La carencia del alma se revela de dos formas. La primera: “no tengo”. La segunda, “No sé”. En el caso de la samaritana, la carencia se expresa en su afirmación: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La insatisfacción de la mujer samaritana consiste en sentir que, en su vida nunca ha habido un amor que la tome en serio y, por el que valga la pena entregarse total y radicalmente. Sentir que no vale por sí misma, es causa de un malestar profundo en el alma y, también para el espíritu que ve su trabajo de ordenar, guiar y alentar muy complicado. Cuando no logramos sentir que nos aman por lo que somos, terminamos creyendo que algo está mal dentro de nosotros. En estas condiciones, las personas están llenas de miedo a ser abandonadas en cuanto los demás descubran sus imperfecciones o limitaciones. Cuando no nos sentimos dignos de ser amados como somos, empezamos a desarrollar conductas que, sin darnos cuenta, nos van llevando a la dependencia emocional. Sabemos que estamos dependiendo del otro porque sus gestos, silencios o palabras son suficientes para que nos desanimemos, avergoncemos a retraigamos. Vivir sin amor es una carga muy pesada. De ahí, la expresión de la canción “El deseo de la samaritana”: “Me pesa más la vida que este cántaro de barro, cargado entre mis brazos con el agua rebosando. ¡Ojalá, pudiera abrazar mi vida así!
Una vez un hombre estaba viajando y entró al paraíso por error. En el concepto indio del paraíso, hay árboles que conceden los deseos. Simplemente, te sientas bajo uno de estos árboles, deseas cualquier cosa e inmediatamente se cumple. No hay espacio alguno entre el deseo y su cumplimiento. El hombre estaba cansado, así que se durmió bajo un árbol dador de deseos. Cuando despertó, tenía hambre, entonces dijo: "¡Tengo tanta hambre! ¡Ojalá pudiera tener algo de comida!". E inmediatamente apareció la comida de la nada simplemente flotando en el aire, una comida deliciosa. Tenía tanta hambre que no prestó atención de dónde había venido la comida. Cuando tienes hambre, no estás para filosofías. Inmediatamente empezó a comer, y la comida estaba deliciosa. Una vez que su hambre estuvo saciada, miro a su alrededor. Ahora se sentía satisfecho. Otro pensamiento surgió en él: ¡Si tan sólo pudiera tomar algo! Y por ahora no hay ninguna prohibición en el paraíso, de modo que de inmediato apareció un vino estupendo. Mientras bebía este vino tranquilamente, y soplaba una suave y fresca brisa bajo la sombra del árbol, comenzó a preguntarse: ¿Qué está pasando?¿Estoy soñando, o hay fantasmas que están jugándome una broma? Y aparecieron fantasmas feroces, horribles, nauseabundos. Comenzó a temblar y pensó: ¡Seguro que me matan! ¡Y lo mataron! Una de las mayores dificultades que experimentan las personas que creen vivir sin amor está en la toma de la siguiente decisión: “Amar o desear que las otras personas cambien”. Constantemente, vienen a talleres personas que se sienten insatisfechas en la relación de pareja porque el otro no cambia, porque no se acomoda a su sistema de creencias, porque se siente que no es suficiente para las expectativas que teníamos de la relación, de la vida en pareja o familiar. Cuando nos sentimos vacíos de amor empezamos a exigir del otro comportamientos que, por mucho que se esfuerce, nunca va a lograr llenar nuestras expectativas y, menos aún, nuestros vacíos. Según el relato, la mujer samaritana no ha encontrado el amor que la llene, la satisfaga, le haga sentir y experimentar que vale la pena compartir la vida con otro. Muchos creen que aman y, en realidad están viviendo bajo el manto de la codependencia, el apego, el miedo y el desamor. Estas personas llevan grabado en su inconsciente: “No fui deseada”. Para justificar esta creencia, las personas recurren a una narrativa bastante dolorosa: mi madre no sabía que estaba embarazada, se dio cuenta cuando fue al hospital por un dolor muy fuerte en la barriga; mi mamá no se acuerda de la fecha de nacimiento; mi mamá +rechaza a los hombres o a las mujeres; mi mamá se había hecho operar para +no tener más hijos". Somos capaces de conectar con cualquier narrativa que nos haga sentir que no fuimos amados. En un taller de constelaciones, vino un hombre que se presentó diciendo: “soy alcohólico, hace treinta y seis años que dejé de tomar, padezco una enfermedad terrible que nunca se cura”. A medida que, la constelación fue transcurriendo, nos dimos cuenta que, el hombre había terminado con su novia. Después de la separación, había comenzado a beber. Conoció una nueva pareja y se casó, dejó de beber para conservar el matrimonio, vinieron las decepciones y con ellas, de nuevo, el alcoholismo. El matrimonio había fracasado. El hombre sentía que nadie lo amaba. El consultante dice: “El alcoholismo es una enfermedad muy brava”. Al final, nos dimos cuenta que, el alcohol representaba a la primera pareja y la incapacidad de olvidarla y asumir la separación. Aquello que se intenta ocultar, busca la forma de salir nuevamente a la consciencia. Cuando una persona siente que no es amada por sí misma tiende a generar, como mecanismo de sobrevivencia, conductas donde los demás necesiten de ella. Estas personas creen que, van a ser amadas si se desviven descubriendo y atendiendo las necesidades de los demás. Están convencidas de ser amadas, si los demás las necesitan, buscan constantemente su apoyo o dependen de ellas. Cuando los demás no las buscan, se sienten desvalorizadas, menospreciadas y, sacan a relucir con soberbia todo lo que se han sacrificado por el bienestar de los otros. Menosprecian. Al obrar de esta forma, estas personas terminan poniéndose en situaciones de mucha vulnerabilidad para que los demás vean cuanto son capaces de amar. Las personas que rebasan sus propios límites terminan quejándose de lo desconsiderados que son los demás con ellas. Sacan en cara lo que han hecho por los demás, buscan que sientan lástima por ellas y, de manera especial, buscan oportunidades para hablar mal del esposo, de los hijos, de las personas que las rodean. Una premisa de las personas que viven sin amor es: “Ayudo para que cuando yo necesite, vengan corriendo y me auxilien, no me dejen sola” Estas personas creen que los demás viven en deuda con ellas; que los otros son exitosos, porque ellas están detrás. Manipulan a los demás para que cumplan sus expectativas y, cuando esto no sucede, atacan verbalmente, chantajean emocionalmente, buscan la forma de hacer sentir culpables y, en algunas ocasiones, agreden físicamente. Jesús dice a la samaritana: “El amor que buscas, que anhelas para ti, sólo Dios te lo puede ofrecer”. Cuando el ser humano se abre a la experiencia auténtica de Dios percibe que, no necesita mendigar el amor de los demás. También aprende que, puede dejar de vivir sin amor porque, al conectar consigo misma, se da cuenta que el amor no viene de fuera, sino que brota adentro, como si se tratara de un manantial que tiene su origen en nuestro interior. El Papa Benedicto XVI recuerda: “El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios”. Cuando sentimos que llevamos una existencia sin amor, podemos decir, sin caer en formalismos y rigorismos religiosos, que andamos desconectados de Dios y, también, de nosotros mismos. El amor habita en nosotros y, cuando lo descubrimos y vivimos, nos damos cuenta que estamos en la presencia misma de Dios. Dios ahoga pero no aprieta. No te adula pero te defiende. El hombre te alza y de deja caer, Dios te deja caer sin alzarte. Siempre está sobre aviso; luego te quita el dolor y te pone la cena –otras veces te pone el dolor y te quita la vida–. Está lleno de sabiduría y de paciencia, sobre todo de paciencia con los perversos, –perverso quiere decir mal intencionado–. No es un Señor con barba, no es una paloma, es todo lo que vemos, lo que oímos, lo que tocamos. Aunque parezca mentira, ¡Dios existe! (Gloria Fuertes)Francisco Carmona
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