Jesús advierte a sus discípulos del peligro que representa para la vida interior acostumbrarse a hacer cosas solamente por el afán de ser vistos. “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean”. Este tipo de actuaciones sólo sirven al Ego y, terminan creando una enorme distancia entre el Self y el núcleo interior de nuestro ser que, es el lugar donde habita la divinidad. El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo: De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo. A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho. Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida. Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.
Para evitar la justicia de los fariseos, ser vistos y aplaudidos por lo que hacemos, Jesús propone la muerte del Ego. ¿Qué significa morir al Ego? Según el Evangelio, morir al Ego significa, en primer lugar, tomar la propia cruz. Es decir, abrazar aquellos aspectos de la personalidad que nos resultan incomodos, los momentos de desierto y soledad, también aquellas experiencias donde el alma se siente desvanecer. En segundo lugar, abandonar los viejos patrones de conducta, aquellos que nos destruyen y hacen difíciles las relaciones con los demás. En tercer lugar, significa morir al propio interés y querer para buscar el querer e interés de Dios. Sabernos poner en segundo lugar, cuando se trata de amar a Dios y sus cosas. Morir al Ego, también significa nacer de nuevo. Lo anterior significa, dejamos de buscar el honor, el poder y la vanagloria para comprometernos generosamente con el amor. Jesús siempre proclamo que quien desea conquistar la fama, el prestigio y el poder por sí mismo, termina confundido en sus necesidades, anhelos y llamados de la vida. Esta confusión representa la desconexión con el alma y, en consecuencia, la llegada del vacío existencial a nuestra vida. Morir significa ser capaz de dejar atrás todo aquello que nos impide ser nosotros mismos. Quien se aleja de su centro, de su núcleo o Core, termina distraído y considerando válido cualquier camino. Frente al llamado de Jesús a morir al Ego para evitar la levadura de los fariseos podemos tomar el camino de la seguridad y renunciar al del crecimiento. Nuestra cultura es, ante todo, una cultura del entretenimiento. Para muchos autores, la sociedad actual tiende a privilegiar la superficialidad sobre la autenticidad y el compromiso. La desconexión del alma y del ser que promueve la cultura actual terminan privilegiando la levadura del fariseo por encima de la alegría que trae seguir a Jesús y dejarse confrontar por Él. De ahí que, al optar por la superficialidad, la ansiedad, la angustia y el miedo salen a nuestro encuentro. En la espiritualidad cristiana se hace referencia a la imagen del castillo como el símbolo de la vida interior. Entrar en el castillo significa dejar atrás las seguridades sobre las que fundamentamos la existencia para atrevernos a enfrentar la bruja alienada, como llama Hollis, al alma desconectada. Cuando el alma ha sido abandonada y reemplazada por el Ego, ella se comporta hostil. Todo lo que es rechazado en el alma, cuando vamos a su encuentro, nos resulta peligroso porque el distanciamiento lo convirtió en obstinación, resistencia y desconfianza. Por esa razón, es que muchos prefieren elegir seguridad a crecimiento. Dejar todo como siempre ha estado resulta cómodo porque no exige compromiso, revisión y, mucho menos, transformación. La levadura del fariseo es una concepción de la vida que está al servicio de la máscara y del ser inferior que tienen también su morada en el alma, junto al Ser superior. El alma que siempre está inquieta hace cosas, a veces extrañas, para conducirnos hacia el cumplimiento de su agenda, de su plan. Muchas personas, refieren despertarse a las tres de la mañana como algo recurrente en sus vidas durante un tiempo. Según Hollis, este fenómeno obedece a un impulso del alma que desea recuperar aquellas partes de sí misma que cayeron en el olvido o en la exclusión. Para vivir inmersos en las apariencias, se necesita una gran dosis de renuncia al Sí-mismo en beneficio del Ego. Responder al llamado de Jesús de cuidarnos de la justicia de los fariseos, del afán de actuar para ser vistos y aplaudidos exige de cada uno entender que la vida transcurre en la bipolaridad nacer-morir. Se nace cuando se muere y, se muere cada vez que se nace; es decir, cada que hay una experiencia de encuentro consigo mismo desde la autenticidad del ser. Estamos listos para experimentar una vida nueva cuando, en lugar de temerle a la vergüenza, sentimos que traicionarnos en un pecado sumamente grave. Estamos listos cuando sabemos que, es mejor perder el aplauso antes que, perder la luz del alma. Cuida de no practicar tu justicia delante de los hombres para que te vean; de lo contrario, no tendrás recompensa del Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; te aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando reces, no seas como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Te aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunes, no andes con la cabeza gacha, como los farsantes, que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Te aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará (Rezandovoy, adaptación de Mt 6, 1-6.16-18)Francisco Carmona
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