El origen del alma se encuentra en la eternidad. La vida ha existido desde siempre. Nosotros morimos y la vida permanece. La vida fluye permanentemente. Si el origen del alma, de la vida, es eterno, las leyes que rigen al alma y a la vida son las de la eternidad. Para comprender el alma y la vida se hace necesario entender las dinámicas de lo eterno. Sin conexión con lo que está más allá de nuestra comprensión racional, difícilmente, podemos hablar del alma con alguna precisión. Hablar del alma invita a reconocer la realidad que nos trasciende. Martín Lutero consideraba que el alma guardaba en su corazón una nostalgia que, continuamente, la hacía sentir pecadora. Lo que llamamos pecado, no es otra cosa que, el deseo profundo del alma de vivir en conexión con el mundo al que ella realmente pertenece, el de la trascendencia. El alma se siente perdida, agobiada y perturbada cuando se le quieren imponer unas leyes que no corresponden con su esencia, con su naturaleza. Si bien el alma transita por la vida humana, su verdadera conexión está más allá. De ahí que, por ejemplo, los salmos afirmen que el alma tiene sed de Dios, que en medio de la angustia el alma clama a Dios, que en la noche el alma espera que Dios venga a consolarla y a regalarle su amor, como lo hacen los esposos. El alma sabe que su verdadero amor es Dios y su alimento las relaciones que, desde ese amor, logra establecer sanamente con los demás. Las acciones inconscientes que, por momentos dominan el alma, tienen como único objetivo saciar su necesidad de contacto con un amor profundo y verdadero.
En el alma siempre hay la consciencia de algo superior que la define, la dirige, la sana y la acompaña. Esa fuerza está representada psicológicamente por la idea de Dios. Cuando el alma es obligada, por el Ego, a desconectarse de la fuerza trascendente, su nostalgia y perturbación se apoderan del Yo y lo convierte en un vasallo. ¿Qué significa? Que el Yo comienza a caminar detrás de identificaciones que le inspiren la conexión con lo divino aunque no lo sean realmente. Así, es como vemos personas buscando un Gurú, un objeto o alguien que le diga qué hacer con su vida. Las respuestas que el alma necesita nunca vienen de afuera. Eso es algo sabido. El alma necesita ir hacia dentro para poder encontrarse y conectarse. Dios no es más que nuestra intimidad más profunda. Un anciano está haciendo cola para subir al autobús y un joven que está detrás de él, le pregunta: Perdone, ¿tiene fuego? ¡No! –le contesta algo enfadado el anciano. El joven piensa: No me muerdas, y pide fuego a otra persona. Unos minutos más tarde, el anciano que tiene delante ¡¡¡enciende un cigarrillo!!!... Así que el joven le dice: Oiga, ¿por qué me ha dicho que no tenía fuego cuando está claro que sí? Verá usted –responde el anciano-. Si le hubiera dado fuego, es probable que usted y yo nos hubiéramos puesto a hablar. Y si nos hubiéramos puesto a hablar, es probable que hubiéramos acabado sentándonos juntos en el autobús, es probable que hubiéramos acabado conversando. Usted parece un tipo agradable y es probable que hubiera empezado a caerme bien. Y entonces, podría haberle invitado a bajarse en mi parada para venir a casa a cenar. Y si usted hubiera venido a cenar, es probable que hubiera conocido a mi hija. Y si hubiera conocido a mi hija, es probable que hubiera salido con ella. Y si hubiera salido con ella, quién sabe, una cosa lleva a la otra, y es posible que todo hubiera acabado en boda... ¡y yo no quiero que ella se case con alguien que ni siquiera puede comprarse un encendedor! Durante este tiempo, contemplamos la figura del resucitado. Desde la psicología, el resucitado representa al hombre que desfigurado por el mal, se levanta de la tumba con el poder que otorga la conexión con Dios y con la vida. El resucitado nos cuenta que, el ser humano que el mal da por muerto, por acabado, por destruido, se levanta porque su centro vital, su núcleo interior está conformado por algo diferente a lo que el mundo, las mayorías, buscan. El resucitado nos dice que el alma vive de Dios y en Él, el alma nunca muere, siempre vive y se levanta de la oscuridad, de aquello que intenta retenerla e impedirle que viva a plenitud. El resucitado nos recuerda que Dios no está presente en las cosas muertas, en las que roban la esperanza, las que alejan del amor, las que roban la dignidad a otras personas. El resucitado nos recuerda que siempre podemos volver a lo fundamental y allí, establecer nuestra morada permanente. En la medida, que exageramos el rechazo al alma, a su dimensión trascendente, nos estamos arrojando, sin querer, al vacío y a la confianza en fuerzas que, prometiéndonos la felicidad, terminan alejándonos de ella porque nos hacen dudar de nosotros mismos y terminan alimentando el Ego en lugar de servir a la vida. Donde lo espiritual está reprimido, donde el amor se contiene, comienzan a aparecer las creencias en las energías que quieren destruirnos, en los demonios, en las brujerías y en los hechizos. Para Freud, la causa de los trastornos de la psique está en la represión de la sexualidad. La sexualidad como fuego sagrado tiene la energía de la divinidad. Si la conexión con lo divino se reprime, el alma, necesariamente, termina enferma, perdida, sumida en el trastorno más profundo que pueda encontrar. La Enantiodromía, la función reguladora de los opuestos, siempre está al acecho del alma que, en su desvarío pone la confianza en creaciones de la mente, en lugar de aquello que la conecta con lo sagrado. La desconexión del alma consigo misma crea desorden y ceguera. El alma en lugar de ir hacia la luz, hacia lo que da certeza y realiza la vida, sin darse cuenta, camina hacia la oscuridad y el abismo que el vacío crea. La crueldad de la enantiodromía se ve reflejada en el temor permanente que acompaña al alma y la hace sentir pecadora, insegura e indigna del amor no sólo de los demás sino también de Dios. Señala la psicología profunda, el sufrimiento que agobia al lama y la escinde es el resultado de haberse representado de un modo visible algo totalmente equivocado al objeto de su amor y de su búsqueda, de Dios. El paso más importante en la dirección de la cura consiste en identificar quienes somos y qué no somos. Para lograrlo, es necesario diluir las identificaciones que el alma ha hecho con ideales que, por su poder, ejercen una influencia numinosa en el alma atrapándola e impidiéndole ser. Una persona puede quedarse atrapada en la imagen del buen hijo y no tomar su vida por miedo a que sobrevenga un castigo si se aleja de los padres para seguir y realizar la imagen que sobre su destino tiene en su alma. Para lograr esa diferenciación, el ser humano debe encontrar un fundamento sólido sobre el cual el Yo pueda comenzar a cumplir sus obligaciones con la vida y dibujar el horizonte que, al salir de la esclavitud, comienza a aparecer ante su mirada. Dios cotidiano ¿Es que te escondes o acaso sigo un mapa erróneo? Quizás deba dejar de esperar a lo especial, a lo sublime, lo superlativo, a lo excepcional y buscarte en las horas quietas, en las conversaciones intrascendentes, en las palabras casuales, en las lecturas sin huella, en las letras minúsculas de mi historia; buscarte en lo prosaico, en los mensajes con motivo, en las tardes irrelevantes, en los trabajos con fecha de caducidad, en los días grises, en los sentimientos ligeros, en los fracasos sin lágrima y los aciertos sin acta. Quizás, sin yo notarlo, eres compañía discreta en los viajes de trabajo, luz suficiente en paisajes olvidables, silencioso eco en la oración callada, fuerza justa en la lucha de cada día, roce casual en el esfuerzo compartido. ¿Dios escondido? O revelado en el envés menos brillante de la vida (José María R. Olaizola, sj) Francisco Javier Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Haz clic y visita nuestro canal de podcast, podrás escuchar todos los episodios completos.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|