Había una vez un pequeño cocodrilo que quería hacerse vegetariano, pues no quería comerse a otros animales. No puedo mirar a los ojos a los animales mientras me los como. Las plantas no tienen ojos. Así que solo comeré verduras, dijo el cocodrilo a su padre. ¡Pues que te aproveche!, le dijo su padre, y dio un bostezo que le crujieron las mandíbulas. Ya no quiero seguir comiendo carne, dijo el pequeño cocodrilo a su madre. Pero, hijo, ¿y cómo vas a saciar el hambre?, le preguntó preocupada. El pequeño cocodrilo salió del río. Devoró tallos de junco, cortó con sus dientes cortezas de baobabs, masticó plátanos caídos al suelo y, de postre, chupó diez flores de orquídea. Pero el hambre no se iba. El estómago le ronroneaba y le gruñía como si no hubiese probado bocado desde hacía días. El cocodrilo volvió a meterse en el agua y se tendió de espaldas. La barriga le salía sobre la superficie del agua como una pequeña isla. Un ave del paraíso se le posó en la barriga y se puso a piar alegre. Al moverse el pequeño cocodrilo, el ave se asustó y, chillando, levantó el vuelo. El cocodrilo se dio la vuelta. Tenía un hambre terrible. Justo delante de él nadaba un pez apetitoso. Y antes de que pudiera pensar lo que iba a hacer, el cocodrilo abrió la boca y se tragó el pez. Al momento, el estómago dejó de gruñirle y ronronearle. Pero del ojo le cayó una enorme lágrima de cocodrilo. Y es que le habría gustado tanto ser vegetariano… En el interior, cada uno de nosotros alberga a muchos personajes. Cada personaje representa un momento de nuestra historia. Algunos personajes están revestidos de dramatismo, otros, pueden estar revestidos de triunfalismo. También están los que se visten de dudas, de peregrinos, de enfermos, de buenos hijos, etc. Nuestro interior es como la posada del evangelio de Lucas. Allí, llegan los que necesitan de un cuidado especial por parte del posadero. Cada personaje es una imagen arquetípica poblando nuestra psique. Christine Downing en el libro los espejos del Yo escribe: “Las imágenes arquetípicas ofrecen un rico reflejo de nuestra experiencia interior y de nuestra interacción con el mundo exterior. Como descubrió Jung cuando fue en busca de el mito que le vivía a él, resulta transformador el encuentro con una dimensión del inconsciente que es una fuente transpersonal, viviente y creativa, de inagotable energía y orientación”.
Cada uno tiene un destino; es decir, tenemos una vocación o identidad que realizar. En el camino hacia nuestro destino, somos acompañados por una fuerza que proviene del inconsciente, antes que, del consciente. Freud, nos enseñó que, la fuerza que dirige nuestra vida no está directamente a nuestro alcance. Ninguno de nosotros tiene acceso directo al inconsciente y la información que él contiene no está fácilmente disponible y, menos aún, bajo nuestro control. El inconsciente nos revela que, en nuestro interior, no hay una sola fuerza, la del Yo, sino que hay muchas fuerzas, algunas de ellas con un carácter destructivo y, otras, entregadas plenamente al servicio de la vida y de nuestro desarrollo. En nuestra posada hay huéspedes permanentes, también hay viajeros de paso. Hay otros, que no pueden valerse por sí mismos, también están los llegaron buscando refugio y, deseando distanciarse de todo lo que les rodea; están los que, al llegar a la posada, cierran la puerta y no quieren ser molestados por nadie. Finalmente, están los inoportunos, los que nadie espera y, llegan buscando apresuradamente ayuda, atención y cuidado. Algunos de nuestros huéspedes dan +paz; otros, nos incomodan y, también, los que nos desesperan. Al habitar nuestro interior, cada uno de ellos requiere ser visto, cuidado, abrazado e integrado. Hay momentos, en los que nuestros huéspedes llaman y nos encuentran malhumorados. Aunque no quisiéramos atenderlos, tenemos que hacerlo. Están ahí, reclamando nuestra presencia y nuestra atención. Después de serenarnos, podemos contemplar a quien toca la puerta y descubrir que su rostro nos resulta familiar. Vemos que sus heridas abiertas piden atención, un cuidado que, en otras circunstancia, no sería necesario dar. Hoy, nuestro huésped es el que lucha por experimentar a Dios, por conectar con Algo más grande porque se siente abrumado por el peso de sus búsquedas y resistencias. Este huésped ha sido asaltado por las falsas imágenes de Dios. Intentó construir su vida sobre valores que prometían ser sólidos y, al llegar la crisis, se marcharon, llevándose todo: la confianza, la seguridad en sí mismo, la capacidad de resarcirse, etc. En diálogos con el silencio, Thomas Merton escribe: “Enséñame, oh Dios, a aceptar con gozo mi desvalimiento en la vida espiritual. Enséñame a contentarme con tu gracia, que viene a mí en la oscuridad y hace cosas que yo no puedo ver. Enséñame a ser feliz por poder depender de Ti. Depender de Ti debería ser, en sí mismo, infinitamente más grande que cualquier otro gozo que mi apetito intelectual pueda desear…” Nuestra experiencia religiosa está llena de muchos conceptos. Algunos de ellos, han tiranizado la consciencia y la vida de las personas hasta el punto que son más importantes que la vida misma. Hay tantas palabras que, acercarse a Dios se vuelve una acción difícil. Hoy, nuestro huésped interior, al que le cuesta creer en Algo más grande, necesita del silencio y la contemplación para que sus heridas sanen y con él, el propósito de su vida. Hay momentos, en el que al huésped, le cuesta conectar, sentir, experimentar la Presencia de Dios, ésta se vuelve tan difícil, que escuchar y atender su angustia se hace difícil. Está lleno de ruido y éste hace difícil la comunicación, el acercamiento amoroso. En estos momentos, hay que recurrir a las palabras que nos regala Thomas Merton: “Si quieres saber quién soy, que es lo que me sustenta y abarca, no me preguntes dónde vivo, o lo que me gusta comer, o cómo me peino, pregúntame, más bien, por lo que vivo, detalladamente, y pregúntame si lo que pienso es dedicarme a vivir plenamente aquello para lo que quiero vivir”. Cuando el posadero se agota de la atención de su huésped enfermo, termina diciéndole: “Lo realmente importante no es lo que piensas o dicen los demás acerca del Dios que anhelas experimentar. Lo que importa es que, estas aquí y ahora y, te acompaña tu anhelo, sin él, no estarías disponiéndote a sanar, a ser tú, a vivir lo que amas. Lo más importante es que sí, te preguntas por Dios es porque Él está dentro de ti invitándote a mirarlo, a ser consciente de su presencia pero, de manera especial, de la incondicionalidad de su amor que es el que te trajo hasta aquí para sanarte” ¿Seré yo, Maestro, quien afirme o quien niegue? ¿Seré quién te venda por treinta monedas o seguiré a tu lado con las manos vacías? ¿Pasaré alegremente del hosanna al crucifícalo, o mi voz cantará tu evangelio? ¿Seré de los que tiran la piedra o de los que tocan la herida? ¿Seré levita, indiferente al herido del camino, o samaritano conmovido por su dolor? ¿Seré espectador o testigo? ¿Me lavaré las manos para no implicarme, o me las ensuciaré en el contacto con el mundo? ¿Seré quien se rasga las vestiduras y señala culpables, o un buscador humilde de la verdad? (José María Rodríguez Olaizola, sj)Francisco Carmona
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