El psicólogo Alfred Adler acuñó el término constelación familiar. Con esta expresión se hace referencia al lugar o posición que cada individuo asume con respecto a su sistema familiar. Las metas que un individuo persigue son moldeadas subjetivamente por el ambiente familiar que se ha tenido en la infancia. Será bajo la influencia del sistema como el individuo configurará su lugar o constelación familiar con respecto a sus padres y demás miembros de la familia. Aquello que se constituye en el núcleo de la experiencia familiar será el asunto que un individuo asume como su constelación familiar y, también será lo que tenga que resolver si desea llevar una vida adulta y, medianamente plena o autorrealizada. Dos hermanos, uno soltero y otro casado, poseían una granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se repartían a partes iguales. Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento en que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando: “No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que, en mi ancianidad, tendré todo cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita ahorrar para el futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía. Entonces se levantaba de la cama, acudía sigilosamente adonde residía su hermano y vertía en el granero de éste un saco de grano. También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo: Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo mismo que yo? Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco al granero de su hermano. Un día se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron uno con otro, cada cual con un saco de grano a la espalda. Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél.
Aquello que deseamos alcanzar como meta en la vida tiene su origen, según la psicología de Alfred Adler, en el sentimiento de inferioridad que se origina en el lugar que ocupamos dentro de nuestro sistema familiar. Por sentimiento de inferioridad entendemos, el sentimiento de inseguridad que en algún momento de la vida, de una forma u otra, hemos llegado a experimentar. Así es como llegamos a constelaciones diciendo, por ejemplo: no tuve quien me quisiera, no tuve infancia, me tocó sacrificarme para ayudar a mi mamá y mis hermanos, etc. es como si, en el fondo dijéramos, otros tuvieron mejor suerte que nosotros. El lugar que tomamos en la familia termina condicionando nuestras relaciones adultas. Aquellas dinámicas familiares que marcaron la vida del sistema terminan también marcando la nuestra. Detrás de muchas experiencias fallidas y fracasos siempre está el sentimiento de inferioridad que nos acompaña desde pequeños. Ese sentimiento nació en una experiencia del sistema familiar que, de una forma u otra, nos hizo sentir que, era nuestro deber hacer algo para que la familia estuviera bien. Ese movimiento es el que llamamos lealtad, implicación o amor ciego. Compensamos nuestra inferioridad intentando actos heroicos en favor del sistema. Carl Gustav Jung utilizó la expresión constelación familiar para hacer referencia a la memoria impersonal, como la llama el, a la fuerza inconsciente que, de alguna forma u otra, condiciona la conducta de los individuos. A esta fuerza, la llamamos en constelaciones consciencia familiar. Bert Hellinger enseña que esta consciencia actúa castigando a los que van en contra de ella y premiando a quienes la obedecen. Así, es como tenemos que, los miembros más leales con la consciencia familiar se sienten buenos y consideran malos a los que se apartan. En un conflicto entre hermanos, todos son buenos, porque todos siguen por igual la consciencia del sistema familiar. Lo primero que nosotros tenemos que resolver está relacionado con la constelación familiar. La vida nos invita una y otra vez a individuarnos. Ese objetivo no se logra mientras sigamos vinculados inconscientemente con el sistema familiar. Todos guardamos en el corazón el temor a ser desleales con el sistema familiar porque eso puede representar la exclusión del sistema; es decir, podemos dejar de pertenecer. Lo curioso es que, para poder ser, tenemos que apartarnos de los contenidos traumáticos de la consciencia familiar que son los que impiden nuestro verdadero y auténtico crecimiento. Todos tenemos una herida que proviene del sistema familiar, de la dinámica que dio vida y sentido a la relación de nuestros padres, y se convierte en lo que llamamos Ego. Identificados con el Ego, somos un tipo de personas. Mientras mantengamos la identificación con el Ego, permanecemos unidos al sistema familiar y la consciencia de éste, que nos hará sentir buenos. Esa es la razón, por la que muchas personas, después de mucho trabajo personal, siguen conservando los viejos patrones de conducta que, en lugar de libertad, esclavizan y prolongan el sufrimiento. Podemos sentirnos imperfectos, indignos de ser amados, necesitados de valoración, abandonados, invadidos, inseguros, desamparados, vulnerables o desatendidos. La manifestación del Ego estará en consonancia con la dinámica familiar. Una vez que logramos identificar la consciencia del sistema familiar estamos listos para enfrentarnos con el dragón que custodia el tesoro que la dinámica y la herida mantienen escondido. Necesitamos ir al pozo, conectar no solo con nuestra identidad profunda, el tesoro escondido, sino también con Jesús que, es el único que puede revelarnos quienes somos realmente y a que estamos llamados en esta vida. Cuando constelamos estamos frente a lo que nuestros padres no pudieron resolver y decidieron que era mejor ocultarlo. Esa decisión, la tomaron para protegerse y sirvió para que nosotros emprendiéramos el viaje en busca de nosotros mismos. Caminaré siempre en tu presencia por el camino de la vida. Te entrego, Señor, mi vida, hazla fecunda. Te entrego mi voluntad, hazla idéntica a la tuya. Caminaré a pie descalzo, con el único gozo de saber que eres mi tesoro. Toma mis manos, hazlas acogedoras. Toma mi corazón, hazlo ardiente. Toma mis pies, hazlos incansables. Toma mis ojos, hazlos transparentes. Toma mis horas grises, hazlas novedad. Hazte compañero inseparable de mis caídas y tribulaciones y enséñame a gozar en el camino de las pequeñas cosas que me regalas, sabiendo siempre ir más allá sin quedarme en las cunetas de los caminos. Toma mis cansancios, hazlos tuyos. Toma mis veredas, hazlas tu camino. Toma mis mentiras, hazlas verdad. Toma mis muertes, hazlas vida. Toma mi pobreza, hazla tu riqueza. Toma mi obediencia, hazla tu gozo. Toma mi nada, haz lo que quieras. Toma mi familia, hazla tuya. Toma mis pecados. Toma mis faltas de amor, mis eternas omisiones, mis permanentes desilusiones, mis horas de amarguras. Camina, Señor, conmigo; acércate a mis pisadas. Hazme nuevo en la donación, alegría en la entrega, gozo desbordante al dar la vida, al gastarse en tu servicio. Amén. Francisco Carmona
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