La enfermedad está relacionada con el alma. Primero enferma el alma y, después, el cuerpo. Los dolores emocionales: las autoacusaciones, los sentimientos de culpa, la ira, el miedo, las agresiones van distorsionando la percepción que tenemos de nosotros mismos, de la vida y de Dios. La incapacidad de entendernos y acogernos como somos, unida al afán de apartar de la consciencia, aquello que nos disgusta, termina por convertirse en la puerta de entrada en la enfermedad. Si fuéramos más conscientes de nuestras emociones, posiblemente, enfermaríamos menos. Las emociones, dice Jäger, producen vibraciones electromagnéticas que van enfermando o sanando el alma. Una vez más, el orden emocional conduce no sólo a una vida plena sino también saludable. Jesús estaba en la sinagoga. Estaba predicando sobre la importancia de dar buenos frutos en la vida. Una vida sin frutos, dice Jesús, se parece a una higuera llena solo de hojas. Cuando llega el tiempo de la cosecha, al dueño, sólo le provoca arrancar la higuera porque, a pesar de las hojas abundantes, que muestran su fertilidad, no produce lo que se espera de ella. En la sinagoga, también estaba una mujer que padecía una extraña enfermedad. Llevaba dieciocho años encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús, la vio y la llamó. Lego le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos y, al instante, la mujer se enderezó y se puso alabar a Dios (Lc 13, 11-13)
En Constelaciones Familiares, he podido ver que, en la mayoría de los casos, cuando se presenta una enfermedad como la que mantiene encorvada a la mujer, osteomielitis, hay una lucha interior, una resistencia a entregar la vida a una vocación especifica o a un servicio. “No hay que aspirar a ser un súper hombre ni un dechado de virtudes. No hay que quererse inmaculado ni infalible. Pero puedo aspirar a vivir con hondura, a abrir los ojos para buscar a Dios en torno y construir su Reino. Puedo amar con entrega total, aunque eso me haga vulnerable. Puedo vaciarme cada día un poco más al irme llenando de evangelio y prójimo. Y a veces soy consciente de vivir de espaldas a todas esas posibilidades, instalado en una medianía apacible, donde nada me inquieta…” (Rezandovoy) Señala Jäger: “La enfermedad nos lleva a aquello que no vivimos, a lo que hemos desplazado, a lo que no queremos reconocer. Nos lleva a nuestra sombra. En este sentido, la enfermedad supone un intento de autocuración. Nos pone a salvo de un derrumbamiento psíquico que se produciría inevitablemente de seguir excluyendo nuestra sombra”. La sombra, como expresión de todo aquello que intentamos excluir de nuestro vida, siempre está al acecho, y buscando la forma de salir a la superficie. Los esfuerzos por entendernos mejor a nosotros mismos y a los demás, permiten que los sentimientos se ordenen y no nos quedemos a merced de ellos provocándonos malestares o enfermedades innecesarias. La enfermedad, la mayoría de las veces, permite que la persona entre en crisis. Aquellas partes de nuestro ser que, han sido rechazadas por el afán de obtener aprobación, salen a la luz en la enfermedad y llevan a la persona a entrar en un proceso de discernimiento. La enfermedad, cuando se atienden los llamados del alma, permite abrir un nuevo capítulo en la vida y, cerrar aquellos que, permaneciendo abiertos, sirven de fuego al malestar que enferma. En la mayoría de las ocasiones, la enfermedad logra sacudir la base segura, la confianza en la vida, hace que la inseguridad llegue a nuestra vida y, se presente como compañera. Si la consideramos como la expresión de una fuerza que nos permite avanzar hacia tierras nuevas puede ser de mucha utilidad; si nos paraliza estamos invitados a buscar la forma de transformarla. La inseguridad que despierta la enfermedad, surge porque nadie puede preveer los acontecimientos y, menos aún, los giros que éstos puedan dar. Las travesías siempre son inesperadas. En el caso de la enfermedad no hay ninguna excepción. Como en las travesías de los héroes, el enfermo tiene que abrirse, si quiere avanzar seguro en medio de la incertidumbre, a la fe en Dios, en su Presencia y aprender a confiar en la fuerza o energía que mana de dicha Presencia en nuestra vida. La curación, depende muchas veces, de la capacidad de dar orden a nuestras emociones y relaciones. Sin transformar los vínculos, es difícil, emprender el camino hacia lo nuevo, hacia lo diferente. Algunos expertos en el tratamiento de la enfermedad con métodos diferentes a la medicina alopática coinciden en señalar que, dentro de cada ser humano existe, de manera natural, una capacidad de autorregulación emocional y energética que, alimentada por una consciencia donde lo espiritual tenga un buen lugar, puede provocar vibraciones o resonancias diferentes con los acontecimientos que se están viviendo, de manera tal, que lo biológico puede verse transformado. Señala Jäger: “Lo que la medicina conoce por remisión espontánea son autocuraciones de indudable trasfondo psíquico-mental. La consciencia puede activar positivamente el sistema inmunológico provocando la curación”. Toda curación necesita ir acompañada de una transformación emocional; de lo contrario, lo emocional terminará saboteando el proceso. La enfermedad está relacionada con el alma. Cuando enfermamos el alma necesita ser cuidada. Donde hay una consciencia espiritual sana, las probabilidades de curarse son mayores que, donde la espiritualidad brilla por su ausencia. Es posible que, un trabajo juicioso de consciencia, permita encontrar el trasfondo emocional de la enfermedad. Cuando logramos distinguir el origen emocional de la enfermedad, saber cómo en lo fisiológico, en lo psíquico o en lo espiritual tenemos a nuestro favor una información que bien aprovechada puede servirnos para transitar la enfermedad con la esperanza de construir un mejor estilo de vida. Si este origen permanece oculto, transitamos la enfermedad a ciegas, algo posible y, también muy costoso psíquica y espiritualmente. En la sinagoga, Jesús encontró a un hombre con la mano seca. Existen experiencias religiosas y espirituales que insisten demasiado en la acción, en las obras que podemos realizar por los demás. Estas expresiones, en algunas ocasiones, desdeñan la vida interior. Quienes viven bajo este manto, pueden llegar a quedarse secas, sin capacidad para desarrollar una percepción diferente de sí mismas, de la vida, de las relaciones y de Dios. La sequedad del alma nos deja a merced del ímpetu de las emociones que, cuando salen a la superficie o son reprimidas de manera drástica, para conservar el ideal de perfección, terminan encerrándonos en la cárcel de la identificación con la bondad que se necesita tomar para ocuparse de los otros, descuidando el alma. Recordemos que, una vez que el alma se pierde, no hay nada que podamos hacer para recuperarla. Jesús fue un hombre que se dedicó a la acción en favor de los demás pero, nunca hizo a un lado su relación íntima con Dios. Aviso. Está seco, sus ramas sin hojas, su tronco sin ojos, sus cables sin savia, se mueve sin amor. Está seco. Nada le estremece, por nada hasta blasfema. La Bolsa y el Negocio sólo le hacen vibrar. Está seco. Se mete en Ministerios, administra guardillas, rebaja los jornales, que su vida es así. Yo le he visto, les advierto: Entierren a ese hombre cuanto antes (Gloria Fuertes) Francisco Javier Carmona
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