Para Platón, el fin de la educación de la educación no es otro que el de favorecer el contacto de la persona con su ser más profundo, con su verdadera identidad. Este objetivo encuentra su mayor obstáculo en el desarrollo unilateral de la razón. Según Jäger: “razón, psique, alma y trascendencia deberían forma una unidad, un todo”. Este mismo autor, señala que, desde que vamos al jardín, nos dedicamos a cultivar y desarrollar la mente. También nos enseñan a hacer a un lado las facultades del alma y las del espíritu; especialmente, aquellas que nos conectan con la divinidad. Cuando lo único que predomina en nuestra vida es la razón, nuestra vida se hace aún más vulnerable porque, al no reconocer la existencia de las otras dimensiones, éstas van a reclamar forzosamente su lugar y, para lograrlo, harán que el alma camine hacia la enfermedad. Un día Buda alzó una flor ante una audiencia de 1.250 monjes y religiosos. Guardó silencio durante largo rato. La audiencia se mantuvo en un silencio absoluto. Todo el mundo parecía estar pensando intensamente, intentando comprender el significado del gesto de Buda. Entonces, de pronto, Buda sonrió. Sonrió porque entre el público hubo alguien que le sonrió a él y a la flor. Fue el único que le sonrió y Buda le respondió con otra sonrisa y dijo: Poseía el tesoro de una revelación y se la he transmitido a él. Dicha historia ha sido discutida por generaciones y generaciones de estudiantes de Zen y la gente sigue interrogándose acerca de su significado. Personalmente, el sentido de la anécdota me parece de lo más simple. Cuando alguien sostiene una flor ante ti y te la muestra, está intentando que la veas. Si piensas, te pierdes la flor. La persona que no piensa, la que es ella misma, puede hallar la flor en toda su belleza y sonreír. Ese es el auténtico problema vital.
Detrás de la falta de energía vital se encuentra la falta de atención a las necesidades espirituales. Alejandro Echavarría, psicólogo, hablando de la sombra y el síntoma en Jung, escribe: “Se puede decir que lo más rechazado es la verdad de los tiempos presentes, aquello que solo por medio de la evasión se oculta a plena vista, porque es omnipresente. Pero lo rechazado se expresa en síntomas y un síntoma representa, de forma transaccional, aquello que constituye la verdad del fenómeno actual. Es, por ende, lo patológico, el logos del pathos, +donde la consciencia está más viva, en las simas más hondas del espíritu, donde el dolor del desasosiego teje lentamente una trama que va envolviendo al mundo. La realidad es hija de oscuros padres que no proveen esperanza, ni consuelo, solo incertidumbre, desesperación y abandono. Ante esta circunstancia no es extraño que se propongan soluciones fantásticas a la verdad de los tiempos presentes, estas vías de escape pretenden negar lo doloroso y prometen el éxtasis como un subterfugio”. Todo aquello que pertenece al alma y es rechazado por la razón termina convirtiéndose en neurosis. Recordemos que, por neurosis se entiende aquel patrón repetitivo de conducta que genera relaciones desordenadas y desadaptativas tanto con uno mismo como con los demás. Todo aquello que promueve la huida del alma de su realidad a través del razonamiento se convierte, sin que sea el propósito de quien lo enseña y de quien lo acepta, en una laceración profunda del alma. Esta laceración termina encarcelando al individuo y lo convierte en un mísero prisionero del sufrimiento. Todo lo que es elevado a pensamiento, en lugar de ser transformado en experiencia, termina arrastrando hacia el vacío, el cansancio, la inautenticidad y fatuidad. Cuando nos acostumbramos a racionalizar las necesidades profundas del alma, empezamos a llevar una vida caracterizada por la huida. Este estilo de vida, se revela porque es, ante todo, una vida sintomática: el sufrimiento, la queja y la inconformidad se vuelven una constante. Cuando el sufrimiento se convierte en un patrón de conducta y en una realidad existencial se está tejiendo en el alma una trama que, no sólo va envolviendo el alma, sino que la va convirtiendo, poco a poco, en la expresión más viva del desasosiego. En estas circunstancias, la realidad del alma no es otra cosa que la oscuridad, la desesperanza, la incertidumbre y el desconsuelo permanente. En estas condiciones, sólo queda aumentar el número de experiencias que permitan experimentar el éxtasis aunque sea a manera de sucedáneo. Todo aquello que es rechazado, lo que es temido, no es otra cosa que la realidad espiritual del alma. Cuando lo desconocido irrumpe en la psique, lo hace a modo de experiencia numinosa. La consecuencia de esta manifestación es el atrapamiento de la psique, con la consecuente imposibilidad de huir. Así, es como una persona sumamente racional, termina convirtiéndose en una persona con delirio religioso. Como diría la psicología profunda, no son personas que tienen ideas o visiones sino ideas o visiones que tienen a una persona. Nada más difícil y doloroso que una inundación del espíritu porque el alma, dedicada a la razón, se ha dedicado a rechazarlo. El ser humano, como un ser consciente que es, está íntimamente unido a lo divino, a lo cósmico. Un Yo individual atrapado por la razón, esclavo de ella, e incapaz de admitir algo por fuera de ella, vive en la aflicción constante y, es propenso a la enfermedad y a la muerte con mayor facilidad que, aquellos que han logrado integrar la espiritualidad, la conexión con el alma y la divinidad en su vida cotidiana. Nadie logra vivir plenamente con la negación de la Fuente de la que brota toda seguridad, aquella que trasciende el vínculo con los Padres y, nos permite sabernos valiosos aun en medio de las tormentas más acuciantes para el alma. La persona que niega la realidad trascendente de su vida terminara, incluso a pesar suyo, atrapado en el narcisismo. Jäger señala que esta es la verdadera enfermedad del ser humano. Este maestro tiene una visión interesante del origen de la enfermedad. La enfermedad verdadera se encuentra en la incapacidad existencial de un individuo que, no logra dar respuesta a los siguientes interrogantes: ¿Quién soy yo, realmente? ¿Para qué vivo, realmente? ¿Qué hacer ante la desgracia y la oscuridad cuando tocan las puertas de la existencia? ¿De quién me puedo fiar, realmente? Pensado así, podemos decir que la enfermedad es la expresión de nuestro solipsismo, vivir negando que pueda ser posible otra existencia que no sea la nuestra. El alma sabe que el único consuelo posible proviene de Dios. Por eso, el alma rechaza experiencias religiosas y espirituales que, en lugar de ayudar a la consciencia de Unidad, despiertan sentimientos de culpa y fomentan la separación y la división en la humanidad. Por un tiempo, el alma admite expresiones fatuas de la religión y de la espiritualidad. Cuando se da cuenta, que no conectan con la divinidad, sino con intereses ajenos a ésta, se aparta y continúa la búsqueda. El alma sabe que, solo la verdad ofrece consuelo, luz, armonía y plenitud. Por más que lo deseemos, el alma tarde o temprano escapa de la tiranía de la razón y comienza la travesía hacia el monte donde encontrarse con Dios en la libertad y la verdad del ser. Parece que la pobreza más profunda la descubrimos en el amor más auténtico. El agradecimiento y la impotencia que nos nace al contemplar los rostros de aquellos por quienes nos descubrimos más amados nos desvelan que el Reino es pobre y humilde. Ese algo hacia donde parece converger todo el deseo de lo infinito, ese algo que desata la sed más profunda y apunta hacia la fuente verdadera, paradójicamente es pobre y humilde. Las personas en las que se descubre un camino más auténtico hacia la luz y la verdad del amor, son por dentro errantes, pequeñas, frágiles y fuertemente heridas. Ellas muestran abiertamente algo de impotencia, debilidad, ignorancia, incoherencia en su caminar. Y Tú has elegido esa pobreza, Tú has elegido ese modo de ser para mostrar lo más divino de tu amor. Gracias por elegir nuestra pobreza (Fran Delgado sj) Francisco Javier Carmona
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