“Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y él les repartió la herencia… Y levantándose, partió hacia su padre. Pero cuando aún estaba muy lejos, su padre lo vio y, conmovido corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente… Pero él le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado”. El texto del evangelio de Lucas 15 revela que el Padre ofrece a los hijos su amor; sin embargo, cada hijo recibe ese mismo amor, de manera diferente. Según sea la percepción que tenemos de nosotros mismos; así será, nuestra reacción ante el amor divino. Era un campesino muy supersticioso. Las cosechas le habían ido bien y otro campesino, lleno de envidia y resentido, le dijo un día: El fantasma de mi abuelo se te va a aparecer a partir de esta noche. Te prevengo, porque mi abuelo era un hombre de genio atroz. Seguro que su fantasma tiene la misma furia. ¡Ten mucho cuidado con él! Esta noche, cuando el campesino iba a dormirse, se sobresaltó en la oscuridad de su cuarto. Aterrado, vio flotando en el aire, la faz desvaída, pero enfurecida, de un fantasma. Encendió la luz, presa de la angustia, y no pudo dormir en toda la noche. Esa misma escena se repitió por varios días y el campesino estaba al borde de la desesperación. Tal era su zozobra que fue al monasterio del pueblo y le expuso al lama lo que le sucedía. El lama escuchó con suma atención. Buscó en un baúl y sacó una fotografía, amarillenta de lo vieja que estaba. Mira bien esta fotografía, campesino – dijo el lama. En la fotografía se veía el rostro desdibujado de un anciano. Este era mi abuelo. El hombre más feroz que nadie haya conocido. Su fantasma es terrible, verdaderamente terrible. Mi abuelo era un hombre colérico hasta la brutalidad. Su fantasma, yo lo he visto, es mucho más irritable de lo que fuera mi abuelo en vida. Ahora yo voy a hacer un encantamiento para que el fantasma de mi abuelo se ponga a tu servicio. Cuando aparezca el fantasma del abuelo del campesino que quiere perjudicarte, le lanzas contra él al fantasma de mi abuelo. Te aseguro que el fantasma de mi abuelo lo va a destrozar y nunca más volverás a ser molestado. Ahora vete tranquilamente. Ya veo que va contigo, para custodiarte y ayudarte, el fantasma de mi abuelo. Llegó la noche. El campesino supersticioso se fue a la cama. Apagó la luz. De súbito, se presentó el fantasma que le venía hostigando desde hacía días. Lanzó contra él el fantasma enfurecido y muy violento del abuelo del lama. Fue una pelea tremenda, en la oscuridad hermética del cuarto del campesino. El fantasma del abuelo del lama se impuso en la pelea, golpeó brutalmente al otro fantasma, le redujo y le humilló. Le exigió el juramento de que jamás volvería a molestar al pacífico campesino y el fantasma, avergonzado, lo juró. Pasaron los días. Nunca el campesino volvió a ser molestado por el fantasma. Muy agradecido llevó algunas verduras al lama. El lama le dijo: Ahora quiero que durante unos meses medites tal como te voy a enseñar. Así esclarecerás tu mente y apaciguarás tu corazón. Debes hacerlo todos los días. Regresa dentro de medio año. Te espero. El campesino meditó todos los días. Fue esclareciendo su mente y procurando ecuanimidad y paz a su corazón. Alcanzó un grado notable de realización y, al cumplirse el medio año, acudió a visitar al lama. El lama percibió un cambio interior sobresaliente en el campesino, al que se le veía muy tranquilo, centrado y dueño de sí mismo. Ya veo que has seguido mis instrucciones fiel y asiduamente. Así es, venerable lama. Pues ahora estás preparado, amigo mío, para que te diga que nunca conocí a mi abuelo. Estupefacto el campesino preguntó: ¿Y la foto que me enseñaste? No tengo ni idea de quien pueda ser – repuso el lama. Estaba en el baúl cuando me hice cargo de este monasterio. ¿Entonces, por qué me contaste esta historia? Muy simple. Te di un fantasma imaginario para que luchara y venciera a otro fantasma imaginario. Ahora has madurado y puedo hacerte la confidencia. Con una mentira superaste otra mentira. No dejas de meditar ni un sólo día. Que seas muy feliz y contribuyas a la felicidad de los otros seres. Añadió el Maestro: El desconocimiento de sí mismo da origen a la imaginación descontrolada que, resulta ser una trampa peligrosa.
Los hijos de la parábola que mencionamos antes estaban perdidos en el Ego. Su afán de aprobación, de experimentar la vida más allá de sus límites, vivir en función del éxito y reconocimiento social van deteriorando la percepción de sí mismos y llevan a distorsionar el amor del padre y su figura. Nada que surja de la identificación con el Ego resulta ser verdadero. Jesús nos revela que, el amor de Dios crece en el interior de cada uno, en la medida que, tomamos el lugar que nos corresponde frente a Dios, frente a nuestros padres y frente a nosotros mismos. Para lograr ese objetivo, sentir no sólo que somos amados sino también que el amor se expande en nuestro interior hacia todo lo que nos rodea es necesario abrirnos a la experiencia del amor divino. El ser es, en realidad, el verdadero lugar desde el que podemos rendir un culto auténtico a Dios que, desde antes de nuestra existencia, nos ama. El destino, según Constelaciones, es aquello que, de una manera u otra deseamos alcanzar. Pues bien, el ser humano, con diferentes palabras, intenta decir que su mayor aspiración es la autorrealización, ser él mismo, vivir en armonía consigo mismo y con todo lo que le rodea. Señala Joseph Campbell: “Cuando envejezcas, con todas las preocupaciones cotidianas ya atendidas, si te ocupas de la vida interior, bueno, si no sabes dónde está o qué es, lo lamentarás”. Al final, solo cuenta el regreso a nosotros mismos. En la medida que, cultivamos nuestra vida interior, la identidad profunda se revela. Nuestro destino es, al final de cuentas, la vida de unión con Dios en Cristo. Carl Gustav Jung, citado por Willigis Jäger, señala: “La mística no es cosa de fe, sino experiencia. La experiencia religiosa es absoluta. Se escapa a cualquier discusión. Lo único que se podrá decir es que nunca se ha tenido esta experiencia, y la otra persona dirá: lo siento, pero yo sí la he tenido. Y con ello, la discusión habrá terminado. Carece de importancia lo que el mundo opine sobre la experiencia religiosa; quien la tiene posee el gran tesoro de algo que se ha convertido para él en fuente de vida, sentido y belleza, proporcionando un brillo nuevo al mundo y a la humanidad”. Quien tiene experiencia del amor de Dios y, lo acoge en su corazón, no tiene necesidad de andar discutiendo la existencia de Dios porque él sabe que, aunque la lógica demostrará que Dios no existe, en el corazón y en la psique, Dios es la Fuente de la que brota el sentido de la vida y de nuestra humanización. Sergio Gadea sj cuenta la siguiente historia: “Cuando la polaca Olga Tokarczuk, en su discurso para recoger su Nobel de literatura, comenzó recordando la primera fotografía de la que fue consciente. Una imagen en blanco y negro de su madre, posando embarazada ante una vieja radio en su casa, pero con un semblante melancólico, enigmático, que a Olga ya de niña la brindó, quizás, su primera experiencia de profundidad y de sentido. Ella estaba segura de que su madre la estaba buscado en el tiempo, escondida en el dial de ese viejo aparato. Cuando más tarde le pregunté acerca de esa tristeza, mi madre dijo que estaba triste porque yo aún no había nacido, pero ya me extrañaba. Y así, su madre, le dio la certeza a Olga de lo que se conoce como alma. Ella colocó mi existencia fuera del tiempo, en la dulce vecindad de la eternidad. La experiencia me ha mostrado que, donde aparecen duendes, fantasmas, seres que hacen daño, hay una herida profunda de amor que no se cura. El que recurre a la superstición para atraer al ser amado, para alejar a una persona de otra o para hacer que, una persona quiebre y viva en pobreza extrema, solo está inundado de desamor y de dolor. El dolor de amor con amor se cura. Donde hay miedo es porque la desconexión de la fuente que nos brinda confianza se hizo más fuerte y el vínculo está cada vez más deteriorado. En la medida que, nos sumergimos en la experiencia de ser amados, como sólo Dios puede y sabe amar, nuestro corazón sana de sus heridas y, cada uno de nosotros puede sentir que al darse esta cercano, vecino, a la eternidad. Un poeta sufí escribe: “Yo soy. Una copia de la imagen de Dios eres tú. El que tú eres: el espejo de la hermosura del Rey: en los mundos no existe nada en tu exterior. Mírate a ti mismo, tú eres lo que estás buscando”. El amor no se busca afuera. Hacerlo, solo aumenta el vacío y hace que la sed nos desespere. El amor está dentro de nosotros. Dios que habita en el corazón que lo acoge es la Fuente desde el amor se irradia, llenándonos a nosotros y curando lo que está a nuestro alrededor. Para experimentar el amor de Dios, es necesario que, tomemos el lugar que nos corresponde ante Él: Somos hijos amados por los que Dios está dispuesto a entregarse hasta la muerte, si es necesario. En la medida que, nos dejamos abarcar por el amor, nos convertimos en el espejo de Dios. Parece que la pobreza más profunda la descubramos en el amor más auténtico. El agradecimiento y la impotencia que nos nace al contemplar los rostros de aquellos por quienes nos descubrimos más amados nos desvelan que el Reino es pobre y humilde. Ese algo hacia donde parece converger todo el deseo de lo infinito, ese algo que desata la sed más profunda y apunta hacia la fuente verdadera, paradójicamente es pobre y humilde. Las personas en las que se descubre un camino más auténtico hacia la luz y la verdad del amor, son por dentro errantes, pequeñas, frágiles y fuertemente heridas. Ellas muestran abiertamente algo de impotencia, debilidad, ignorancia, incoherencia en su caminar. Y Tú has elegido esa pobreza, Tú has elegido ese modo de ser para mostrar lo más divino de tu amor. Gracias por elegir la pobreza (Fran Delgado sj) Francisco Javier Carmona
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