La samaritana va al pozo, lo hace cada día, siempre con la ilusión de encontrar algo diferente. Esta vez, lo que deseaba en su corazón aparece. Jesús está sentado en el brocal del pozo y manifiesta su deseo más profundo: “Mujer, dame de beber”. También podríamos decir: “Mujer, veo tu decepción, estoy aquí para Ti, puedo enjugar las lágrimas de tu rostro, llenar de consuelo tu corazón y devolverle la esperanza a tu vida; sólo basta que, calmes mi sed, que tu abras tu corazón y dejes que entre en él y permanezca para siempre allí”. Entregamos nuestra decepción, nuestro vacío, nuestra angustia y tristeza a Jesús. Dios se hace presente en nuestra vida para llenarla de sentido. Cuando todo parece desvanecerse y la tiniebla cubre todo, una voz que pronuncia nuestro nombre, ilumina todo. Henry Nouwen en el libro “la voz interior del amor cuenta”: “Este libro es mi diario secreto. Fue escrito durante el periodo más difícil de mi vida, que fue desde diciembre de 1987 hasta junio de 1988. Fue un período de extrema angustia, durante el cual me preguntaba si podría seguir soportando mi vida. Todo se estaba viniendo abajo: mi autoestima, mi energía para vivir y trabajar, mi sensación de ser amado, mi esperanza de sanación, mi fe en Dios... todo. Aquí estaba yo, un escritor de la vida espiritual, conocido como alguien que ama a Dios y le da esperanza a la gente, aplastado en el suelo y en una oscuridad total.
¿ Qué había sucedido? Me había enfrentado a mi propia nada. Era como si todo lo que le había dado sentido a mi propia vida se apartara y no pudiera ver frente a mi nada más que un abismo sin fondo. Lo extraño es que esto sucedió poco después de haber hallado mi verdadero hogar. Después de muchos años de vivir en universidades, donde nunca me sentí plenamente cómodo, me había transformado en un miembro de El Arca, una comunidad de hombres y mujeres con discapacidades mentales. Me habían recibido con los brazos abiertos, me habían brindado toda la atención y el afecto que podía esperar, y me habían ofrecido un lugar seguro y lleno de amor donde desarrollarme espiritual y emocionalmente. Todo parecía ideal. Pero, precisamente en ese momento, me aísle: como si necesitara un lugar seguro donde tocar fondo. Justo cuando todos los que me rodeaban me aseguraban que me amaban, se preocupaban por mí, me apreciaban, si, hasta me admiraban, yo me sentía como una persona inútil, desagradable y despreciable. Justo cuando la gente me abrazaba, yo veía la profundidad sin fin de mi miseria humana y sentía que no, había nada por lo que valiera la pena vivir. Justo cuando había encontrado un hogar, me sentía absolutamente sin techo. Justo cuando me elogiaban por mis numerosos discernimientos espirituales, me sentía falto de fe. Justo cuando la gente me agradecía por acercarla más a Dios, yo sentía que Dios me había abandonado. Era como si la casa que finalmente había encontrado no tuviera piso. La angustia me paralizaba por completo. Ya no podía dormir. Pasaba horas enteras gritando sin control. No me llegaban las palabras ni los argumentos de consuelo. Ya no tenía interés alguno en los problemas de los demás. Perdí todo deseo de alimentos y no podía apreciar la belleza de la música, del arte, ni siquiera de la naturaleza. Todo se había vuelto oscuridad. En mi interior había un gran grito que provenía de un lugar cuya existencia yo no conocía, un sitio lleno de demonios”. Ángelo Giuseppe Roncalli, quien más tarde fuera conocido como el Papa Juan XXIII, a sus veinte años de edad, “en el diario del alma”, escribió lo siguiente: “¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? Soy la nada. Todo lo que poseo, el ser, la vida, el entendimiento, la voluntad, la memoria, todo me lo ha dado Dios, luego todo pertenece a Él. Hace simplemente veinte años existía ya todo lo que me rodea: el sol, la luna, las estrellas, los montes, los mares, los desiertos, los animales, las plantas, los hombres; en el mundo las cosas se movían ordenadamente bajo los ojos vigilantes de la Divina Providencia. ¿Y yo? Yo no existía. Todo seguía su curso sin mí, nadie pensaba en mí, nadie podía hacerse una idea de mí, ni siquiera en sueños, pues yo no existía. Dios mío, en un rasgo inefable de tu amor, Tú que existes desde el principio y antes de los siglos, Tú me sacaste de mi nada, me comunicaste el ser, la vida, el alma, en un palabra, todas las facultades del cuerpo y del espíritu; Tú abriste mis pupilas a esta luz que irradia sus fulgores en torno mío, Tú me creaste. Por tanto, Tú eres mi dueño y yo soy tu criatura. Nada soy sin Ti, y por Ti soy todo lo que soy. Sin Ti nada puedo; es más, si tú no me sostuvieras en cada instante, volvería al sitio de donde salí, a la nada. Esto es lo que soy. […] Dios me ha creado; y, sin embargo, Él no tenía necesidad de mí; y el orden del nuevo universo, el ambiente que me rodea, es decir, todo existiría exactamente lo mismo sin necesidad de mí ¿Por qué, pues, me creo tan necesario en este mundo? ¿Qué soy sino una hormiga, un granito de arena? ¿Por qué, pues, me considero tan grande ante mí mismo? Soberbia, orgullo, amor propio. ¿Para qué estoy en este mundo? Para servir a Dios. Él es mi dueño absoluto porque me ha creado, porque me conserva el ser, luego soy su siervo. Por tanto, mi vida debe estar enteramente consagrada a Él, a cumplir su Voluntad; enteramente y para siempre ...” Una vez que descubrimos nuestro Destino, la única alternativa que nos queda es seguirlo, vivirlo plenamente, sentir que, a través nuestro Dios actúa y se hace presente. Honrar nuestro destino es aceptar que, los otros también libran sus propias batallas con su destino. La decepción viene de creer que el mundo es según nuestras expectativas. No es así. Un texto de psicología define la decepción en los siguientes términos: “Tener una decepción significa que alguien o algo ha acabado derrotando tanto nuestra esperanza como nuestras expectativas hacia ello. De esta forma, cuando la gente te decepciona la emoción se caracteriza por un sentimiento de arrepentimiento o tristeza que a menudo está muy relacionado con una pérdida. La razón de ello es que en muchas ocasiones esto puede ir de la mano de una desilusión amorosa o una decepción familiar o de amistad en la que no creamos que pueda haber perdón alguno”. En lugar de aislarnos para buscar un lugar seguro, podemos dirigirnos hacia Dios y confiarle nuestra tristeza con la certeza que con la lo hace el salmista: “cambiaste mi luto en danza, me quitaste la ropa de luto y me vestiste de alegría, para que cante y dance en tu nombre” El camino más corto hacia la decepción es la creencia en qué nadie nos va nunca a decepcionar, a traicionar, a fallar. Hace poco una película muestra la siguiente escena. Dos amigos de infancia trabajan en el mismo lugar. El jefe es una hombre que maltrata física, verbal y psicológicamente a los empleados. Uno de ellos, se cae intentando levantar un objeto, el jefe se deja venir y lo patea humillándolo. El hombre se levanta y le da un cabezazo al jefe rompiéndole la nariz. De inmediato, viene la suspensión y la demanda para el empleado. El amigo ve todo. En el juicio, el amigo declara a favor de la empresa. Cuando el otro se le acerca, dice: “perdóname, pero tengo una familia que sostener y no puedo perder el empleo”. Jesús fue entregado a las autoridades por uno de sus amigos. Hay que tener presente que, en cualquier momento, el otro nos puede decepcionar y, por ese motivo, no podemos paralizar nuestra existencia; al final, quien habrá fallado es el otro, antes que nosotros. Hay momentos en los que todo parece estar en orden. Nos esforzamos en moldear la vida para estar tranquilos y fluir armoniosamente. Sin embargo, de repente, llega una situación que nos descoloca. Todo lo que dábamos por seguro y firme, se viene al piso. Entramos en la oscuridad de la tristeza. La decepción se apodera del alma y comienza a conducirla por sus caminos. De un momento a otro, perdemos el interés en las cosas, en el rumbo que puedan tomar, nos acomodamos. Perdemos la atención. La esperanza parece desvanecerse en el dolor que produce ver cómo las cosas se desmoronan. Lo que nunca llegamos a imaginar, está delante de nuestros ojos. Podemos dejar que la decepción marque el rumbo de nuestra vida o buscamos consuelo. La decisión depende única y exclusivamente de nosotros. En estas circunstancias, es importante encontrar un lugar seguro. Algunos van a la terapia; otros, van a la oración; algunos más, escriben y se entregan a vivir aquello que habían abandonado: pintar, hacer trabajos manuales, carpintear, cocinar, etc. Henry Nouwen escribe: “Durante el tiempo de angustia, nunca dejé de escribir. Aunque dolía enormemente la decepción buscaba un lugar seguro en la oración, la psicología y la escritura. Después de un tiempo, regresé al lugar donde el dolor había tenido su origen. Traía conmigo las notas consignadas en mi diario. Un día, releí lo que había escrito y descubrí que, los imperativos espirituales que había anotado ahora parecían menos privados e, inclusive, de algún valor para otros. Wendy y otros amigos me alentaron a no ocultar esta experiencia dolorosa a quienes habían llegado a conocerme a través de mis libros sobre la vida espiritual. Me recordaron que los libros que había escrito a partir de mi periodo de angustia no podrían haber sido escritos sin la experiencia que había ganado al pasar por ese momento. Me preguntaban: ¿ Por qué mantener esto lejos de quienes se nutrieron de tus discernimientos espirituales? ¿No es importante para tus amigos cercanos y lejanos conocer el alto costo de estos discernimientos? ¿ No encontrarían en ello una fuente de consuelo, al ver que la luz y la oscuridad, la esperanza y la desesperación, el amor y el miedo, nunca están muy alejados el uno del otro, y que la liberación espiritual a menudo requiere de una feroz batalla espiritual?” Cuando nos rendimos ante la vida y vemos el fruto de nuestras batallas, estamos listos para volver a conectar con la vida. Señor, disculpa mis flaquezas, mis caídas y silencios. Dame otra oportunidad. Olvida mis negaciones, mi tibieza, mis eternas contradicciones. Ábreme otra vez la puerta, acógeme en tu casa y en tu abrazo. Tú, que sabes cómo soy. Perdona tú, hijo, a quien te hirió con sus flaquezas, sus caídas y silencios… a quien no estuvo a la altura, a quien no supo quererte bien…Pero ¿por qué? ¿para qué me vuelva a herir, me falle de nuevo, o me deje en la estacada? ¿Cómo olvidar la decepción, las medianías, las perpetuas frustraciones? ¿Por qué mantener la puerta abierta, mi casa dispuesta y el brazo tendido? He ahí el dilema, constante y humano. La doble medida. La piedad suplicada para uno mismo y negada al otro. El amor acogido con gratitud, pero entregado con cuentagotas. La claridad ante la necesidad propia, que se vuelve ceguera ante lo ajeno. Aprended de mí, que soy Dios de misericordia (Rezandovoy)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Haz clic y visita nuestro canal de podcast, podrás escuchar todos los episodios completos.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|