Lastimosamente, muchas personas perdemos preciosos momentos de nuestra vida identificándonos con los traumas del pasado. Obrando así, terminamos esclavos de los actos inconscientes de nuestros padres, familiares o personas desconocidas. Sensible, la parte temerosa de nuestra psique, cuando habla, su discurso suena tan inteligente y seductor, tan claro y lógico, que sin darnos cuenta, lo confundimos con la verdad. Para sensible, las cosas nunca están suficientemente bien. Sensible mira todas las cosas con desconfianza y nos mantiene en el sufrimiento. Curiosamente, nos dice: “¡Es por tu bien!”. En psicología, se llaman creencias nucleares a “aquella idea, creencia, pensamiento, patrón o algo que suponemos, que funciona generalmente al margen de la consciencia y, sin que nos demos cuenta dirige nuestras conductas, emociones, relaciones y nuestra forma de estar en el mundo”. Las creencias nucleares son difíciles de cambiar. En ellas encontramos el sentido de nuestra identidad; además, se vuelven parte de nuestra idiosincrasia, de nuestra forma habitual de ser ante los demás, en una característica que nos diferencia de los otros. Esta semana, un consultante decía que tuvo un tío muy alcohólico. Al consultante, le parecía divertida la forma de ser de su tío. A los siete años, dice recordar, le dijo a su papá: ¡cuando sea grande, voy a ser como tío! A los once años, el papá le ofrece un trago de aguardiente, diciéndole: ya tienes edad para parecerte a tu tío; desde entonces, el hombre está sumido en el alcohol. A sus sesenta y dos años, no encuentra la forma de salir del alcoholismo.
Un anciano está haciendo cola para subir al autobús y un joven que está detrás de él, le pregunta: Perdone, ¿tiene fuego? ¡No! –le contesta algo enfadado el anciano. El joven piensa: No me muerdas, y pide fuego a otra persona. Unos minutos más tarde, el anciano que tiene delante ¡enciende un cigarrillo!... Así que el joven le dice: Oiga, ¿por qué me ha dicho que no tenía fuego cuando está claro que sí? Verá usted–responde el anciano-. Si le hubiera dado fuego, es probable que usted y yo nos hubiéramos puesto a hablar. Y si nos hubiéramos puesto a hablar, es probable que hubiéramos acabado sentándonos juntos en el autobús, es probable que hubiéramos acabado conversando. Usted parece un tipo agradable y es probable que hubiera empezado a caerme bien. Y entonces, podría haberle invitado a bajarse en mi parada para venir a casa a cenar. Y si usted hubiera venido a cenar, es probable que hubiera conocido a mi hija. Y si hubiera conocido a mi hija, es probable que hubiera salido con ella. Y si hubiera salido con ella, quién sabe, una cosa lleva a la otra, y es posible que todo hubiera acabado en boda... ¡y yo no quiero que ella se case con alguien que ni siquiera puede comprarse un encendedor! Cuando una persona se encuentra atrapada en el trauma, le resulta difícil salir de él porque las creencias nucleares son las que, ahora, definen su identidad. Las creencias nucleares del trauma nos convierten en víctimas. Entre las creencias nucleares del trauma encontramos: ¡Soy un incompetente!, ¡No le intereso a nadie!, ¡Soy una basura!, ¡Sólo buscan hacerme daño!, etc. Salir del trauma implica renunciar a la identidad que se construyó para sobrevivir al dolor. Esta renuncia, se experimenta en el corazón, como si se tratara de la muerte misma, el escalofrío y miedo que produce la renuncia, hace que las personas prefieran seguir siendo víctimas. Para muchos corazones, la salida más fácil es la hipocresía, actuar como si estuviéramos curados. Nuestra boca habla de aquello que guardamos en el corazón. Las palabras están cargadas del contenido de nuestras creencias nucleares. Aquello que decimos de los demás, tiene más que ver con nosotros que, con aquellos de los que estamos hablando. Cuando nuestro cuerpo se estremece al hablar, cuando nos llenamos de ira, cuando para hacernos escuchar tenemos que gritar y descalificar al otro, estamos bajo el dominio de las creencias nucleares del trauma. A través de la consciencia, podemos liberarnos de aquello que Ego y Sensible ponen en nuestro corazón, en nuestra boca y en nuestras manos haciendo que actuemos según sus dictados. Lo que somos, está construido sobre lo que guardamos en el corazón. De ahí, la importancia de que sea Cristo, el Amor, antes que el trauma, quien viva en nosotros. Ninguno de nosotros puede revertir el trauma ni los actos inconscientes de nuestros padres u otras personas cercanas a nosotros. Pero si podemos asumir la responsabilidad sobre nuestra vida, dejar de alimentar las heridas, abandonar los hábitos y patrones de conducta que desencadenan los sentimientos y las reacciones desproporcionadas de siempre; aquellas con las que buscamos vengarnos del mundo por el dolor que no logramos tramitar adecuadamente. En lo que nos sucedió, puede estar la responsabilidad de los demás, en el mantenimiento del dolor está nuestra responsabilidad e inmadurez. No podemos culpar a los demás, de lo que nosotros nos empeñamos en mantener vivo. Un corazón débil, necio, es el que se empeña en construir la vida sobre el dolor. Nos dice el Papa Francisco: “Cambiar la vida es cambiar los cimientos de la vida, es decir, poner la roca donde está Jesús. Me gustaría restaurar esta construcción, este edificio, porque es muy feo, muy feo y me gustaría embellecerlo un poco y también asegurar los cimientos. Pero haciendo todo a la ligera, la cosa no sale adelante; caerá. Con las apariencias cayó la vida cristiana”. La fuerza del corazón se pierde, cuando en lugar de asentir a la vida, nos empeñamos en tratar de resolver lo que no se puede porque pertenece al pasado y, sí es pasado, ya pasó. Vivir aparentando o victimizándose, es la expresión del temor, que sentimos de hacernos responsables de la vida, de nuestra vida. Es bien paradójico, ninguno quiere reproducir el dolor que vivió; sin embargo, al lamentarnos, victimizarnos o vengarnos, terminamos convirtiendo en estilo de vida, lo que nunca quisimos que hiciera parte de nuestro destino. El corazón anhela poder responder de manera diferente. Quiere apartarse del Ego y de Sensibilidad para hacerlo, con la ayuda de Genio interior, desde el amor, la generosidad, la autenticidad y la conexión con la divinidad. El corazón logra manifestar la verdad que hay dentro de él. No quiere seguir siendo el portavoz de voces que, le impiden manifestarse tal como es: amoroso, reconciliador, creativo, alegre y, de manera especial, amigo y amante de Dios. El corazón desea responder desde sí mismo antes que, desde los condicionamientos del sistema familiar, del dolor que no se cura y asume, desde el afán de cumplir las expectativas de los demás. El corazón desea ser él. Yo tengo un Dios único, nada ni nadie se le compara. Tengo un Dios que se me revela, tengo un Dios que se hace carne, tengo un Dios que se hace pobre. Tengo un Dios que me perdona, y me perdona siempre. Tengo un Dios que me quiere sin maquillaje, y eso me tranquiliza. Tengo un Dios que me da Vida, porque yo no tengo. Tengo un Dios que, no me juzga, no me agobia, no me pide cuentas, sino que me anima y consuela en el camino. Tengo un Dios que me espera, todo el tiempo que haga falta. Tengo un Dios disponible, a todas horas y en todo momento. Tengo un Dios que se me entrega siempre, todos los días. Yo tengo un Dios inigualable, nadie ni nada se le compara (Jacobo Espinos) Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Haz clic y visita nuestro canal de podcast, podrás escuchar todos los episodios completos.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|