Hay un momento, en la vida de cada ser humano, donde en lugar de ser definidos por nosotros mismos, terminamos sucumbiendo a las definiciones de los demás. Nos dejamos arrastrar por la corriente de las opiniones ajenas. La mayoría de la veces, lo que se dice de nosotros, tiene que ver más con la realidad de quien nos habla, que con la verdad que hay en nuestro interior. Jesús caminando acompañado por sus discípulos; de repente, les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Él sabe que, entre la gente y, también entre sus discípulos, se ha ido creando una opinión sobre él. Jesús sabe que, si se deja llevar por esa opinión puede terminar desenfocado de su misión. Era un eremita de muy avanzada edad. Sus cabellos eran blancos como la espuma, y su rostro aparecía surcado con las profundas arrugas de más de un siglo de vida.
Pero su mente continuaba siendo sagaz y despierta y su cuerpo flexible como un lirio. Sometiéndose a toda suerte de disciplinas y austeridades, había obtenido un asombroso dominio sobre sus facultades y desarrollado portentosos poderes psíquicos. Pero, a pesar de ello, no había logrado debilitar su arrogante ego. La muerte no perdona a nadie, y cierto día, Yama, el Señor de la Muerte, envió a uno de sus emisarios para que atrapase al eremita y lo condujese a su reino. El ermitaño, con su desarrollado poder clarividente, intuyó las intenciones del emisario de la muerte y, experto en el arte de la ubicuidad, proyectó treinta y nueve formas idénticas a la suya. Cuando llegó el emisario de la muerte, contempló, estupefacto, cuarenta cuerpos iguales y, siéndole imposible detectar el cuerpo verdadero, no pudo apresar al astuto eremita y llevárselo consigo. Fracasado el emisario de la muerte, regresó junto a Yama y le expuso lo acontecido. Yama, el poderoso Señor de la Muerte, se quedó pensativo durante unos instantes. Acercó sus labios al oído del emisario y le dio algunas instrucciones de gran precisión. Una sonrisa asomó en el rostro habitualmente circunspecto del emisario, que se puso seguidamente en marcha hacia donde habitaba el ermitaño. De nuevo, el eremita, con su tercer ojo altamente desarrollado y perceptivo, intuyó que se aproximaba el emisario. En unos instantes, reprodujo el truco al que ya había recurrido anteriormente y recreó treinta y nueve formas idénticas a la suya. El emisario de la muerte se encontró con cuarenta formas iguales. Siguiendo las instrucciones de Yama, exclamó: Muy bien, pero que muy bien. !Qué gran proeza! Y tras un breve silencio, agregó: Pero, indudablemente, hay un pequeño fallo. Entonces el eremita, herido en su orgullo, se apresuró a preguntar: ¿Cuál? Y el emisario de la muerte pudo atrapar el cuerpo real del ermitaño y conducirlo sin demora a las tenebrosas esferas de la muerte. El Maestro dice: El ego abre el camino hacia la muerte y nos hace vivir de espaldas a la realidad del Ser. Sin ego, eres el que jamás has dejado de ser. Cuando importa más la opinión ajena sobre nosotros que, la verdad, terminamos adoptando una falsa personalidad, una máscara, para poder ganarnos la aprobación de los demás. Winnicott, psicoanalista, describe que los niños pueden desarrollar un falso Self para complacer a sus cuidadores. Desde a muy corta edad, muchos aprendimos a sacrificar nuestra identidad para poder sobrevivir en un ambiente hostil, un mundo de adultos que nunca se hicieron cargo de sí mismos y, que están convencidos de que, así es la vida y, si a ellos les tocó duro, también toca serlo con los demás para que no sean flojos y, algún día, puedan servir para algo. El falso Self es una máscara que el niño adopta para ser aceptado y aprobado. Es una estrategia de sobrevivencia que, al final, terminan ocultando o sepultando el verdadero yo. En la edad adulta, muchos conservan la máscara porque tienen un miedo enorme a ser desaprobados, rechazados o maltratados. Mientras más fuerte es la máscara, más vulnerable se siente la persona interiormente. La máscara sólo es posible mantenerla vida, negándose a ser. Lo anterior, implica que tengamos que atravesar por la desconexión emocional y sumergirnos en la resistencia y la inconsciencia. Pere Balaguer, psicóloga, escribe: “El falso Self puede manifestarse en una falta de autenticidad, una sensación de vacío interno y una lucha constante por complacer a los demás. Las personas con esta patología a menudo se sienten desconectadas de sus verdaderos sentimientos y deseos, lo que puede llevar a la depresión, la ansiedad y una sensación de vacío existencial”. Mientras más fuerte sea la desconexión, más grande es la insatisfacción y el vacío existencial. En estas condiciones, el individuo se siente sin lugar, sin identidad y enajenado de sí mismo. Vivir aferrados a una máscara, a la inautenticidad, pasa cuenta de cobro en algún momento de la vida. La salud mental se ve deteriorada y comprometida cuando, en lugar de escuchar el llamado de la vida a ser nosotros mismos, elegimos aferrarnos a la máscara y a la ilusión de felicidad que ella ofrece. Entre los problemas de salud mental asociados a la máscara encontramos: dificultades para la autorregulación emocional, la falta de autoconsciencia y problemas en las relaciones interpersonales. La psicología profunda nos enseña que, a través de una experiencia auténtica de encuentro con Cristo, podemos aprender a caminar en la verdad. Vivir aferrados a un falso sentido del Yo puede provocar en nuestra psique los siguientes conflictos: en primer lugar, dificultades en la autorregulación emocional. Esto se traduce en incapacidad para expresar las emociones reales. La represión de las emociones termina convirtiéndose en depresión y ansiedad. En segundo lugar, falta de autoconsciencia. Esto se traduce en perdida de contacto con las necesidades, los deseos y la propia vocación o identidad. Al final, la persona termina experimentando vacío existencial y la falta de propósito en la vida. En tercer lugar, aparecen las dificultades para establecer relaciones interpersonales sanas. Aferrarse a un falso Self hace que las personas tengan dificultad para sentirse satisfechas en las relaciones, las apariencias y el control mandan la parada en las relaciones. Las personas terminan sumidas en la soledad y en la alienación. El trabajo espiritual consiste en tomar consciencia de quienes somos realmente. Ese conocimiento sólo es posible alcanzarlo sabiendo quienes somos realmente nosotros, que le da sentido, orden y estructura a nuestra vida. De ahí que, sea necesario desprendernos del falso Yo, que se alimenta de las heridas aun sin cicatrizar del pasado y de la máscara que nos lleva a vivir en función de las apariencias y nos sumerge en la inautenticidad. En la medida que, descendemos a las profundidades de nuestro corazón, nos elevamos a la grandiosidad y majestuosidad de Dios, lo que nos permite reconocernos como “chispas divinas que están esperando la oportunidad de convertirse en fuego” Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía… después soñé que soñaba. Anoche soñé que oía a Dios, gritándome: ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía y yo gritaba: ¡Despierta! (Antonio Machado)Francisco Carmona
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