“Puedes odiarme, pero yo te amo y siempre lo haré, aunque todo el mundo te rechace, hermana. ¿Recuerdas? Tenemos la misma mamá”. Esta son las palabras de Zöe hacia su hermana Clöe quien, no pierde la oportunidad para humillar a su hermana y a todo el que se le atraviese en el camino. Mientras Clöe ha tenido todos los privilegios que da ser la hija de un hombre con mucha riqueza y un puesto en el gobierno, Zöe creció en un orfanato donde fue dejaba por su madre que, decidió ir por el mundo a convertirse en una mujer reconocida porque se había hartado de ser una pobretona. Zöe esconde su verdadera personalidad para poder complacer a su madre y a su media hermana. Madre e hija no quieren que nadie sepan dos cosas: la primera, que la mamá es una mujer de un origen sumamente pobre. La segunda, que la mamá dejó en un orfanato a su hija mayor. En su corazón, Zöe lleva la herida del rechazo. Mientras que Clöe, es la hija de un hombre reconocido socialmente, Zöe desconoce la identidad de su padre porque fue concebida en medio de una violación. Así que, por miedo a ser rechazada, Zöe se convierte en un ser que busca complacer a todos.
El maestro Bankei estaba un día hablando tranquilamente a sus discípulos cuando su discurso fue interrumpido por un sacerdote de otra religión. Esta religión creía en el poder de los milagros y decía que la salvación provenía de la repetición de las palabras sagradas. Bankei escuchó atentamente y luego le preguntó al visitante qué quería decir. El sacerdote comenzó a alardear de que el fundador de su religión podía permanecer sentado y quieto durante meses o dejar de respirar durante muchos días y pasar por el fuego sin quemarse. Cuando finalizó su charla, le preguntó al maestro: ¿Que milagros puede hacer usted? Bankei se limitó a contestar: Apenas uno, cuando estoy con hambre, como y cuando estoy con sed, bebo. Cuando Zöe se cansa de su rol de complaciente es presa fácil de los akumas de Hawk Moth. Bajo el poder del Akuma, Zöe se convierte en la mujer aplastante. Los comentarios de Zöe sobre las demás personas son sumamente hirientes. La mujer tranquila y dueña de sí misma, se convierte en la mujer mordaz cuyas palabras a traviesan el corazón de las personas como si fueran una espada de doble filo. Bajo el poder del Akuma, Zöe es capaz de hacer sentir a las personas como el más bajo de los desechos que puedan existir. Zöe no mide sus palabras. Cuando vuelve a estar conectada consigo misma, Zöe no es capaz de dirigirse directamente a las personas, les escribe cartas amorosas intentando remediar el daño que hizo. Se dice a sí misma que, lo escrito queda, mientras que las palabras, el viento se las lleva. Dice Charles Dickens: “Hay grandes hombres que hacen a los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes”. Las personas que se sienten rechazadas cuando ya no pueden con la máscara de la complacencia, se convierten en las reinas del aplastamiento y la humillación. Como Zöe, muchas personas creen que, son grandes porque complacen los gustos y caprichos de los demás, ignoran el dolor que llevan dentro y, al que se aferran cuando los demás, sintiéndose autónomos, ponen su interés en otras cosas o no pueden estar al servicio de quien tantas cosas, les ha dado. Jesús nos invita a mirar adentro, a nuestro corazón, porque allí es donde reside la fuente del mal que, a veces, invadidos por el dolor, akumatizados, hacemos. Aferrarnos a la negatividad de lo que nos ha sucedido, nos convierte en personas vulnerables. José Luis Vásquez Borau escribe: “Comprender a las personas significa no limitarlas al mal que han realizado. Significa entender sus razones, para comprender y así poder perdonar”. El que juzga no es mejor que, el que daña. Todos, sin excepción, llevamos en nuestro corazón una experiencia que, al conectarnos con el dolor que nos produjo, perdemos el contacto con nosotros mismos y, sin quererlo, sacamos lo peor de nosotros. Mientras más nos esforzamos en ser seres de luz, más quedamos expuestos al poder de la oscuridad. Saúl Marrero escribe: “Jesús, en su evangelio, nos enseña que la interioridad es vital y que, si miramos el corazón de los demás, entonces veremos su realidad. Cada una de sus acciones estaba enfocada a sanar el interior de las personas. Él nos invita a renunciar a las viejas formas y abrazar una renovación interior, permitiendo que el amor, la compasión y la verdad florezcan en nosotros. Jesús nos enseña que, la autenticidad no reside en la preservación de nuestra vieja madera, sino en el Teseo que hay en nuestro interior, el que busca ser transformado por el amor divino. Pero el Señor dijo a Samuel: No te fijes en las apariencias ni en la buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón (1Sam 16, 7)” Jesús nos recuerda que, “hemos sido destinados a dar fruto”. Para que nuestro fruto permanezca, es necesario permanecer en el Amor de Jesús. Un amor que, ante todo se hace entrega; es decir, no se esclaviza a las heridas sino que las transforma, enseñándonos que no es el miedo sino la confianza en Algo más grande donde el corazón encuentra la fuerza que necesita para realizar auténtica y libremente su destino. Al mirar nuestra historia y, ver el rechazo que podemos haber experimentado, podemos dejarnos arrastrar por la negatividad, convertirnos en seres que complacen a todos y, después los aplastan o, podemos poner en el centro de nuestro corazón las palabras de Jesús: “Yo, los he amado hasta el final”. Cada uno es libre de elegir aquello que nutra realmente su alma y su corazón. Extiende tu mano y ponla en mi piel, este sentido de la realidad desnuda. Tócame, Jesús, que cuando la soledad me duela, tu cálida caricia sea mi compañía. Tócame, Jesús, que cuando el rechazo me hiera, tu tierna caricia sea mi acogida. Tócame, Jesús, que cuando el pecado sea mi lepra, tu misericordiosa caricia me restaure. Tócame, Jesús, que cuando la vehemencia me acelere, tu lenta caricia me recuerde el sosiego. Tócame, Jesús, que cuando la desolación me turbe, tu luminosa caricia sea mi consolación. Tócame, Jesús, que cuando a mi memoria todo lo olvide, tu silenciosa caricia me recuerde: que todo se pasa, que todos se pasan, que Tú y sólo Tú bastas, que todo mi ser y toda mi piel ha sido tocada, besada, abrazada, marcada y tatuada por tu caricia, una vez y para siempre (Genaro Ávila-Valencia sj)Francisco Carmona
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