La necesidad de atender a nuestra vulnerabilidad es la fuerza que nos lleva al Desierto. Cuando nos encontramos en una situación, que reviste una amenaza o ante la posibilidad de experimentar un daño, es cuando más sentimos la indigencia de nuestra condición humana. Al Desierto, somos conducidos para que descubramos que, al poner la confianza en Dios, nunca quedaremos defraudados. San Pablo en la Carta a los romanos afirma: “Nadie que ponga su confianza en el Señor queda defraudado”. El Desierto se atraviesa abandonándose en Dios. La fe es la que nos conduce; no sólo es nuestro escudo, también es la lámpara que guía nuestros pasos y la fuerza que nos sostiene. La vulnerabilidad nos lleva a preguntarnos: ¿Dónde estamos poniendo nuestra confianza?
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Con frecuencia, escucho comentarios que dicen: “La religión es un instrumento al servicio de la manipulación”. No tengo ninguna duda de que, por mucho tiempo, personas, gobiernos e instituciones, se han valido de la fe para manipular, abusar, engañar, etc. La religión como mediación de la Trascendencia es una cosa y, otra muy diferente, lo que algunos líderes religiosos hacen para ostentar poder y mantenerse en él. La religión ha servido como escudo o telón para esconder el lado oscuro que, por falta de trabajo interior, se apodera del alma y, termina deformando lo que realmente somos. En esencia, la religión pertenece al alma. El mal uso de la religión es un atentado contra la vida del alma; no en vano, se nota que los que utilizan la religión inadecuadamente llevan en su alma un sufrimiento o un trastorno psíquico evidente. Desechar la religión, por el mal uso que se hace de ella, puede convertirse en una arbitrariedad. Mas bien, lo que hay que hacer es, poner al descubierto la manipulación; para eso, se necesita formación religiosa. Siempre la ignorancia o superficialidad han sido utilizadas por quienes desean sacar provecho.
Hay un momento en la vida, en la que seguir aferrados a la imagen, se convierte en algo que, realmente obstaculiza el encuentro con nosotros mismos y con la divinidad. En el Evangelio, Jesús insiste en la necesidad de perderse a sí mismo para ser un auténtico seguidor suyo. Cuando llega el momento, en el que seguir aferrados a una imagen de nosotros mismos se vuelve una amenaza real para el alma, aparece el llamado de ir al Desierto, como el camino por el que podemos transitar, para que la divinidad se haga presente en nosotros y a través nuestro. Dice el Maestro Eckhart: “Y, devenida ella misma Desierto, debe perder su propia imagen, y el Desierto divino ha de guiarla desde sí misma a Él mismo, donde pierde su propio nombre y ya no se llama ella misma sino Dios”
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