David Hawkins señala que, nuestro progreso espiritual depende de la frecuencia emocional en la que vibremos. Según este psiquiatra, la mayor fuente de enfermedad se encuentra en las personas cuya vibración emocional es baja. Las personas que albergan en su corazón negatividad, resentimiento, odio, frustración vibran bajo y, en consecuencia, son propensas a enfermar, algunas veces de gravedad. Al respecto, dice: “Las personas enferman porque no tienen amor, sólo tienen dolor y frustración”. Vibrar significa conmoverse, albergar en el corazón, algo. Aquello en lo que me quedo atrapado es la fuente de nuestra vibración. El afán de sentirse por encima de los demás, creer que se actúa con justicia y amor, sentirse poseedor de la verdad, son, entre otras, prisiones en las que el alma vive y, lastimosamente, por la dureza del corazón, se permanece en ellas. En un taller de constelaciones, un hombre consultó porque toda decisión que toma, siempre le deja en el alma, un sentimiento constante de culpa y una sensación, que lo acompaña todo el tiempo, de haberse equivocado. A medida que se desarrolló la constelación, fueron apareciendo varias personas muertas. Cuando le preguntó: usted, ¿cómo ha vivido la pérdida de sus seres queridos? Su respuesta, con un tono bastante despectivo, fue: ¡El que se murió, se murió! Le preguntó: ¿usted qué hace para asumir la pérdida? Su respuesta fue: ¡para eso, existe sanax!, un medicamento utilizado para los trastornos de ansiedad y pánico. Cuando le pregunto: ¿usted siente respeto por la muerte? Se quedó mirando, como el que se pregunta: ¿esa vaina, se respeta? En ese momento, dos representantes de la constelación se pusieron de rodillas y, con una camándula en mano, hicieron el gesto de honrar a la muerte. En ese momento, la neurosis se marchó.
Confieso que me conmovió profundamente la desconexión espiritual de este hombre. Por conexión entiendo el sentimiento profundo que nace en el corazón y, nos hace sentir unidos a nosotros mismos, a otras personas, lugares o cosas. La desconexión señala que ese sentimiento de unión desapareció. Cuando esto sucede, lo normal es que el alma experimente ansiedad y, el dolor propio que la separación o la pérdida generan. La conexión espiritual es el sentimiento profundo que permite autoconocernos, saber cuál es nuestra identidad profunda, encontrar el sentido de la vida y, saber que podemos confiar en una fuerza superior, que abarca todo lo que existe, llenándolo de amor y trascendencia. Sin espiritualidad, la persona cae en el vacío y para sentirse tranquila, se puede recurrir a la adicción o el alcoholismo. Un molusco estaba muy orgulloso de su caparazón. Le decía a un pez: Sí señor; el mío es un castillo muy fuerte. Cuando lo cierro, nadie puede hacer más que apuntarme con el dedo. Así, mientras estaban hablando, se sintió un chapoteo. El pez huyó prestamente, mientras que el otro se encerró en su envoltorio. Pasó un buen rato y el molusco empezó a preguntarse qué había sucedido. Como todo parecía muy tranquilo, abrió sus valvas para indagar y notó que ya no se hallaba en su medio habitual. Efectivamente, estaba junto a cientos de otros animales semejantes a él, en un puesto de mercado, debajo de un cartel que decía: a “10.000 el kilo” De la mano de Carl Gustav Jung, hemos aprendido que la espiritualidad o la experiencia religiosa, como la queramos llamar, es el espacio en el que la psique va construyendo el sentido de intimidad, de unidad, de pertenencia, de amor, de comunión; en última instancia, su bienestar y armonía. La madurez espiritual consiste en vivir coherentemente los valores que nos acercan al Ser superior. En palabras de Hawkins, aprender a vibrar con el amor y realizar las obras que éste nos invita a realizar. Como se aprende en constelaciones, el amor es una fuerza tan grande y poderosa que, para evitar que se vuelva ciega, es necesario que otra fuerza, aún más grande, actúe sobre él y lo contenga. De lo contrario, a nombre del amor podemos hacer mucho daño y, lo peor, sin consciencia. Así fue, como los que asesinaron al hijo de Dios creyeron que libraban a Dios de un hereje. La fuerza que contiene al amor es el orden. Así, donde hay orden el amor fluye. Donde no hay orden, el amor genera caos y conflicto. Sólo en la medida, que damos orden a nuestro mundo emocional, que somos capaces de dilucidar lo que está oculto detrás de nuestras reacciones, podemos saber a ciencia cierta sí, somos guiados por Dios o por otras fuerzas que, oponiéndose al amor nos conducen hacia la oscuridad y, en consecuencia, hacia la ceguera, impidiéndonos ver la verdad de las cosas. Hace algunos días, en consulta, una persona manifestó: “le dije a mi mamá que habían abusado de mí”. Después de un rato, añadió: “lo hice para que se sintiera culpable de haberme dejado sola mientras se iba de rumba con sus amigas o parejas”. Enceguecida, a esta mujer, no le importó tirar al abismo a la persona que la cuidaba. Ella sólo pensó en hacer sentir mal a la mamá. En otra ocasión, presencié a una mujer acusando a su esposo de una conducta inadecuada. Después, la mujer dice: “Esto es para que vea, con qué tipo de persona, usted se está metiendo”. El amor se oscurece donde el afán de ponernos por encima de los demás o el miedo se imponen. También conocí el caso de una mujer que no dejaba que nadie visitara a su madre enferma porque le ensuciaban la casa. Un corazón que no se examina ante Dios, puede actuar mezquinamente y hacer, en nombre del amor, muchísimo daño. Señala Lola Arrieta: “El Señor resucitado ilumina cada uno de mis movimientos. Todo tiene sentido en medio de la pena. Cada uno de los sentimientos va tomando su lugar. Estoy triste, es verdad, pero siento tanta fuerza interior que no es la tristeza el sentimiento que predomina sino la sensación de plenitud y el deseo de atención y cuidado de mis hermanos de sangre que se convierte en deseo universal”. En el acompañamiento es importante que el corazón hable de sus heridas, de sus dolores más profundos y, también de la necesidad de afecto, de aceptación y de cuidado que cada uno guarda en su corazón. El resucitado es el hombre destrozado y desfigurado que, amenazado por las fuerzas de la destrucción, se conecta con el Amor y, sale de su tumba, de su encierro, para llevar a los demás, incluso a sus victimarios, la luz que nace de ponerse en manos de Dios, encontrar en su Amor el abrigo y el remedio para sus heridas y para su desamor. En el acompañamiento espiritual, se trata de desentrañar la Palabra que nos conduce de vuelta a la vida, la Palabra que vence el dolor y disipa la oscuridad. Lógicamente, esa palabra no puede ser “me las tienen que pagar” o, “de malas”. El principio de nuestra debacle espiritual comienza cuando, llenos de resentimiento, invocamos la violencia como justicia y el rencor como compensación. En el acompañamiento, estamos invitados a abrir la llave, que nos permite cuestionar nuestra autosuficiencia, acoger la propia vulnerabilidad y a sentir que, bajo las alas de Dios encontramos el refugio para el fuego que, al intentar abrazarnos, también quiere devorarnos y destruirnos. Amor que no se contiene, se desborda y el conflicto se hace inevitable. La palabra final del acompañamiento es la que el resucitado dirige a todos: ¡Ánimo, yo he vencido, no tengan miedo, ustedes, tomados de mi mano, también pueden lograrlo! Ven a mí, acércate, acércate más, más cerca. Dame tu mano y por el camino de mi mano pásate y éntrate en mi corazón. Escucha lentamente para que puedas entender estas palabras que en mis labios tiemblan. Verás mis palabras caer en el aire, como si fueran pequeñas balsas próximas a naufragar su contenido. Acógelas. Sé tú como una blanda orilla de mar a donde mis palabras recalaran. Acércate más, más cerca. Dame tu mano. En mis historias encontrarás lo que +es limpio, lo que es bello, lo que transparente brota de mí como una flor. Acógelas, sé tú como una blanda orilla, donde mis palabras recalaran (Rezandovoy) Francisco Javier Carmona
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