El ser humano logra superar la disociación, la fragmentación y la incertidumbre, que dejan en el alma los eventos abrumadores, cuando encuentra un acompañante que, además de buena disposición, conoce los dinamismos del trauma y, sobretodo, está abierto a la trascendencia, a la cual no sólo reconoce que existe, sino que también, le atribuye la capacidad de tomar a muchos a su servicio con tal de que su amor, su capacidad de restaurar lo que está quebrado, de sanar lo que está roto y de reconciliar lo que está dividido, de que el corazón de quien se encuentro solo, abatido, desesperanzado, sumido en la tristeza y rodeado de las sombras de la muerte. El resucitado es el eterno acompañante de todos aquellos a los que el mal destruyó arrojándolos al infierno de sus propios temores, angustias y demonios. Entonces Jesús les dijo: “Vayan por el mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos”.
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El origen del alma se encuentra en la eternidad. La vida ha existido desde siempre. Nosotros morimos y la vida permanece. La vida fluye permanentemente. Si el origen del alma, de la vida, es eterno, las leyes que rigen al alma y a la vida son las de la eternidad. Para comprender el alma y la vida se hace necesario entender las dinámicas de lo eterno. Sin conexión con lo que está más allá de nuestra comprensión racional, difícilmente, podemos hablar del alma con alguna precisión. Hablar del alma invita a reconocer la realidad que nos trasciende. Martín Lutero consideraba que el alma guardaba en su corazón una nostalgia que, continuamente, la hacía sentir pecadora. Lo que llamamos pecado, no es otra cosa que, el deseo profundo del alma de vivir en conexión con el mundo al que ella realmente pertenece, el de la trascendencia.
La idea de un ser superior es algo que pertenece a la naturaleza misma del alma. Cuestionarse la existencia de Dios es una cuestión filosófica importante. Reconocer que, la psique, de manera inconsciente, busca, sabe y acepta la existencia de algo mayor a ella, al intelecto y, al propio Ego es algo fundamental para el camino de autorrealización. De no ser consciente de la Presencia de Dios, la psique estaría gobernada, como dice San Pablo, por el vientre. En la carta a los Filipenses, el apóstol escribe: “Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo; se lo he dicho a menudo y ahora se lo repito llorando. La perdición los espera; su Dios es el vientre, y se glorían de lo que deberían sentir vergüenza. No piensan más que en las cosas de la tierra”. Sin la función trascendente, la consciencia de una Presencia Mayor que nos abarca, la psique, en lugar de avanzar hacia la autorrealización, se pierde en sí misma.
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