La mayoría de las personas se sienten insatisfechas con su destino, a causa de las expectativas exageradas, que se han hecho acerca de el. Escribe Anselm Grun: “Muchas personas pretenden encontrarse siempre con el lado soleado de la vida. Piensan que, el destino debe ser siempre bueno con ellas, que nunca deberían sufrir enfermedades, fracasos o accidentes. Estas exigencias exageradas hacia el destino terminan conduciendo hacia la insatisfacción, porque el sol no brilla siempre. Nos tenemos que consolar con la idea de que nuestro camino se extiende bajo el sol y la lluvia, a través del viento y la tormenta”. En la medida que, aprendemos a conocernos y aceptarnos como somos, las expectativas sobre el destino disminuyen. Las personas con altas expectativas sobre sí mismas y sobre los demás terminan prisioneros de estas expectativas y, a veces, sin mucha posibilidad, para hacerse cargo de su propia vida. Carl Gustav Jung señala: “no hay un peso más grande sobre la espalda de los hijos que la vida no vivida de los padres”. Al respecto, escribe Andrea Luca: “Inevitablemente, todos somos culpables de proyectar la vida que no hemos vivido sobre nuestros hijos. Un ejemplo de tal proyección son los estereotipos que los padres intentan desesperadamente hacer que sus hijos asuman como su identidad”. Así, es como vemos a padres empeñados en que sus hijos se convierten en arquitectos, ingenieros, médicos, deportistas, artistas. Al respecto, escribe José María Rodríguez Olaizola: “Cuando eres mayor, muchas vividas no vividas están por detrás. Son los caminos que no escogiste. La tentación de querer volver a las encrucijadas es grande. Fantasear con lo que hubiera ocurrido si en lugar de este paso hubieras dado este otro. Pensar, con cierta nostalgia, en lo que habría sido tu vida de haber tomado tal o cual rumbo... Y digo tentación porque, aunque es verdad que hay opciones que aún pueden tomarse, hay otras que ya no. Porque la vida es solo una. Porque ya no vuelves a ser joven (todo lo más, a querer aparentarlo, y esto a menudo con cierta insensatez). Porque mucho de lo que construimos requiere tiempo, mucho tiempo, décadas... y no toda la vida puede ser primavera. Por eso, no te dejes atrapar en la prisión de la nostalgia de las vidas que no fueron. Aprecia lo que eres, los caminos escogidos, y la vida que sí estás viviendo”.
Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Daba gusto sentarse a la sombra de un árbol en el huerto a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros. Pero un buen día empezaron a crecer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado. Descubrieron que cada cebolla tenía en el mismo corazón (porque también las cebollas tienen su propio corazón), una piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra un aguamarina, aquella un lapislázuli, la de más allá una esmeralda. ¡Era una verdadera maravilla. Pero se empezó a decir que aquello era peligroso, inadecuado y malo. ¡Las cebollas deben ser blancas como siempre habría sido! Total, que las cebollas de colores tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa. Se pusieron capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Y así se convirtieron en unas cebollas de lo más vulgar. Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que podía comunicarse con las cebollas. Empezó a preguntarles una por una: ¿Por qué no te muestras como eres por dentro? Y ellas le iban respondiendo: Nos obligaron a ser así. Nos fuimos poniendo capas porque los demás nos criticaron mucho por nuestros colores. Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni +se acordaban de porqué se pusieron las primeras capas. Al final al sabio le salían varias lágrimas al escuchar las tristes historias de las cebollas. Y desde entonces, todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Añadió el Maestro: cada ser es único y especial. Somos perfectos tal como somos. Otra forma de proyectar la vida no vivida sobre los hijos son los celos. Los padres que tienen celos, por ejemplo, del éxito de sus hijos, están atrapados en la vida que quisieron vivir y, por la razón que sea, nunca se atrevieron a realizarla. En Constelaciones familiares, he visto muchas veces que, las dificultades en las relaciones entre padres e hijos obedece a las proyecciones que el padre hace de su vida no vivida sobre sus hijos. Andrea Luca escribe: “El hijo cargará con la rabia y las heridas emocionales del padre y sufrirá todo tipo de manipulaciones y coacciones. O, peor aún, podemos llegar a esperar inconscientemente que ese hijo nos haga felices, que culmine nuestras vidas y nos lleve a una posición más elevada” A través del éxito profesional, el matrimonio, la vida de los hijos, el salario, proyectamos aquello que nos resulta esquivo con respecto a nuestro destino. Escribe un joven: “Estoy cansado, o contento, o herido, o jodido, o ilusionado, o agobiado, o endiabladamente perdido... Según el día, según el tiempo, según el humor o la cantidad de trabajo. Es inmediato el pensar en el mundo como mi mundo, en el momento en función de mi estado de ánimo, en los otros en función de su relación conmigo: Mamá no me entiende, mi jefe es un genio si valora mi trabajo, o un idiota por lo que me pide, mis amigos se están pasando conmigo, mi novio o mi novia cubre todas mis expectativas o me defrauda, y así sucesivamente. ¿Es posible vivir de otro modo?” Cuando aparece en el escenario de la vida la pregunta anterior, estamos ante un movimiento del destino que nos invita a dejar de vivir en cuerpo ajeno para hacerlo en el propio, el llamado a salir de las expectativas de los demás que nos encadenaron y, en cierta forma, nos robaron la vida, la propia identidad, porque empezamos a querer realizarlas para sentirnos amados. Las personas atrapadas en las exigencias hacia su destino terminan perdiendo la confianza en ellas mismas. Algunos, llegan a idealizar la vida de los demás, sin darse cuenta que restan valor a su propia vida y a toda la riqueza que su alma y corazón pueden albergar. La imagen de ir, una y otra vez, al pozo podríamos utilizarla para hablar de aquellos que, fascinados por los resultados que han obtenido en los diferentes procesos de consciencia y crecimiento que han hecho, sienten que, debe haber aún algo muy valioso que no han podido encontrar todavía. Estas personas no se han dado cuenta que, si no entregan a la vida lo que son, al final, van a terminar vacías y estériles. La expectativa sobre el destino, cuando es muy elevada, termina enfermándonos y sacándonos del lugar que nos corresponde en la vida. Daniel Hell, psiquiatra suizo, especialista en el tratamiento de la depresión, considera que las exigencias exageradas sobre uno mismo llevan con frecuencia a la depresión. Al respecto, escribe: “La depresión es con frecuencia un grito de auxilio del Espíritu. El espíritu ha llegado a su límite. Cuando superamos este límite a causa de las exigencias que nos autoimponemos, el espíritu se rebela. Deberíamos estar agradecidos porque nuestro espíritu se mueva, aunque sea hacia la depresión. En este caso, la depresión es una invitación a que nos despidamos de las exigencias exageradas hacia nosotros mismos. No tenemos que ser siempre perfectos, exitosos, buenos, educados, populares y llenos de confianza. Podemos ser como somos. Cuando nos damos permiso para ser, estamos en consonancia con la vida y empezamos a sentirnos satisfechos”. Es difícil, dejar de obligarnos a tener buenas relaciones con nosotros mismos, con Dios, con los demás, con el dinero, con el trabajo, con la sexualidad, etc., cuando hemos hecho depender nuestra identidad, nuestro valor personal, del funcionamiento perfecto de nuestra vida. En ocasiones, detrás de este afán, hay una imagen distorsionada de Dios; en otras palabras, hay un Dios hecho a nuestra medida. Un Dios según las experiencias y educación recibida por parte de nuestros cuidadores. Para ir hacia la satisfacción, necesitamos abandonar las viejas ideas sobre Dios y transformar la forma como lo buscamos, como intentamos entrar en conexión con Él, como fundamento de la vida. La sobriedad de la fe es la mejor forma de relacionarnos con Dios. El profeta Elías transformó su ímpetu y celo por Dios, que lo arrastró a asesinar, cuando en el desierto logró hacer silencio y escuchar interiormente a Dios. A tí, Señor, levanto mi alma, en tí espero. Indícame tus caminos, Señor, enséñame tus sendas. Abre en mi vida caminos de bien, de justicia y libertad. Que las sendas de mi vida sean de esperanza, servicio e igualdad. Guíame en tu verdad, enséñame. Espera tú también en mí, y sal a mi encuentro, que camino por este mundo. Tú que eres bueno, perdona aquello que hice mal o que pude hacer mejor. Tenme piedad cuando me veas solo y triste y ensancha este pequeño corazón. Señor, líbrame de caminar solo, confío en tí. Acompáñame por tus senderos y espera en mi silencio, dejándote hacer a tí, en mi alegría, como fuente viva, en mi vida comprometida, de acuerdo a tu buena noticia, y en mi caminar, guiando tú mis pasos (Rezandovoy)Francisco Carmona
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