El camino espiritual es un despertar de consciencia. Ahora, no todo acto de consciencia es un despertar espiritual. Sabemos que la consciencia reflexiva nos revela que, se entró en el camino espiritual con seriedad. Algunos autores, señalan que para llegar a una comprensión profunda y auténtica del misterio de Dios necesitamos aprender a integrar todos los opuestos que ese Misterio nos revela. Del mismo modo, que en el Misterio, en la consciencia hay movimientos opuestos que, si se integran nos permiten tener una mayor claridad sobre nosotros mismos, sobre la vida y, sobre el Misterio que nos envuelve. Por fuera del Misterio, difícilmente, podemos afirmar que, nos estamos adentrando en la vida espiritual de manera auténtica. En la espiritualidad cristiana, se define el Misterio como aquello que es inaccesible a la razón y como aquello que tiene la capacidad de suscitar la fe porque puede hacernos sentir seguros, abarcados por Algo que, si bien no podemos definir, sabemos que nos rodea con su amor y nos llena de sentido. El alma humana tiene la tendencia a interesarse por aquello que supera el razonamiento e invita a la trascendencia. El Misterio está directamente asociado a la manifestación de lo que ha permanecido oculto. En la espiritualidad cristiana el Misterio está conformado por la manifestación de Dios en Jesús de Nazaret. Jesús nos revela algo que, durante muchos años, permaneció oculto a la razón. Nos dice san Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo, para que en Él, encontráramos nuestra salvación, el sentido de nuestra vida”.
Un filósofo de Oriente contó a sus discípulos la siguiente historia, que después éstos transmitieron: Varios hombres quedaron encerrados en una oscura caverna, donde casi no podían ver nada. Pasado un tiempo, uno de ellos logró encender una pequeña tea. La luz que daba era escasa, pero se le ocurrió que podía ayudar a cada uno de los demás para que prendieran su propia tea y así la caverna se iluminó. El maestro concluyó que este relato nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo y que compartirla no la desvanece, sino que, por el contrario, la hace crecer. En la medida que nos vamos adentrando en el Misterio, también vamos dándonos cuenta de que, el Misterio abarca tanto la alegría como la Tristeza; el asombro como la desesperación; el hastío como el sentido. Si no fuera así, la contemplación del Misterio no será completa ni real. Pertenecería a una ilusión o una proyección infantil. Muchos creen que la percepción del Misterio es para personas que hacen parte de un determinado +grupo religioso; además, afirman que, al no creer se sienten excluidos. El Misterio nos abarca a todos. Al respecto, conviene tener presentes las siguientes palabras: Dios no es judío ni cristiano ni musulmán, tampoco es budista. Las religiones son caminos que desean acercarnos a Dios; solamente, son eso. Así que, nadie está +por fuera conectar con el Misterio de Dios porque Él es un Dios para todos. Thomas Merton nos recuerda lo siguiente: “Dios ha puesto en cada cosa una chispa de su bondad divina. Hay chispas de santidad en todos los seres de la creación e incumbe al hombre ver todas las cosas y liberar las divinas chispas de la creación mediante la alabanza, el amor y el regocijo”. Entender lo anterior también nos permite sentir que, el Misterio de Dios habita en cada uno de nosotros y resplandece, cuando en lugar de aferrarnos al pasado doloroso, decidimos liberarnos de él porque comprendemos que, en lugar de ayudarnos a crecer, nos tiraniza y convierte en sus esclavos. Tengamos presente que, si no sanamos lo que nos hirió, terminaremos derramando nuestra sangre sobre quienes nunca nos hicieron daño. Las diferentes experiencias por las que atravesamos durante nuestro peregrinar por la vida nos recuerdan que, a pesar de todo lo vivido, nunca dejamos de ser, siempre somos. La conexión con el Misterio, que no es otra cosa que dejarnos abrazar por el amor de Dios, nos revela que siempre existimos, que somos permanentes y, que en el corazón de Dios, que es amor, siempre tenemos un lugar. Creer que se pierde el amor de Dios, por los fallos de nuestra condición humana, es un auténtico acto de arrogancia. Es como si tuviéramos la capacidad o el poder de decirle a Dios que debe amar y que no. Para sentirse amados y protegidos no necesitamos estar dentro de una religión, sólo necesitamos abrir el corazón y dejar que esa experiencia de ser amados y sostenidos nos abarque. Esa experiencia es mucho más grande y gratuita de lo que podemos llegar a imaginar o esperar. Pertenezco a una tradición donde el Evangelio tiene un lugar central, es el Core, de la relación con Dios. Aprendí que Jesús nos invita a abrazar su yugo que es suave y ligero porque, no es un conjunto de mandatos, sino la experiencia de ver como Él se parte como el pan para ser el alimento cotidiano de nuestra existencia. Al respecto, dice Karl Rahner: “Cuando una carga el yugo de Jesús, cuanto más tiempo lo abraza, se da cuenta de que, es cargado y abrazado por Él. Lo que al principio puede ser pesado, reconocernos amados, con el paso del tiempo, se convierte en la mayor suavidad que el corazón pueda experimentar. Al final, solo queda que, en Jesús somos profundamente amados por Dios”. Este es el verdadero Misterio. Cada uno de nosotros cuenta en su biografía con un momento donde el alma y el corazón fueron rotos por la dureza de quien sabiéndose herido nunca hizo nada por curarse porque creía que él estaba bien y que los demás eran los que estaban mal. Después de ese momento, seguramente, muchos andamos rotos o escindidos. Entrar en el Misterio, nos cura, porque nos permite entender que, Dios une lo que está roto, su amor nos permite recuperar lo que dábamos por perdido y, acoger al otro desde la compasión, porque logramos ver en él a un ser herido que, al no sentirse amado, prende el mundo con el fuego de su ira, de su dolor. Todo se mueve y se renueva. Se mueve el sol, la luna y la tierra, el átomo y la estrella. Se mueve el aire, el agua, la llama, la hoja. Se mueve la sangre, el corazón, el cuerpo, el alma. Todo se mueve, nada se repite. Todo es calma y danza, quietud en movimiento. Lo que no se mueve, se muere, pero incluso en lo que muere todo se mueve. Se mueve el Espíritu de Dios, energía del amor, verdor de la Vida. Se mueve Dios, el Misterio que todo lo mueve y lo impulsa al amor y la belleza. Déjate llevar (José Arregui)Francisco Carmona
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