Sólo existe un medio para sentirnos satisfechos y dejar de ansiar lo que nos falta. Curiosamente, la insatisfacción nunca viene de lo que tenemos, sino del anhelo de tener algo que no hace parte de nuestra cotidianidad. Quien aprende a valorar lo que tiene, lo que vive, lo que comparte, deja de anhelar cosas. La satisfacción es la consecuencia de la valoración y la insatisfacción, por decirlo de alguna forma, de la inmadurez, de la incapacidad de disfrutar lo que hay. Aferrarnos a lo que no forma parte de nuestra existencia hace que, recorramos tortuosamente la vida. Pensamos que, seremos felices el día que tengamos esto o aquello, una vez que lo conseguimos, seguimos siendo esclavos del anhelo. El camino entonces, consiste en agradecer lo que tenemos, en dar gracias por lo que somos. Escribe Anselm Grun: “Cuando uno siempre quiere algo nuevo a partir de la insatisfacción interior, al final nada será capaz de satisfacerlo. Todo lo nuevo sólo es bueno durante un período de tiempo muy corto. Esto se demuestra en cierta medida en la obsesión de comprar de algunas personas. En cuanto consiguen una cosa, simplemente la dejan de lado. Ya no se alegran por lo que han comprado. El insatisfecho puede comprarlo todo y experimentar todas las novedades, pero en última instancia nunca se sentirá satisfecho”. La insatisfacción es producto del ruido interior y de la desconexión con el corazón. Si queremos encontrar la fuente que nos sacia, debemos saber escuchar las palabras de Jesús “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón; en mí encontrarán descanso para su alma” (Mateo 11, 29)
Se dice que el discípulo de un venerable sabio, estaba extrañado y sorprendido de que su maestro estuviese siempre sonriente y feliz, a pesar de las dificultades que tenía en la vida. Intrigado, un día, le preguntó: Maestro, ¿cómo es que siempre se te ve tan contento y satisfecho? El maestro le respondió: Amigo mío, no hay secreto alguno en esto. Cada mañana cuando me despierto, me hago la misma pregunta a mí mismo. ¿Qué escojo hoy? Alegría o tristeza? Y siempre escojo alegría. La palabra esposo o marido traduce, entre otras cosas, al hombre o mujer comprometidos en construir una relación de intimidad donde el amor tiene una morada digna. Esposo también traduce: “El que cumple sus promesas”. De ahí que, en la Biblia Dios se presente como el esposo siempre fiel. El matrimonio es la alianza que sellan dos personas bajo la promesa de amarse y respetarse todos los dias de su vida, en cualquier circunstancia por la que puedan atravesar, hasta que la muerte los separe. Esa alianza implica donarse a sí mismo como expresión del amor y el deseo de compartir la vida con el otro a quien se toma como compañero de viaje hacia el destino y, también como testigo de nuestro crecimiento y realización personal. Los reparos que hacemos a nuestro compañero de vida, en realidad, son reparos a nuestra propia existencia. En una constelación familiar, vino un hombre a trabajar su relación de pareja. Entre las palabras que utilizó el consultante hubo una que llamó profundamente la atención: “La necesidad de encontrar una mujer que no existe, le he hecho daño a muchas mujeres, he destruido muchos sueños y aquí estoy destrozado, porque mi deseo de tener una familia sigue sin realizarse”. A medida que, va transcurriendo la constelación aparece el sentimiento de decepción hacia su padre porque, según la madre, es un hombre que nunca se comprometió con el matrimonio. Cuando le preguntó: ¿Quién es tu padre? El consultante constesta: “Mi papá ha sido albañil toda la vida, es un ser muy responsable, nos sacó adelante a los cuatro hijos, incluso pago la universidad de mi mamá, quien después de graduarse, empezó a decir que: no podía seguir con un hombre que nunca se había comprometido con la relación ni con la familia”. Ahora, el joven, cada vez que se relaciona con una mujer, tiene temor de vivir la experiencia de su papá. Lo más curioso es que, el joven cree en las palabras de la mamá: “Su papá nunca se comprometió con la pareja ni con la familia”. El camino de la satisfacción exige, a quien desea recorrerlo, mansedumbre y humildad. Nadie crece en el amor si, cada vez que puede, se recuerda a sí mismo, que es mejor que su pareja. Desvalorizar al otro no nos hace grandes; al contrario, revela la pequeñez, inmadurez y mezquindad de nuestra alma. Cuando somos mansos y humildes ante todas las inquietudes y oscuridades de nuestra alma, podemos encontrar el camino que nos conduce a la satisfacción con la vida. Cuando el consultante dice a sus padres: “honro lo que ustedes llevan en su corazón y lo dejo con ustedes con respeto”, la vida de pareja se acerca y lo toma. Honrar el camino de nuestros padres pasa por dejar de identificarnos con ellos. La vida de nuestros padres, le pertenece a ellos, no a nosotros. Las cosas dolorosas no dejan de existir porque decidamos ignorarlas. Escribe Anselm Grun: “Si rechazamos todo lo desagradable que aparece en nosotros, cuando nos relacionamos con extraños, nunca conseguiremos la calma. Porque en ese caso solo logramos restaurar, una y otra vez, la satisfacción saciada a través del rechazo de todo lo nuevo. Pero, si en cambio, contemplamos con una mirada mansa todo lo que aparece en nuestra alma, como una necesidad, una emoción o una reacción interior, encontraremos la tranquilidad”. Ser mansos significa también, aprender a mirar con amor, todo lo que ocurre en nuestro interior. Todo nos pertenece, hace parte de nosotros, de nuestro camino y de nuestro destino. Jesús enseña el camino para encontrar tranquilidad en las relaciones intimas tanto de amistad como matrimoniales. Encontrar marido significa aprender a compartir la vida íntima con alguien. La palabra intimidad hace referencia a la capacidad de un individuo de sentirse a gusto consigo mismo, con su vida, con sus proyectos y, libre de prejuicios y temores para compartir su camino con alguien en quien encuentra una ayuda para crecer. Este alguien, por amor, nos acompaña a crecer y a custodiar el corazón para que no se desvié y, termine centrado en aquello que, en lugar de vida nos arrastra hacia la muerte. Ser esposo o marido, como lo queramos llamar, exige mansedumbre; es decir, capacidad de mirar, amar y cuidar lo que hay en nuestro interior para que nutra el amor, en lugar de convertirse en el volcán que al explotar nos destruye a nosotros y a lo que decimos amar. La mansedumbre implica vivir teniendonos en cuenta a nosotros mismos y a nuestra verdadera identidad. Me siento a contemplar todos los dolores del mundo, y toda la opresión y la vergüenza. Veo en el arroyo a la madre ultrajada por sus hijos, que muere abandonada, extenuada, desesperada; veo a la mujer ultrajada por su marido, veo los efectos de las batallas, de la peste, de la tiranía, veo a los mártires y a los prisioneros, observo el hambre, las humillaciones y degradaciones impuestas por los poderosos a los obreros, a los pobres, a los negros; todas estas cosas, todas las vilezas y agonías sin fin me siento a contemplar, a ver, a oír, y permanezco mudo (Walt Whitman)Francisco Carmona
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