médico tomó entre sus manos el tercer cráneo y añadió: Señor, este cráneo es el que pertenecía a la persona más bondadosa ¿Por qué? Os lo explicaré. Recurrí de nuevo a la prueba del alambre. Inserté el alambre por uno de los oídos y éste apareció por el corazón. Así se evidencia que esta persona escuchaba con amor a los demás y sabía guardar sus secretos. No era solamente la más bondadosa, sino también la más sabia y prudente. El monarca, muy complacido, dijo: Si eres tan buen lama como forense, no dudo de que alcanzarás la iluminación. El lama-médico no quiso ninguna recompensa. En una humilde mulilla regresó a su monasterio. Añadió el Maestro: la bondad impregna pensamientos, palabras y obras.
Cada vez que, la mujer va al pozo, lo hace porque su cántaro esta vacío. La satisfacción de los deseos, después de un momento, permiten que regrese la insatisfacción e inquiete no solo el alma sino también al corazón. Cuando nos quedamos atrapados en la añoranza del amor que ya no está presente, también nos vemos arrastrados hacia la hostilidad y, en algunos momentos, hacia el dolor que, cuando no desencadena en tristeza, se convierte en rabia y agresión. No es el amor que nos falta, el que nos sostiene, sino el amor tomado, el que hemos sido capaces de interiorizar y agradecer, el que nos permite fluir. El pozo representa nuestro interior. La insatisfacción y el vacío tienen su asiento en lo más profundo de nuestro ser. Curiosamente, allí donde también tiene puesta su morada el amor, Dios. Tantas veces, vamos al pozo de nuestra vida y, pocas veces, nos damos cuenta que, junto al brocal está sentado Dios, aquello que, una y otra vez andamos buscando. El deseo nos convierte en ciegos. Muchas veces, lo que nos da la satisfacción, está a nuestro lado pero, enceguecidos seguimos buscando en los lugares que, en lugar de devolvernos la alegría, nos inundan de tristeza. Un día, Dios sale a nuestro encuentro. Igual que la mujer de Samaria, nuestra primera reacción está marcada por la hostilidad. Queremos un amor que nos sacie y, cuando lo encontramos, nos mostramos esquivos, dudosos y temerosos de recibirlo. Seguramente, porque muchas veces, nos apresuramos a abrir la puerta y, después, terminamos desengañados. No era el amor, sino una de las tantas quimeras que tocan la puerta de nuestra alma y, cuando nuestra mendicidad abre, se quedan por un momento y, después, el alma queda no solo vacía sino también profundamente herida y desconfiada. Estamos tan acostumbrados a la idea del Dios que habita en el templo que, cuando lo encontramos en los lugares polvorientos y maltrechos de la vida, dudamos de que sea Él y, más bien lo confundimos con un espejismo, con una ilusión. Sin embargo, el Dios que nos reveló Jesús es el que no duda en bajarse de su montadura para atender nuestras heridas, sentarse junto a nosotros para escuchar nuestras soledades y palabras silenciadas, el que escucha nuestras desilusiones y ayuda a comprenderlas en un contexto más amplio. La primera reacción siempre ayuda a mantenernos en la superficialidad. De esta forma, nos cuidamos de que, aquel extraño o fuerza desconocida termine en una nueva desilusión. El cántaro vacío es el símbolo de nuestra receptividad. Para muchos, la sexualidad es nuestra capacidad de dar y recibir. Cuando no respetamos este orden del amor, caemos o en la promiscuidad o en la contención. En ambos casos, tanto el dar como el recibir, resultan sumamente dolorosos. Jesús pide agua a la mujer y a cambio , le ofrece una satisfacción que no conoce, desde que renunció a sí misma para esconderse del otro, del encuentro con él. Podemos intentar aislarnos y, la fuerza que nos conecta con los demás, siempre está presente. Puede que no arda intensamente pero, aún en ascuas, es capaz de hacernos sentir que, el corazón puede llenarse si ama, adora y confía. Nos dice Dolores Aleixandre: “El evangelio siempre nos pone frente a un Jesús imprevisible, capaz de vencer nuestras estrecheces y temores a acogerlo, a dejarlo entrar en nuestro corazón y hacer morada en él. Jesús sana nuestro temor a amar y ser amados. Los evangelistas se encargarán de poner de relieve esta presencia de lo desmesurado e imprevisible que parece acompañar las actuaciones de Jesús, desbordando siempre lo que se esperaba de él: ni los novios de Caná necesitaban tanto vino (Jn 26), ni los discípulos una pesca tan abundante que casi les revienta las redes (Lc 5,6); y para sostener las fuerzas de la gente que le había seguido al desierto bastaba un bocado de pan y pescado, no que sobraran doce cestos (Jn 6,13). El paralítico lo que quería era volver a andar, no esperaba volverse a casa libre de la carga de sus pecados, y Zaqueo, interesado solamente en ver el aspecto de Jesús, se le encontró metido en su casa y compartiendo su mesa (Lc 19); las mujeres sólo pretendían que alguien les descorriera la piedra del sepulcro para embalsamar un cadáver, pero se encontraron al Viviente saliéndoles al encuentro (Mt 28,1-10). Cuando acogemos al que está sentado junto al brocal de nuestro pozo, nuestra escasez se convierte en abundancia y nuestra hostilidad en acogida bondadosa y llena de gozo. Cuando Dios entra en nuestra vida, podemos tomar, como dice el profeta Isaías, vino, leche y miel, gratuitamente porque su Amor, siempre es generoso, desborda, supera, nuestros temores y expectativas. A mi medida. ¡Tan débil como yo, tan pobre y solo! ¡Tan cansado, Señor, y tan dolido del dolor de los hombres! Tan hambriento del querer de tu Padre (Jn 4, 34) y tan sediento, Señor, de que te beban... (Jn 7, 37) Tú, que eres la fuerza y la verdad, la vida y el camino; y hablas el lenguaje de todo lo que existe, de todos lo que somos. Sacias la sed, la nuestra y la del campo, sentado junto al pozo de los hombres. Arrimas tu hombro cansado a mi cansancio y me alargas la mano cuando la fe vacila y siento que me hundo. Tú, que aprendes lo que sabes, y aprendes a llorar y a reír como nosotros. Tú, Dios, Tú, hombre, Tú, mujer, Tú, anciano, Tú, niño y joven, Tú, siervo voluntario, siervo último, siervo de todos... Tú, nuestro. ¡Tú, nosotros! (Ignacio Iglesias, sj)Francisco Carmona
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