Según Carl Gustav Jung, aquellas imágenes que, de un modo u otro, perturban nuestra psique tienen un carácter numinoso y, por esa razón, merecen nuestro interés y atención. Si vamos transformando esas imágenes, el alma se sana y puede emprender el camino hacia su destino con libertad y autenticidad. “Si estas imágenes o recuerdos aparecen en la vida adulta, pueden llegar a causar en ciertos casos perturbaciones psicológicas profundas, mientras que en otras personas pueden producir curaciones asombrosas o conversiones religiosas. A menudo recuperan un pedazo de vida que había estado perdido durante mucho tiempo, lo cual enriquece la vida de un individuo”. Trabajar sobre las imágenes internas con el objetivo de integrarlas en la vida y recuperar los contenidos perdidos que hay en ellas representa una gran riqueza para el despertar de la consciencia, para el autoconocimiento y el crecimiento espiritual. Peter Bourquin, cuando hace referencia a las constelaciones familiares, dice: “Las constelaciones familiares hacen visible las imágenes que permanecen en el alma y son las responsables de las dinámicas que rigen un sistema familiar, a veces, durante varias generaciones”. La imagen de una bisabuela muriendo en el parto puede hacer que, en las generaciones siguientes, se encuentren mujeres, que pese al deseo que tienen de ser madres, tengan graves problemas de infertilidad. La imagen de la abuela humillada por la familia de su esposo puede terminar generando rechazo y autosaboteo a la riqueza, al bienestar. Como señala Jung, la recuperación de los modos arquetípicos de comportamiento y funcionamiento de la psique pueden crear horizontes más amplios y de mayor extensión para la consciencia.
En Constelaciones Familiares trabajamos para recuperar esas imágenes pérdidas en el inconsciente familiar y personal pero, presentes en el inconsciente colectivo con el objetivo de integrar los opuestos, que a menudo están separados, disociados, para que la individuación, salir del sistema familiar y de las implicaciones propias que generan los vínculos, pueda ser una realidad tangible. Una madre que se queda atrapada en las imágenes de violencia vivida en sus relaciones de pareja termina influyendo en la psique de las generaciones siguientes que, sin desearlo o perseguirlo, terminan repitiendo el mismo patrón de relación que la madre. Lo vivido necesita ser reconocido, asumido e integrado; de lo contrario, permanece reprimido y ejerciendo poder en la psique. Ryokan, un maestro zen, vivía de la forma más sencilla posible en una pequeña choza al pie de una montaña. Cierto día, por la tarde, estando él ausente, un ladrón se introdujo en el interior de la cabaña, solo para descubrir que no había allí nada que pudiese ser robado. Ryokan, que regresaba entonces, se encontró, con el ladrón en su casa. Debes haber hecho un largo viaje para venir a visitarme, le dijo, y no sería justo que volvieras con las manos vacías. Por favor, acepta mis ropas como un regalo. El ladrón estaba perplejo, pero al fin cogió las ropas y se marchó. Ryokan se sentó en el suelo, desnudo, contemplando la luna a través de la ventana. Pobre hermano, se decía. Ojalá pudiese haberle dado esta maravillosa luna. Añadió el Maestro: nos pueden quitar las máscaras, pero nunca nuestra fascinación por la vida. Si quieres regalar algo a tus hijos que sea precisamente, tu conexión con la vida. Quien trabaja con las imágenes internas del alma tiene que cuidarse de verlas como representaciones fantásticas y olvidarse del carácter arquetípico y numinoso que hay en ellas. Recordemos que, el sustrato último del alma es religioso. Cuando desconocemos lo arquetípico y lo numinoso también le estamos negando al alma su conexión con Dios; lo cual, termina causando un traumatismo mayor del que estamos interesados en curar. Los contenidos de las imágenes y recuerdos no son neutrales, cuando se asimilan transforman la consciencia y la personalidad. En cambio, si no se asimilan o se continúan rechazando terminan generando alteraciones psíquicas que pueden llegar a convertirse en trastornos mentales. Las imágenes y sus representaciones arquetípicas, a veces, pueden ser ambiguas. Esta ambigüedad, permite que pongamos el acento en el aspecto personal, en el aspecto familiar, en el aspecto arquetípico o en el aspecto colectivo. Negar alguno puede resultar molesto para la psique que, por su propia naturaleza, contempla el todo. Siempre hay que tener presente el carácter numinoso de algunas experiencias; sobre todo, cuando están modificando nuestra personalidad, agitando nuestro mundo emocional y generando preguntas existenciales. También resulta importante ver si detrás de las imágenes está escondida la represión infantil, el temor a no pertenecer, o la vida instintiva. Lo importante es mirar al todo con amor, antes que parcializarse. Cuando nos esforzamos en reprimir el carácter numinoso de algunas experiencias, terminamos atrapados en la neurosis, más confundidos que antes y, curiosamente, más agresivos, dispersos, disociados e inestables. La numinosidad de las imágenes, de los recuerdos, de los contenidos de la psique o del alma son autónomos; es decir, no podemos controlarlos tan fácilmente. Siempre están a la espera de poder subir a la consciencia y manifestarse. Recordemos la escena del hombre que tiene una mano paralizada, cuando ve a Jesús, comienza a gritar: nos vienes a destruir. El texto termina diciendo que Jesús es un Maestro que enseña con autoridad. Jesús, contrario a los fariseos, transforma nuestras imágenes deformadas de Dios y permite que conectemos con la fuerza que tiene la Misericordia cuando proviene del corazón de Dios o de uno que se esfuerza por amar y servir más allá de su propio interés y querer. El camino de la represión es muy tentador, también lo es el camino que propone soluciones fáciles, sin esfuerzo ni fatiga. Sin embargo, el camino que nos sana, exige el encuentro con nosotros mismos en consciencia y libertad. Cuando el terapeuta, centrado en sí mismo y encerrado en sus propios complejos, trata las experiencias que marcan profundamente el alma de una persona, como si fueran relatos novelescos, termina negando el carácter vivo y numinoso que las imágenes, recuerdos o experiencias traumatizantes tienen y cómo cuando suben del inconsciente a la consciencia muestran un poder que revela su autonomía y dolor por no ser respetadas. Cuando el terapeuta despoja de su numinosidad lo que afecta la psique del consultante, no solo cae en los relatos sin sentido, sino en la falta de empatía y acogida incondicional que debe caracterizar su ejercicio. Así, como lo numinoso, cuando es mal acogido, enferma, también cuando es acogido termina sanando e individuándonos. Hace que salgamos del temor a ser nosotros mismos. No sé qué hacer, Señor, con estas ansias de vida, que me van devorando cada día! Si pretendo frenarlas, ya no vivo. Si las dejo correr, ¿dónde me llevan? Tú eres la vida. Yo sólo un hilo de tu fuente. Manar, correr, verterme… Sin mirar dónde, cómo y a quiénes, derramarme. Y a los pies de mi hermano, de cualquiera, estrellar mi alabastro y dejar que la casa se empape toda del perfume barato, que te traigo. ¿Eso es vivir? Pues eso ansío. El morir a mi muerte, el no acabarme con algo tuyo, por dar, entre mis dedos. Y, cuando haya partido, continuaré, manando de tu fuente, lo aprendido: Muero, siempre que vivo; Vivo, siempre que muero (Ignacio Iglesias, sj) Francisco Javier Carmona
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