El amor es una fuerza tan grande que, si no se contiene u ordena puede destruir y confundir el corazón de tal forma que, en lugar de practicar el bien podemos vernos arrastrados hacia la injusticia. La letra de la canción: decimos amar, de Fernando Leiva, nos recuerda: “Esta claro, que solo el camino del amor, nos llenara del luz, nos dara esperanza y el sol del alba hará del dia un nuevo día; esta claro que, solo el camino del amor nos hara comprender el sufrimiento, la indiferencia de nuestras vidas por otras vidas. Y algunos dicen que aman y no quieren perdonar y, otros dicen, que aman y no saben escuchar y yo digo te amo y la caridad se me olvido ¿por que decimos que amamos si no es amor? Esta claro, que sabemos poco del amor, de este amor real que enciende todo, que envuelve el alma, que dio su vida por nuestras vidas. Y algunos dicen que aman y, en su corazon no hay compasión. Y otros dicen que aman y aún en su corazón hay rencor. Y yo que digo te amo y la caridad se me olvido ¿por qué decimos que amos si no es amor?… ¿Por qué decimos que amamos? si no es amor, si no es amor” Hu-Song, filosofo de Oriente, contó a sus discípulos la siguiente historia: Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender una pequeña tea. Pero la luz que daba era tan escasa que aún así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendieran su propia tea y así, compartiendo la llama con todos, la caverna se iluminó. Uno de los discípulos pregunto a Hu-Song: ¿Qué nos enseña, maestro, este relato? Y Hu-Song contestó: Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario, la hace crecer.
Inés Ordoñez escribe: “nuestras propias divisiones internas nos engañan y nos seducen disfrazando la realidad para que sólo veamos lo que nos conviene. Es necesario morir a nuestro egoísmo y eso supone librar un verdadero combate interno contra aquellas fuerzas negativas o contrarias a la vida que intentan seducirnos, y hacernos olvidar nuestra decisión de amar. Es muy dificil, porque hay un tiempo, mientras se libra la lucha, cuando parece que estamos perdidos y vencidos. Y es entonces cuando crece la tentación de olvidarnos de nuestro compromiso con el amor, y de vencer el mal haciendo un mal mayor” Ninguno de nosotros escapa a experiencias dolorosas en el transcurso de la vida. La incapacidad de elaborar adecuadamente esas experiencias, hace que en nuestro interior, se dé a lugar a la formación de mecanismos de defensa, entre ellos, contamos a la disociación. La incapacidad para superar una experiencia difícil no está en lo vivido, sino en la imposibilidad de encontrar alguien, que comprenda lo vivido y nos ayude a encontrar el significado profundo que nos permita darle a la vida una estructura diferente y un sentido más pleno. El acompañamiento es fundamental, para poder salir de la prision, en la que el dolor intenta mantenernos. Mientras permanezcamos anclados en el dolor, difícilmente podemos decir que, nuestro corazón se encuentra libre para amar. Nos conviene recordar, como lo señala Joan Garriga que, “incluso los mejores padres, los más amorosos, son personas reales y, por tanto, imperfectas (afortunadamente), y es bueno que encuentren conformidad y paz con lo que pudieron hacer y con lo que no, incluyendo el pellizco de sus culpas y molestias por aquello que, en su momento, pudo herir a sus hijos. Es importante que estén conformes con sus culpas y que se anclen más en el amor y el cuidado que dieron que en aquello que en algún momento pudo herir o fallar. La mejor manera de llevar culpas, cuando son reales, es asumiéndolas y compensándolas, es decir, haciendo algo bueno siempre que sea posible (algo que equilibre y aporte algo a los dañados, en este caso, los hijos), y no expiándolas —dañándose a uno mismo— o sacrificándose” obrando de esta forma, los padres pueden encontrar el camino del amor auténtico. Sin recorrer el camino de la reconciliación interior, es difícil liberarnos de aquello que deforma el corazón y su capacidad de amar. Aprender a amar auténticamente exige desprendernos del ego, del afán de encontrar en los demás un responsable de nuestra incapacidad para amar en libertad. Para superar los conflictos, que marcan la vida familiar y, que amenazan con destruir la unidad familiar y la dignidad de sus miembros es, necesario desenmascarar el ego y sus estrategias, para tener siempre la razón y justificar el desorden en sus conductas y afectos. Desenmascarar el ego, nos pone en el camino de la humildad. De nuevo, escribe Joan Garriga: “Es muy común que muchos padres experimenten la sensación, pasado el tiempo, de que les hubiera gustado hacer o vivir algo distinto con sus hijos, pero es mejor no poner demasiada energía en los lamentos (aunque, cuando se trata de heridas graves, puede ser necesario hablar y decir, por ejemplo, lo siento o lamento que tuvieras que vivir esto o aquello o qué pena por esto o aquello), y sí, en cambio, en lo que todavía es posible. Muchos hijos se alegran y reconfortan cuando los padres, ya más mayores, se transforman y en su declinar se suavizan, resquebrajando sus torreones de pétreas creencias y abriéndose a un encuentro más límpido, real y sereno” El mandamiento de Jesús: “Permaneced en mi amor, como Yo permanezco en el amor del Padre” podría servirnos para iniciar el camino que nos permita adentrarnos en el misterio de Cristo y, de esta forma, poder superar en nuestro Corazon, todo aquello que nos mantiene esclavos del reproche hacia lo que no pudimos tomar de nuestros padres. Si deseamos crecer, necesitamos permitir que la razón se humille y pueda comprender que, muchas cosas que sucedieron, no era posible que ocurrieran de manera diferente. Dejar que el amor de Jesús entre en nuestro corazón implica acceder a actitudes y sentimientos diferentes que, permitan al corazón y al alma abrir las puertas de la prision en las que, la incapacidad de tomar la vida como es, nos mantiene encerrados. Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad. Mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. Francisco Carmona
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