Donde hay un corazón aferrado a las heridas del pasado, también hay un corazón cerrado a la experiencia auténtica del amor. Podemos elegir vincularnos con los demás a partir del dolor, del reclamo, del reproche o, hacerlo desde el amor, la aceptación y la apertura. Riponche escribe: “El corazón abierto es la flor más bella de todas. La mayor belleza del mundo es la compasión; el amor brillando libre de avaricia y apegos”. Un corazón ordenado afectivamente fluye. A medida que el corazón se abre, la compasión entra en él como rayos de sol irrumpiendo a través de las nubes.
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Las obsesiones son un trampa del Ego. A través de las obsesiones, el Ego nos distrae de las principales tareas y, nos quita la atención y libertad para poder fluir en la vida con libertad y autonomía. Una de las mayores obsesiones en las que el alma puede verse atrapada está relacionada con la expresión: aquello que nunca debió haber ocurrido. Esta obsesión invita, como dice Carolyne Hobbs, a zambullirse en el pasado intentando corregirlo, como si fuera posible reformar el tiempo y nuestras acciones. Mientras más nos zambullimos, más atrapados nos sentimos. Otra obsesión está relacionada con los padres, con las cosas que nos negaron y con el tiempo que no nos dedicaron. No hay taller de constelaciones donde este reclamo no esté presente a la hora de hablar sobre lo que se quiere trabajar. En ocasiones, esta obsesión es tan fuerte que no sólo nos arrastra a la adicción, sino que nos mantiene en ella.
Jesús, antes de subir al cielo, le dice a los discípulos: “Me voy a la casa del Padre. Allí, hay muchas moradas. Prepararé una morada para ustedes. Así, donde Yo estoy también estarán ustedes que son mis amigos”. El Padre, según el evangelio de Juan, es Aquel que inspira las acciones de Jesús. Según esto, el Padre no es otro que el Amor. El amor tiene su morada en el corazón de cada ser humano y, la tarea del ser humano es habitar en su corazón, permanecer en contacto con éste, si desea que sea el amor, no otra fuerza, la que inspire, anime, guie y de forma a su vida. La bandera del Padre de Jesús, siguiendo el lenguaje ignaciano, no es otra que la Compasión y la Misericordia. Si queremos ser imagen y semejanza del Padre estamos invitados a tomar su bandera; de lo contrario, lo que decimos que es amor, termina siendo algo muy diferente: egoísmo, narcicismo, soberbia, etc.
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