El capítulo 12 del evangelio de Lucas comienza con una advertencia de Jesús a sus discípulos: “Guárdense de la hipocresía que es la levadura de los fariseos”. Después de una serie de enseñanzas sobre lo que debemos hacer para evitar la hipocresía en la vida, se levanta uno entre la gente y le dice a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Él le respondió: ¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre ustedes? Y les dijo: Miren y guárdense de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes. Les dijo una parábola: Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha? Y dijo: Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios” Es normal que, cuando se acerca la muerte de ambos padres se despierte la codicia creando un fuerte y, a veces, un gravísimo conflicto entre los hermanos. ¿A qué obedece esto? Los hijos, especialmente, aquellos que consideran que no tuvieron la atención suficiente de los padres, desean quedarse con los bienes destinados a la herencia, para compensar, en cierta medida, el desamor experimentado. La codicia muestra que, el corazón está vacío y desea llenarse de bienes porque cree que, de esta forma, se sacia la insatisfacción. Es común, que algunos miembros de la familia, consideren que el resto, está endeudado con ellos por un servicio que prestaron a la familia y, por esa razón, se sientan con derecho a tomar algo más de lo que le corresponde en la justa distribución de la herencia. Los casos de conflictos entre hermanos por la repartición de la herencia son abundantes.
Escribe Inés Ordoñez: “Los conflictos en la vida familiar son el camino por el cual todos aprendemos el difícil arte de la aceptación y el perdón. Aceptarnos tal como somos, abandonando las fantasías de que el otro cambie, y sin condicionar nuestra aceptación al cambio de los demás; perdonarnos y pedir perdón, una y otra vez, de verdad, aunque nos duela, perdonarnos como Dios nos perdona, no sólo por lo que hacemos, sino también por lo que dejamos de hacer y por cómo somos”. La vida familiar es un desafío constante al aprendizaje. Siempre estamos aprendiendo a convivir, a asentir la diversidad, la fragilidad y vulnerabilidad del otro. En la familia aprendemos la belleza del amor que se encuentra en las diferencias cuando estas se aceptan, complementan y enriquecen. Cuando la codicia aparece entre los hermanos, surgen también actitudes que, no sólo marcan la diferencia entre los hermanos, sino que terminan lastimando, hiriendo y haciendo un daño profundo. Hay ciertas actitudes que hacen difícil que podamos aceptarnos y amarnos como somos. La codicia levanta muros y destruye lazos. Lo más curioso es que, los codiciosos desean vivir bien, alcanzar la felicidad, llevar una vida plena y, sin embargo, empiezan a actuar en contravía de sus deseos e intenciones. De ahí, la advertencia de Jesús sobre la vigilancia del corazón, para que en nuestra vida, la hipocresía no termine dirigiendo nuestros actos, relaciones y decisiones. Jesús nos advierte: la felicidad no está en los bienes; menos aún, en la acumulación de éstos y, la felicidad se esconde del corazón ambicioso y codicioso. Es común, ver en la familia que la competencia y el afán de estar por encima de los demás ponga en crisis la convivencia y las relaciones. Nos cuesta aceptarnos tal como somos. El modo de ser de cada uno, en lugar de ser una fuente de tensión, podría convertirse en una forma de aprender a amar sin condiciones y en aceptación. Para que lo anterior sea una realidad, tendríamos que ser generosos. La falta de entrega y compromiso es la que, termina tensionando las relaciones y poniendo en el límite a los demás miembros que esperan reciprocidad en el compromiso y en la relación. El rechazo se supera cuando abrimos el corazón y nos disponemos a la reconciliación y al perdón. La familia es la primera escuela de la aceptación incondicional. También hay que decir que, nadie está obligado a amar, pero si a ver al otro con ojos diferentes al juicio, la descalificación y la desvalorización. Escribe Inés Ordoñez: “Cuando somos capaces de aceptarnos y perdonarnos en lo que somos, dejamos de ser enemigos o de estar enfrentados, a la defensiva y podemos reconocernos, más allá de la crisis, como compañeros de camino, como aliados en nuestra diversidad, para hacerle frente juntos a la adversidad. Cuando aprendemos a vivir sin máscaras, abiertos, vulnerables, el afán de dominar, de tener la razón desaparecen y el corazón puede disponerse a amar y permanecer en el amor. Cuando crecemos podemos descubrir la paradoja de la reconciliación: aquello que nos hirió, también es lo que hace posible el gozo de la reconciliación”. Las relaciones familiares ponen al descubierto una forma de ser nuestra que no aparece en otros lugares. ¿De dónde salen tantos sentimientos… cuando en el trabajo, en el encuentro con los amigos, en otros espacios somos totalmente diferentes? ¿Qué pasa en la familia que despierta en nosotros sentimientos, actitudes y reacciones que no hacen parte de nuestra vida por fuera del ámbito familiar? Inés Ordoñez ofrece la siguiente respuesta: “En las relaciones familiares nos espejamos los unos a los otros dejando de manifiesto lo que queremos ver y lo que no queremos. El amor es luminoso y descubre en nuestros vínculos las sombras y oscuridades que nos atemorizan y desconciertan” ¡Señor Jesús! Mi Fuerza y mi Fracaso eres Tú. Mi Herencia y mi Pobreza. Tú, mi Justicia, Jesús. Mi Guerra y mi Paz. ¡Mi libre Libertad! Mi Muerte y Vida, Tú, Palabra de mis gritos, Silencio de mi espera, Testigo de mis sueños. ¡Cruz de mi cruz! Causa de mi Amargura, Perdón de mi egoísmo, Crimen de mi proceso, Juez de mi pobre llanto, Razón de mi esperanza, ¡Tú! Mi Tierra Prometida eres Tú... La Pascua de mi Pascua. ¡Nuestra Gloria por siempre, Señor Jesús! (Pedro Casaldáliga) Francisco Carmona
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