En el Desierto, el pueblo de Israel sintió que moría de sed. Se levanta contra Moisés y comienza a murmurar. Entonces, Dios manda a Moisés que tome la vara, con la que realizó prodigios delante del faraón y con la que dividió el mar rojo en dos para que el pueblo pudiera atravesarlo, que golpeara una roca; de inmediato, brotó suficiente agua para el pueblo y para el ganado. Resulta curioso que, Moisés y Aarón terminan siendo reprendidos por Dios. La confianza de Moisés se debilitó. Cuando perdemos la confianza en el Señor, los impulsos nos gobiernan y el actuar se vuelve, en cierto modo, irracional. En medio de la dificultad, estamos invitados a confiar en Dios, sólo en Él.
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La necesidad de atender a nuestra vulnerabilidad es la fuerza que nos lleva al Desierto. Cuando nos encontramos en una situación, que reviste una amenaza o ante la posibilidad de experimentar un daño, es cuando más sentimos la indigencia de nuestra condición humana. Al Desierto, somos conducidos para que descubramos que, al poner la confianza en Dios, nunca quedaremos defraudados. San Pablo en la Carta a los romanos afirma: “Nadie que ponga su confianza en el Señor queda defraudado”. El Desierto se atraviesa abandonándose en Dios. La fe es la que nos conduce; no sólo es nuestro escudo, también es la lámpara que guía nuestros pasos y la fuerza que nos sostiene. La vulnerabilidad nos lleva a preguntarnos: ¿Dónde estamos poniendo nuestra confianza?
Con frecuencia, escucho comentarios que dicen: “La religión es un instrumento al servicio de la manipulación”. No tengo ninguna duda de que, por mucho tiempo, personas, gobiernos e instituciones, se han valido de la fe para manipular, abusar, engañar, etc. La religión como mediación de la Trascendencia es una cosa y, otra muy diferente, lo que algunos líderes religiosos hacen para ostentar poder y mantenerse en él. La religión ha servido como escudo o telón para esconder el lado oscuro que, por falta de trabajo interior, se apodera del alma y, termina deformando lo que realmente somos. En esencia, la religión pertenece al alma. El mal uso de la religión es un atentado contra la vida del alma; no en vano, se nota que los que utilizan la religión inadecuadamente llevan en su alma un sufrimiento o un trastorno psíquico evidente. Desechar la religión, por el mal uso que se hace de ella, puede convertirse en una arbitrariedad. Mas bien, lo que hay que hacer es, poner al descubierto la manipulación; para eso, se necesita formación religiosa. Siempre la ignorancia o superficialidad han sido utilizadas por quienes desean sacar provecho.
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