En medio de la dificultad, la mayoría de las personas tienden a sentirse abandonadas por Dios. Es propio del alma que sufre, considerar lo que experimenta como una fuerza que la separa de Dios y, por lo tanto, la debilita, le impide reconocerse amada incondicionalmente por Dios. Un día, el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído. El zar era caprichoso, autoritario y cruel (como todos los que se enmarañan durante demasiado tiempo en el poder). Así que furioso por la ausencia del botón, mando buscar al sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo. Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y, arrancándolo de entre los brazos de su familia, lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí la muerte. Al atardecer, cuando el carcelero le llevó al sastre la última cena, esté meneó la cabeza y musitó: pobre zar. El guardia no pudo evitar la carcajada. ¿Pobre zar? Pobre de ti. Tu cabeza quedará bastante lejos de tu cuerpo mañana mismo. Tu no lo entiendes – dijo el sastre – ¿Qué es lo más importante para nuestro zar? ¿lo más importante? – contestó el guardia – . No lo se. Su pueblo. No seas estúpido. Digo algo realmente importante para él. ¿Su esposa? ¡más importante! ¡los diamantes! – creyó adivinar el carcelero. ¿Qué es lo más le importa al zar en el mundo? ¡Ya lo se! ¡su oso! ¿y? Mañana, cuando el verdugo termine conmigo … el zar perderá su única oportunidad de conseguir que su oso hable. ¿Tú eres entrenador de osos? Un viejo secreto familiar – dijo el sastre – Pobre zar. Deseoso de ganarse favores con el zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su descubrimiento. ¡El sastre sabia enseñar a hablar a los osos! El zar estaba encantado. Mandó a buscar inmediatamente al sastre, y cuando lo tuvo frente a si le ordenó: ¡Enséñale a mi oso nuestro lenguaje. El sastre bajó la cabeza. Me encantaría complacerle, ilustrísima pero enseñar a hablar a un oso es una tarea ardua y lleva tiempo. Lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo. ¿Cuánto tiempo llevará el aprendizaje? – preguntó el zar. Depende de la inteligencia del oso… ¡El oso es inteligente! – interrumpió el zar. De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia. Bien. Si el oso es inteligente y siente deseos de aprender … el aprendizaje duraría aproximadamente ¡dos años! El zar pensó durante un momento. Bien tu pena será suspendida durante dos años mientras entrenes al oso. ¡Mañana empezarás! – ordenó. Alteza – dijo el sastre. Si tú mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estaré muerto. Mi familia se las ingeniará para sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, ya no tendré tiempo para dedicarme a tu oso. Deberé trabajar de sastre para mantener a mi familia. Eso no es un problema – dijo el zar. A partir de hoy, y durante dos años, tú y tu familia estaréis bajo la protección real. Seréis vestidos, alimentados y educados con el dinero del zar. Nada que necesitéis o deseéis os será negado. Pero, eso sí: si dentro de dos años el oso no habla … te arrepentirás de haber pensado esta propuesta. Rogarás que el verdugo te hubiera matado. Entiendes, ¿verdad? Si, alteza. Bien, ¡guardias! – grito el zar. Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte. Dadle dos bolsas de oro, comida y regalos para los niños. ¡Ya! ¡Fuera! El sastre, en reverencia y caminando hacia atrás, empezó a retirarse mientras musitaba agradecimientos. No lo olvides – le dijo el azar apuntándolo con el dedo directamente a la frente si en dos años el oso no habla … Cuando todos en casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos. La esposa del sastre no cabía en sí de asombro. Su marido, al que pocas horas antes se le había llevado al cadalso, volvía ahora, acaudalado y exultante. Cuando estuvieron solos, el hombre le contó los hechos ¡Estás loco! – gritó la mujer ¡Enseñar a hablar al oso del zar! Tú, que ni siquiera has visto a un oso de cerca. Estás loco. Enseñar a hablar a un oso. Loco, estás loco. Calma, mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer y, ahora tengo dos años. En dos años pueden pasar tantas cosas. En dos años – siguió el sastre – se puede morir el zar. Me puedo morir yo. Y lo más importante: ¡A lo mejor el oso habla!
Escribe un colaborador de Rezandovoy: “Cuando estás hecho polvo… no pasa nada. O, mejor dicho, no es el fin del mundo. Puede ser por muchos motivos: un conflicto, algún fracaso, el exceso de trabajo, el amor o el desamor, los exámenes que parecen abocarte a un túnel, la búsqueda de horizontes cuando todo te parece anodino… Hay tantas razones para estar fastidiado a veces… Ahora bien, en la vida hay un reto. No venirte abajo cuando se te tuerce un poco la existencia. No creer que es el fin del mundo. No caer en espirales de desaliento en las que parece que se tambalea tu vida. La vida tiene contrastes. Y eso la hace hermosa. Hay días –o épocas– en que todo marcha bien. Y hay otras temporadas mucho más áridas, en las que parece que no puedo más. Entonces me parece inevitable desmoronarme, venirme abajo, lamentarme con llanto triste. Pero, ¿no es vivir reconocer que los momentos buenos no están garantizados, ni los malos tienen la última palabra? ¿No hay que perseguir aquello que amas, sabiendo que a veces el camino no es fácil? ¿No hay algo profundamente liberador en aceptar lo que venga y luchar sin certidumbres por aquello que siento que merece la pena? Bienvenidos sean los contrastes”. En medio del camino, sentado en el andén, se encuentra Bartimeo. El hombre está atravesando la oscuridad. La dificultad se ha vuelto tan grande, que no se sabe que camino tomar o si vale la pena continuar viviendo lo que hasta ahora se ha experimentado. En medio de sus batallas y luchas, cuando el barullo interno se ha intensificado y solo queda el ruido de las palabras vacías porque han sido rumiadas, una y mil veces, hasta el cansancio. Bartimeo escucha el nombre de Jesús. ¿Quién es este hombre que suscita tanto entusiasmo? ¿Cómo es posible andar detrás de un proyecto, ahora que nada tiene sentido? Ahora, ya no es sólo el ruido interno sino también el externo el que roban la paz de este hombre. Dolores Aleixandre describe el estado interno de Bartimeo con las siguientes palabras: “Desde la hondura de mi noche, escuché un rumor en el camino, ese camino por el que mi ceguera no me permitía aventurarme. Mi sitio era una cuneta a la salida de Jericó, un lugar marginal, una prisión en la que permanecía encadenado y ajeno a la vida que circulaba ante mí. Escuché un murmullo: Mirad, pasa Jesús, ese profeta galileo de quien todos hablan…Nunca he podido explicar después por qué supe en aquel preciso momento que la luz estaba pasando a mi lado y que había llegado para mí la ocasión única de dejarme alumbrar por ella. No tenía más instrumento que mi voz y me puse a gritar con todas mis fuerzas y a llamar al caminante hijo de David: quizá el nombre de un antepasado común rompiera las distancias que separaban a galileos y judíos: - ¡Ten compasión de mí! Fue tanto el algarabío que armo Bartimeo que, Jesús se detuvo y pidió que lo dejaran acercarse. Una vez que, Bartimeo, puesto de pie y habiendo abandonado el manto, estaba frente a frente a Jesús, a quien no podía reconocer porque era tanta la ceguera que el vacío le producía, escucha la pregunta: ¿Qué puedo hacer por ti? Jesús había hecho tantas veces esa pregunta a todo aquél que, en medio del camino salía llevando consigo sus angustias que, ahora, una vez más, sabía el efecto que producirían en los oídos de quien ahora, no sólo las escuchaba sino que, también se atrevía a acogerlas. De inmediato, Bartimeo respondió: ¡Quiero ver! ¿Estaba Bartimeo preparado para acoger la fuerza que le permitiría volver al camino? Ya había dado un signo claro de que sí estaba listo. Al escuchar que Jesús, el Maestro, el que podía orientarlo y acompañarlo, lo llamaba, dejó el manto a un lado y salió. El manto simbólicamente representa los prejuicios y los mecanismos de defensa. También representa los mecanismos de sobrevivencia, todo aquello que adoptamos para encontrar calor en medio del frío que, la crisis y la noche nos hacen experimentar. Ahora, Bartimeo estaba frente a su sueño: curarse. ¡Señor, quiero ver, quiero volver a creer! El asombro de Bartimeo debió ser grande al escuchar de labios de Jesús: ¡Tú fe, te ha curado! ¿Mi fe? ¡Si eso es, precisamente, lo que me falta! Pensó Bartimeo. Sin embargo, esas eran las palabras. ¡Tú fe, te ha curado! Las palabras de Jesús, dice Dolores Aleixandre, resonaban en el corazón de Bartimeo de la siguiente manera: “Tu impotencia, reconocida y gritada, te ha hecho salir de tu noche y correr a mi encuentro, reconociendo tu carencia y tu deseo. Y es eso lo que ha abierto en ti el camino para la llegada de la salvación”. Entonces, dice Dolores Aleixandre, Bartimeo pensó: “¡Claro! Mis ojos se abrieron y le miré. Y supe al instante que la vida con la que antes soñaba se quedaba atrás, lo mismo que mi viejo manto: ahora que le había visto, lo único que deseaba era ser su discípulo, quedarme a su lado, hacer de su camino mi propio camino”. Bartimeo acogió la fuerza que le permitió comprender que el sufrimiento no era la fuerza que configuraba su destino sino la Fe. Bienvenida alegría, bienvenido pesar, la hierba del Leteo y de Hermes la pluma: vengan hoy y mañana, que los quiero lo mismo. Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro y alguna alegre risa oír entre los truenos; bello y feo me gustan: dulces prados, con llamas ocultas en su verde, y un reírse zumbón ante una maravilla; ante una pantomima, un rostro grave; doblar a muerto y alegre repique; el juego de algún niño con una calavera; mañana pura y barco naufragado; las sombras de la noche besando a madreselvas; sierpes silbando entre encarnadas rosas; Cleopatra con regios atavíos y el áspid en el seno; la música de danza y la música triste, juntas las dos, prudente y loca; musas resplandecientes, musas pálidas; el sombrío Saturno y el saludable Momo: risa y suspiro y nueva risa... ¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento! Musas resplandecientes, musas pálidas, de vuestro rostro alzad el velo, que pueda veros y que escriba sobre el día y la noche a un tiempo; que se apague mi sed de dulces penas; ramas de tejo sean mi refugio, entrelazadas con el mirto nuevo, y pinos y limeros florecidos, y mi lecho la hierba de una fosa (John Keats) Francisco Carmona
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