Estamos iniciando el mes de Noviembre. Tradicionalmente, durante este mes dedicamos nuestros esfuerzos a honrar a quienes estuvieron primero que nosotros en la vida. También es, un tiempo para honrar la muerte, la otra orilla de la vida, hacia la que, inevitablemente, nos vamos dirigiendo. Todos, sin excepción, seremos abrazados por la muerte que, a través de un profundo sueño nos conducirá a lugares desconocidos por nuestro intelecto, pero no por el alma y, menos aún, por el corazón que sabe lo que puede colmar sus anhelos más profundo de amar y, de hacerlo eternamente. Vivir es mucho más que alcanzar el éxito, acumular prestigio, gozar de un buen nombre y cumplir un programa que incluye pareja, hijos y nietos. La verdadera realización incluye el sentido de la vida y una buena relación con lo Trascendente, con aquello que siendo más grande que nosotros nos abarca, nos sana y reconcilia porque desea nuestro bien. Un hombre se le acercó a Jesús y le dijo: “Maestro dile a mi hermano que reparta su herencia conmigo”. Jesús hizo caso omiso a este petición diciendo: “Amigo, no soy juez, mi misión no es ocuparme de estos asuntos. Y dice el Evangelio: “Después les propuso esta parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida. Pero Dios le dijo: ¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes? Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios".
En el libro “vivir en el alma”, Joan garriga consigna las siguientes palabras: “Exponemos el Alma a la tentadora oferta del diablo, que nos promete mayor control sobre nuestras vidas si somos alguien. Sin embargo, el resultado es un purgatorio constante: perdemos de vista el instante porque hemos dormido nuestro Ser en una especie de autoencantamiento de nuestra personalidad. Hemos sido seducidos por nuestras ideas sobre nosotros mismos, por aquello que creemos ser. Está claro que la cirugía que pretendemos de nuestra personalidad viene del amor a los demás y de la necesidad de sentirnos queridos, pero paradójicamente lesiona el amor hacia nosotros mismos. Pues aquello que tratamos de amputar en nosotros también es digno de ser amado. Cambiemos de paradigma: no hay una personalidad positiva y una negativa. Hay sólo lo que es a cada momento. Lo que somos a cada instante”. Jooan Garriga en el “arte del buen amor en las familias” cuenta: “Bert Hellinger, el creador de las constelaciones familiares, fue un religioso católico y misionero en Sudáfrica entre los zulúes, donde dirigía un colegio cuando, alrededor de sus 45 años, un terapeuta especialista en dinámica de grupos lo confrontó con una pregunta certera que le agrietó sus creencias y le llevó a transformar su vida: ¿Le interesan más las personas o las ideas? Si se diera el caso, ¿a quién sacrificaría en primer lugar? Cuestión nada desdeñable, pues casi todos en algún momento, nos hemos visto obligados a elegir entre preservar nuestros puntos de vista personales, a menudo muy limitantes, o conservar buenos amigos y buenas relaciones. Algunos flexibilizan sus marcos de creencias y abren el corazón a lo diferente y dan prioridad a las personas, otros optan por rechazar y sacrificar a las personas que no encajan en sus códigos de vida. Algunos viven en el paradigma al uso de buenos y malos; otros, más comprometidos con su crecimiento, van más allá de este paradigma tan estrecho, y aprenden a amar lo real de la vida y de los demás”. Jesús, en el Evangelio, advierte el peligro al que queda expuesta el alma y el corazón cuando sucumbimos a la codicia del ser. La codicia significa el deseo de “tener más que… para vivir mejor que…” Somos codiciosos cuando hacemos cosas para ser mejores que el otro, cuando queremos tener muchos bienes para o dinero para sentirnos importantes o seguros en la vida. Cuando entregamos el corazón y el alma a la codicia perdemos la vida. Jesús nos exhorta a alejarnos de la codicia, es decir, de la avaricia de poseer: bienes, fama, poder, buen nombre, relaciones, etc. Jesús quiere disuadir a sus oyentes de la búsqueda desenfrenada de aquello que consideran su riqueza, la que nos da un lugar entre los hombres y, nos hace perder nuestro lugar ante Dios. Escribe el Papa Francisco: “Jesús cuenta la parábola del rico necio, que cree que es feliz porque ha tenido la buena fortuna de un año excepcional y se siente seguro de los bienes que ha acumulado. (…)” Perdemos la vida cuando en lugar de entregarnos al Amor, dedicamos nuestros esfuerzos a alimentar el trauma, a identificarnos con el Ego, a vivir para nosotros mismos en lugar de vivir para Dios. Señala el Papa Francisco: “El rico ante el mundo se dice así mismo estas tres consideraciones: Los bienes acumulados, parecen asegurarme una larga vida, los años que voy a tener son para comer, beber y descansar, tendré una tranquilidad y bienestar no sólo asegurados sino que puedo vivir como me dé la gana. Pero la palabra que Dios le dirige anula estos proyectos. En lugar de los muchos años, Dios indica la inmediatez de esta noche; esta noche te reclamarán el alma; en lugar de disfrutar de la vida, le presenta la restitución de la vida; tú darás la vida a Dios, con el consiguiente juicio. La realidad de los muchos bienes acumulados, en la que el rico tenía que basar todo, donde había puesto su confianza, está cubierta por el sarcasmo de la pregunta: Las cosas que preparaste, ¿para quién serán? Escribe Joan Garriga: “Es cierto que muchos problemas se originan por heridas de amor, por traumas y por lo terrible de lo vivido. Esto configuraría una primera línea argumental. Pero adentrándonos en una segunda línea argumental, es importante no olvidar algo aún más profundo: tenemos problemas porque amamos mal. Si miramos sin prejuicios el alma familiar y las dinámicas del niño, encontramos que éste se inserta en su sistema familiar de forma que ama incondicionalmente, suceda lo que suceda. Simplemente es un programa biológico que activa todos los resortes emocionales. Y vemos que por amor ciego trata de asumir sacrificios, cargas o culpas que corresponden a sus padres, hermanos, abuelos o a la familia extensa. Puede intentar morir o enfermar en lugar de sus padres, preso de un pensamiento mágico que le hace creer que de esta manera conseguirá salvarlos”. Perdemos la vida, convencidos de estar actuando heroicamente, cuando en lugar de mirar hacia el Orden del amor, queremos conservar el encantamiento de nuestra personalidad, de nuestra máscara, de aquello que construimos para protegernos del dolor que, al no ser curado, se convierte en el fuego que nos destruye y consume todo lo que está a nuestro alrededor. Estamos invitados a conservar la vida, el alma, antes que, dedicarnos a perderla porque buscamos la seguridad afuera y convertimos los bienes no sólo en nuestro refugio sino también en nuestra fortaleza. De nada sirve que nos consideremos buenos hijos, buenos amantes, buenos esposos, buenos empleados, buenos padres o buenos hijos de Dios, si nuestro corazón esta aferrado a una imagen que, en lugar de darnos vida, nos la arrebata y, nos convierte e seres llenos de orgullo, prepotencia y, lo peor, ciegos ante el verdadero amor y, de manera especial, ante Dios. Seducidos por el afán de ser alguien, de ganarnos el respeto de los demás, sin medir las consecuencias de los medios que utilizamos, terminamos expuestos a la pérdida del alma, de la vida y de corazón. Lo nuevo se asoma, imperceptible. Un grano de mostaza hace árbol cobijando aves. Una pizca de levadura hace salir lo potente y alimenta. Un gesto en silencio cambia la jornada. Una pregunta desinstala. Un sí cambia la historia. Un te amo sincero arropa la pena y la alegría. Un susurro al oído serena la tormenta. Una buena noticia da vida. Un aroma a jazmín perfuma el alma. Un abrazo restaura y convoca a la fiesta. Un detalle hace del amor, carne. Una y todas las voces, el evangelio. Lo nuevo se asoma, imperceptible, a nuestro lado (Malvi Baldellou)Francisco Carmona
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