El 9 de febrero de 1983, cuando era estudiante de décimo grado en el colegio Manuel Uribe Ángel, Envigado, mientras estábamos en clase de física, pidió permiso para ingresar al salón, un sacerdote español, quien miró el tablero, pido permiso al profesor y resolvió lo que el profesor estaba explicando. Después, nos invitó a una convivencia en el colegio Teresiano el sábado 12. En la convivencia, trabajamos el tema de la máscara en nuestra vida. Al final, recibimos una invitación a encontrarnos de nuevo el 12 de marzo.
En el segundo encuentro, estuvimos hablando del Yo y la necesidad de construirnos auténticamente. Fue la primera vez que escuché la palabra acompañamiento. Aprendí que acompañar, es una tarea que tiene como objetivo ayudar a las personas a reconocer la presencia de Dios en la vida, en la propia historia personal y en los llamados existenciales que la vida hace. Ese mismo día, recibimos la invitación para ir a celebrar la Semana Santa en una vereda llamada Palo blanco, en armenia- Antioquia.
El primero de abril de 1983, viernes santo, acompañó a José García a llevar la comunión a los enfermos. Llegamos a la casa de Jesusita, una mujer anciana, ciega, enferma, pobre y llena de alegría por nuestra visita. José permite que le dé la comunión a esta mujer. Mi corazón se ensancha, siente que desea convertirse en Marianista para acompañar a las personas y ayudarles a sacar a la luz lo mejor de sí mismas.
Con este propósito entre a la vida religiosa donde estuve cerca de 22 años, enero 22 de 1985- 27 de noviembre de 2007. Durante todo ese tiempo, el deseo de ser formador, acompañante, me acompañó todo el tiempo. Participe en todo los cursos sobre formación que tuve posibilidad. En Colombia, me formé como acompañante con Victor Martínez. En Roma, tuve como maestros y formadores en acompañamiento espiritual Dominic Maruka, Ebert Alphonso, Manuel Ruiz Jurado, Mihaly Szenmartony, Marko Iván Rupnik, Alessandro Manentti. En el Instituto Teresianum, a Benito Goya.
El 22 de enero de 2006, cuando terminaba de predicar ejercicios espirituales a unas religiosas misioneras de la madre Laura, frente a una imagen de la Virgen Maria, empecé a sentir en mi interior una voz que me decía: ¿Qué quieres hacer con tu vida? Sanar los corazones destrozados y vendar los que están heridos, fue mi respuesta. Desde ese día, emprender un camino que me llevo a dejar el ministerio sacerdotal y dedicarme al acompañamiento psicológico y espiritual.
Con el paso del tiempo comprendí cuatro cosas que provienen de Carl Gustav: la primera, “Del mismo modo, el que hiere, se hiere a sí mismo; el que cura, se cura a sí mismo”. La segunda, la base de la neurosis está en una experiencia distorsionada y deformada de la divinidad. La tercera, dentro de cada uno de nosotros hay una chispa divina que busca la oportunidad de arder; entrar en contacto con ella, se vuelve difícil, a causa del trauma, cuando nos curamos, esa chispa divina se transforma en fuego. Ese es el propósito del acompañamiento.