En el Evangelio, tenemos varias imágenes que nos revelan como Dios, a través de Jesús, sale al encuentro de la humanidad herida. Dios es la fuerza que, actuando desde nuestro interior, hace que nuestra vida y nuestro destino se realicen en la bondad que es propia del amor. Escribe Edith Stein: “No aceptéis como verdad nada que carezca de amor, y no aceptéis como amor nada que carezca de verdad”. Así que, Dios es la verdad que un ser humano experimenta cuando encuentra que el Amor es lo que satisface realmente el alma. Andamos inquietos hasta el día que, encontramos el amor de Dios que, como dice el apóstol san Juan; ha sido derramado en el corazón. Dolores Aleixandre nos recuerda: “La esencia del pensamiento religioso no consiste en poseer un concepto de Dios, sino en su capacidad de recordar los momentos de iluminación suscitado por su por su Presencia”. La fe, en realidad, no nos convierte en teólogos expertos, sino en testigos del amor. Un verdadero creyente no presume de lo que sabe sino de lo que es capaz de amar. Al respecto, escribe Isabel Ferrando: “Tengo una amiga a la que pocos días antes de celebrar su 30 cumpleaños le diagnosticaron cáncer. De la noche a la mañana, sin sala de espera en la que poder aclimatarse a la nueva situación, su vida transcurre ahora entre quimio y quimio. Cada quince días un nuevo chute. Aunque cada ciclo tiene algo de imprevisible, ella ya tiene comprobado que, normalmente, los dos primeros días después de la quimio son malos pero soportables; los tres o cuatro siguientes son horribles; y después la cosa va aminorando paulatinamente hasta que cuando vuelve a encontrarse bien, le toca quimio de nuevo. En resumen: que de los 15 días que dura el ciclo, mi amiga ha aprendido (porque no le ha quedado otra) a exprimir al máximo los siete días en los que se encuentra relativamente bien. A veces (casi siempre, en realidad) damos por hecho que lo normal es estar sano. Enfermos están otros, pero nosotros tenemos por delante la vida entera y podemos hacer con nuestro tiempo lo que nos dé la gana. Esto no es así. En la teoría lo sabemos, pero en la práctica nos cuesta aceptar que nos vamos a morir, que el tiempo no nos pertenece. Sin embargo, la muerte es la única certeza que tenemos al nacer. Y, además, no hemos firmado ningún contrato que garantice que nos iremos al otro barrio a los 90, tras un catarro fuerte pero indoloro, tumbados en la cama y rodeados por nuestros seres queridos. La muerte puede llegar en cualquier momento. Ante su amenazante (tanto como inexorable e imprevisible) venida, es inevitable preguntarse: ¿estoy amando todo lo que puedo amar? Porque ya lo dice san Juan de la Cruz: al atardecer de la vida, nos examinarán del Amor”.
Dios tomó forma de un mendigo, entró al pueblo y buscó la casa del zapatero. Tocó en la puerta y cuando el zapatero le abrió y le dijo: Hermano, soy muy pobre. No tengo una sola moneda en la bolsa y éstas son mis únicas sandalias. Están rotas, ¿me los puedes arreglar? El zapatero le dijo que estaba cansado de que todos le venían a pedir y nadie venía a dar. Pero yo puedo darte lo que tú necesitas, dijo el mendigo. El zapatero desconfiaba del mendigo y le preguntó: ¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz? Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo, dijo el mendigo. El zapatero preguntó ¿ a cambió de qué? A cambio de tus piernas. El zapatero respondió para qué quiero diez millones de dólares si no puedo caminar. Entonces puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos. ¿Para qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera puedo comer solo? Entonces puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos. ¿Para qué quiero mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos? ¡Ah, hermano! Qué fortuna tienes y no te das cuenta. Añadió el Maestro: la auténtica fortuna que tenemos no está en las cosas materiales, sino en vivir el ahora y en ser consciente de las alegrías que te ofrece el día a día. Una imagen es la forma como un individuo organiza en su psique las experiencias que tiene. El pueblo de Israel, según el Antiguo Testamento, tenía la imagen de un Dios celoso con el cumplimiento de la Ley. Un Dios que castiga severamente la infidelidad a sus preceptos. En el Nuevo Testamento, Jesús presenta una imagen diferente de Dios que contrasta radicalmente con la imagen que, desde hace muchos años, el pueblo guarda también celosamente en su corazón. Lo más importante, de la imagen de Dios en el Antiguo Testamento, es el poder que Dios ostenta y cuyo interés principal está que el pueblo obedezca y tenga miedo al castigo por desobediencia; así fue interpretado el exilio en Babilonia. En contraste con el Antiguo Testamento, el Dios que Jesús anuncia tiene todas las características propias de un padre rico en misericordia y sumamente compasivo que sale al encuentro del pueblo como si se tratara del regreso del hijo extraviado a casa. Dios nos busca como el pastor busca la oveja que se ha extraviado. El pastor sale en medio de la noche, se interna en el campo, va con su vara y su cayado para defenderse de las fieras y evitar que hagan algún daño a la oveja. El pastor conoce los peligros a los que la oveja está expuesta, algo que la oveja ignora. La oveja no sabe que, al alejarse pone en riesgo su vida. El pastor sabe que, de no apresurarse, la oveja puede estar en grave peligro. Pues bien, Dios sale al encuentro de la humanidad herida y expuesta al peligro como aquel que está dispuesto a dar la vida para rescatar la nuestra. Dios no quiere que ninguno de sus hijos se pierda. Dios está atento a rescatar nuestra vida del peligro. El Dios que cuida y protege a su pueblo, se diferencia de los dioses naturalistas que adoran los pueblos vecinos, donde el abandono es una actitud constante. Hay varias imágenes de Dios cuidando y acompañando a su pueblo. Dice el salmo 27: “Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me acogerá”. El profeta Isaías dice: “Decía Sión: me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado. Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. Por su parte, el profeta Oseas nos recuerda: “Yo enseñé a andar a Efraím y lo llevé en mis brazos…con cuerdas de ternura, con lazos de amor los atraía: fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas y se inclina hasta él para darle de comer”. De nuevo, Isaías dice: “Como un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo”. Dios también sale a nuestro encuentro como el samaritano que, sin dudarlo, se baja del caballo al ver al hombre herido y medio muerto. Nos dice el evangelio que después de curar sus heridas con aceite y vino, se las vendó, lo subió a su cabalgadura, lo lleva a una posada y entrega dos denarios al posadero para que cuide de él mientras regresa. Bajo ninguna circunstancia, Dios nos deja a merced del sufrimiento y, menos aún, cuando este amenaza con destruir nuestra integridad. Dios se hace esposo, pastor, samaritano, medico, etc., cuando se trata de salir a nuestro encuentro y revelarnos cuanto nos ama y como está dispuesto su amor para nosotros. Jacob pidió al Señor que le diera a conocer su nombre. La samaritana pide a Jesús que le revele quien es más grande: ¿Jacob que le dio un pozo a su pueblo para que bebiera o Jesús que no tiene con qué sacar agua del pozo y anda sediento? La respuesta de Jesús debió asombrar a la mujer: ¡Si conocieras el don de Dios, sabrías quien te habla! Moisés se queja ante Dios diciendo: “Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con este pueblo? ¿Acaso, engendré y concebí a este pueblo, dice Moisés, para que tenga que hacerme cargo de él como si yo fuera su madre o su nodriza?” En cambio, Jesús nos dice: “nadie me quita la vida, la entrego porque estoy en medio de ustedes como el que sirve”. “Vengan a mí, todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré porque soy manso y humilde de corazón”. El corazón de Jesús es más semejante al de Dios que el corazón de Jacob y de Moisés. El amor de Dios vino a nosotros a través de Jesús y acogiendo a Jesús, nos damos cuenta cuánto nos ama Dios y cómo nos busca. ¿Y tú, que prefieres? ¿Colegueo o Amistad? ¿Seguirte o seguirle? ¿Tu lago o sus mares? ¿Caminar solo o en comunidad? ¿Tú o el Otro? ¿Ganar para perder o perder para ganar? ¿Mirar hacia abajo o mirar al cielo? ¿El instante o lo Eterno? ¿Acomodarse o buscar? ¿Rechazar la cruz o abrazarla? ¿El mundo o su Reino? ¿Poseer o Amar? ¿Ser servido o servir? ¿Convencer o ser Testigo? ¿Destruir puentes o construirlos? ¿Mis esquemas o su Mirada? ¿Vivir de mínimos o alcanzar la Plenitud? ¿Vivir bien o entregarle tu vida? ¿Reservarte o partirte para todos? ¿Triunfar o fracasar por Amor? ¿Las tinieblas o la Luz Glorificada? ¿Y tú, qué prefieres? (Jacobo Espinos)Francisco Carmona
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