En el año 1980, cuando cursaba séptimo de bachillerato, el profesor de matemáticas, a quien todos llamábamos tomasito, para completar su carga académica, tuvo que enseñar estética. Este hombre, al parecer no sabía nada de la materia y decidió enseñarnos psicología. Nos puso a consultar en el libro de Enrique Cerda, una psicología para hoy, los mecanismos de defensa. Fue él quien despertó mi interés por la psicología y deseo de llagar a ser, algún día, profesional en esa área. Años más tarde, cuando cursaba décimo de bachillerato conocí al P. Manuel Gonzalo Azpeitia, un vasco que había dejado su tierra, para trabajar en Colombia como misionero. Nos invitó a participar de una convivencia, trabajamos el tema de la máscara y la identidad. Mi interés por la psicología creció, empece a formar parte de grupos de estudio de psicoanálisis organizado por un colectivo de profesores de la Universidad de Antioquia. Ingrese a la Compañía de Maria -Marianistas, cuando estaba en el noviciado, mi interés por la psicología era tal, que tuvieron que recordarme que estaba en una comunidad religiosa y no en una facultad de psicología. Cuando llegó el momento de elegir una carrera civil como religioso, pedí estudiar psicología. El superior, en ese momento, el P. Cecilio de Lora, me sugirió estudiar filosofía; decía el: la filosofía es madre de la psicología y la formación filosófica me ayudaría a ser un buen psicólogo. Después de terminar mi la licenciatura en filosofía, viaje a Roma para estudiar Teologia. Una vez allí, la fuerza de la vida me empuja y terminé haciendo teología y psicología a la vez. Así, mientras mis compañeros de seminario hacían ocho materias, hacía dieciséis. El compromiso era mantener un buen rendimiento académico. Así fue. Cuando regrese a Colombia, trabaje un año en Bogota y al año siguiente fui enviado a Girardot. De nuevo, la psicología entró al escenario de mi vida. Empecé a sentir un deseo creciente de acabar la carrera de psicología. Cuando llegue a Medellin pude terminar la carrera de Psicología gracias al apoyo del P. Marino Martinez Perez quien dio la orden para que fueran reconocidos todos los estudios realizados en Roma. Me gradué como psicólogo el 10 de diciembre de 2008. Por fin, una vida dedicada al acompañamiento alcanzaba la profesionalización. En todo este proceso, el jefe del departamento de práctica de psicología, Edwin Velez Toro tuvo un papel importante. Un profesor de prácticas quiso que se prohibieran las constelaciones familiares porque, según él, eran una práctica peligrosa. La respuesta del jefe de prácticas fue: “no voy a pasar a la historia como el que prohibió, sino como el que apoyo porque creo en la seriedad de quien esta llevando adelante ese trabajo”.
Durante mi formación filosófica conocí a Car Gustav Jung. Fue amor a primera vista. Me apasionaba enormemente el tema de la psicología centrada en el alma, en el Si-mismo, en vivir auténticamente. En la comunidad, e autorizaron, como regalo de cumpleaños, comprar las obras completas de Jung. Nunca lo hice. La atracción por el tema de los complejos, la sombra, los arquetipos, la espiritualidad tomaron tanta fuerza que me dediqué a buscar quien me enseñara sobre Jung porque en la universidad no ofrecían cursos sobre el tema. Conocí a Lisimaco Henao. Desde el 2005 hasta el 2013 estuve en consulta con él y, en alguna ocasión, lo tuve como profesor privado de Clinica junguiana. Por esos mismos años, estuve animando un grupo de psicólogas que deseaban estudiar y profundizar en la psicología de Carl Gustav Jung. También en la universidad, di el curso el mapa del alma según Jung. En el año 2007 conocí a Thomas Moore, me apasionó de tal manera, que termine leyendo todas sus obras.
Hoy, siento que la imagen, que mejor define mi vida, mi alma, es la del psicólogo. Esa imagen tiene como esencia al hombre que acompaña a otros a conectar con su esencia, la chispa divina, después de curar el trauma, y salir de las lealtades e implicaciones sistémicas.