Las crisis ponen en evidencia el desorden emocional que llevamos en el corazón y, también el grado de madurez que hemos alcanzado. Por desorden emocional entendemos la incapacidad que una persona experimenta en su corazón para manejar las demandas de la vida diaria. Cuando el desorden emocional se apodera del corazón de una persona, ésta permanece enredada en sus pensamientos, en sus sentimientos, en sus conductas disfuncionales y en relaciones que, en lugar de paz, la enredan cada vez más. El desorden emocional se cura entrando en contacto con nosotros mismos, reconociendo y aceptando nuestras necesidades más profundas y dejando que el ser superior comience a dirigir nuestra vida hacia lo que realmente nos llena de sentido. Un maestro iba con sus discípulos bordeando la orilla del río con la intención de alcanzar el atracadero y encontrar un bote que les llevara a la orilla opuesta, cuando un afamado yogui de la región le vio venir y, reconociéndole, quiso saludar al viejo maestro y demostrarle su simpatía. Para ello salió del monte y, andando sobre las aguas, llegó al maestro desde la otra orilla. ¿Qué le pareció maestro ? - dijo el yogui sonriente. El santo instructor le miró pensativo y dijo. ¿Cuántos años de meditación te ha costado conseguir el poder de caminar sobre las aguas ? El yogui exclamo con orgullo: Catorce largos años. El maestro le dijo: ¿Ves a aquel barquero subido a su bote? Pienso pagarle una rupia y cruzar el río con todos mis discípulos.
Escribe Inés Ordoñez: “Cuando las crisis aparecen, nos paralizan y sentimos que algo hace que ya no podamos vivir como antes. Experimentamos un callejón al que nos cuesta encontrarle salida; se nos hace difícil saber lo que tenemos que hacer y, a veces, no podemos hacer nada porque ya hicimos todo lo posible. Esta situación límite nos va llevando a un umbral donde paulatinamente irá emergiendo una nueva claridad para descubrir en la misma crisis, una puerta, un camino y un desafío. No siempre podemos solos. Saber pedir ayuda en el momento oportuno es un signo de madurez y de humildad frente a la grandeza de la vida familiar”. En la Sagrada Escritura, después de muchas infidelidades, el Señor, por medio del profeta Oseas, dice: “Te llevaré al Desierto para hablarte de mi amor”. Pues bien, en medio de las crisis familiares, es necesario escuchar la voz del Señor diciéndole a cada miembro de la familia: “¡Necesitas saber de mi amor!; por esa razón, para mostrarte mi fidelidad y para que conozcas el desvío de tu corazón, te llevaré al Desierto”. Allí, donde hay conflicto, algo se ha perdido en el interior de la familia. En medio de la crisis, es necesario que, actuemos como la mujer que perdió una moneda. La mujer enciende una lámpara, barre toda la casa y busca con diligencia hasta encontrarla. En la crisis, la familia está llamada a encender una lámpara que no es otra que la Palabra de Dios. En la catequesis sobre la Familia, el Papa Francisco dice: “La Palabra de Dios se muestra como una compañera de viaje para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino”. Después, la familia está invitada a barrer toda la casa. La casa es el símbolo del ser. Donde hay conflicto, como dijimos antes, hay un desorden emocional. Barrer la casa significa mirar con amor y compasión la forma como se han construido los vínculos al interior de la familia. Muchas veces, por causa del desorden emocional y afectivo, en lugar de construir relaciones sanas, donde el amor fluye, nos dedicamos a competir, a juzgar, a desvalorizar al otro, a creernos que somos los únicos que sabemos cómo actuar en la vida. El orden emocional y afectivo nos conduce hacia Dios y hacia el amor auténtico. Finalmente, hay que comprometerse diligentemente en sanar los vínculos rotos, restablecer las conexiones pérdidas y, de manera especial, asumir la responsabilidad causada a causa de la ceguera y soberbia del corazón. Sólo así, podemos celebrar la alegría del reencuentro. Las reacciones ante las crisis revelan el camino que cada persona ha hecho para ser ella misma. También revelan en que experiencia o momento de la vida nos quedamos anclados reclamando el amor de los padres. De igual forma, aparece el grado de madurez y responsabilidad con el que aprendimos a resolver las situaciones difíciles. Muchos, se dedican a culpar a los demás de lo que sucede; olvidan, con mucha facilidad, cuál es su papel en el conflicto. Cada crisis o conflicto, queramos o no, nos devuelve a las experiencias sin resolver del pasado. Basta mirar nuestras reacciones para comprobar lo difícil que resulta estar en el momento presente cuando surge un conflicto. Luchar contra algo porque nos desagrada termina haciéndolo más fuerte. Nos dice Jung: “aquello que deseamos apartar de la consciencia, se convierte en destino” Cuando las crisis aparecen en el seno familiar, la primera reacción de la consciencia consiste en intentar negarlas. Muchos de nosotros guardamos en el corazón la idea, en muchos casos romántica, de que en la familia no pueden suceder algunas experiencias. Muchas familias tratan de esconder aquello que no encaja con la idea o imagen que tienen de sí mismas. Mientras más nos esforzamos en negar el conflicto, las actitudes agresivas y violentas de algunos miembros, las acciones deshonestas en contra de los hermanos más quedamos anclados en el conflicto y más hondo se vuelve el dolor que provoca la decepción de ver lo que pasa en la familia. Las crisis, cuando son aceptadas y trabajadas adecuadamente, se convierten en el camino hacia una auténtica transformación en el amor. Señala Inés Ordoñez: “Las crisis se presentan sacudiendo nuestra vida cotidiana, sorprendiéndonos con la realidad que muta, cambia y pide transformación. Muchas veces son percibidas como situaciones que llegan a arrebatarnos la paz en la que transcurría nuestra vida cotidiana”. La resistencia a aceptar la crisis y el conflicto es una tentación a dejar las cosas como están en nuestra mente, el único lugar donde curiosamente las cosas o están perfectas o en caos total. Sólo el trabajo interior ayuda a que en la mente estén las cosas como realmente son; de lo contrario, siempre estarán como convenga al estado mental en el que nos encontremos. Sabemos que estamos negando la crisis y que estamos comportándonos inadecuadamente, en sentido contrario a que lo cree la mente y lo desea el corazón, porque la necesidad de control está desbordada. La guerra tiene labios azulados, ojos de soledad, carne de frío, campos de noche eterna, gesto airado, inviernos sin otoño y sin estío, la guerra… tiene niños asombrados, manitas de miseria y extravío, cierzos que cortan vidas y sembrados, grises atardeceres, sol sombrío, la guerra… tiene dientes afilados, cuchillos de acerado desafío, boquitas de hambre triste y rostro helado, inmensa podredumbre hacia el vacío, la guerra… tiene el ceño ensangrentado, harapos y negrura de atavío, alaridos sin nombre y sin soldado, desbordadas las venas, turbios ríos. La guerra…, sal en la herida abierta de la tierra (Antonia Álvarez Álvarez) Francisco Carmona
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