Rumi, el místico y poeta sufí, nos dice: “Más allá de nuestras ideas sobre lo correcto o lo incorrecto hay un campo. Allí, nos vemos”. Ese espacio es el silencio puro. El Ego no tiene entrada en un corazón que encontró el silencio y lo disfruta como un auténtico y verdadero tesoro. El Ego, el miedo, la desesperación y la incertidumbre quedan sin capacidad de susurro y de consejo ante un corazón en silencio. Cuando el corazón descubre el misterio profundo de la vida y lo acoge, necesariamente, tiene que guardar silencio. Allí, donde abundan las palabras, el afán, el desespero y la ansiedad por alcanzarlo todo, el Ego aún domina y el Misterio, el amor de Dios, sigue en la sala de espera. El Señor nos enseña a conectar con nosotros mismos, a volver la mirada sobre lo esencial y, de manera especial, nos hace atento a las necesidades del alma y del corazón. Cuando algo que sucede nos estremece, en lugar de desconectarnos, de quedarnos anclados en la mente, podemos ir al silencio. Un corazón en silencio, que medita, que acoge amorosamente lo que sucede, aprende a ser prudente, a mantener la conexión consigo mismo y, a crecer, poco a poco, en la misericordia. El ruido nos saca fuera de nosotros mismos, nos deja a merced de aquello que puede destruirnos y, hace que actuemos desde la parte más inmadura y vulnerable de nuestro ser. Es muy poco, lo que se puede esperar de un corazón que prefiere llenarse de cosas, de adicciones y de ruido antes que, de silencio interior.
Junto las hojas secas en mi jardín secreto. Corto las ramas muertas con mucho amor, dando las gracias por haber compartido conmigo tanta belleza; después doy masajes a la tierra, con un rastrillo de bambú, me hace sentir tan bien. En este momento, soy el que masajea y el que masajean a la vez. Mi Yo tierra está anunciando un nuevo florecer en mi jardín, aún falta, pero la esencia de lo que viene está presente en todo lentamente. Me retiro, miro por última vez hacia atrás, volveré mañana a cuidar mi jardín secreto El silencio invita a abandonar con dulzura los pensamientos, las actitudes y los patrones de conducta que nos destruyen; así podemos abrazar la tranquilidad, la alegría, la apertura y el gozo. Carolyne Hobbs escribe: “Cuando abrazamos las verdades profundas del corazón sucede que, la bondad, la compasión, la alegría y la paz interior acompañan la vida. El agradecimiento se vuelve un acto natural y espontáneo. El corazón suelta todo aquello que no tiene nada que ver con el amor. Somos capaces de acoger nuestra humanidad sin prejuicios. Nos volvemos presencia amorosa y aprendemos a ver el mundo, y a quienes nos rodean, de manera diferente”. Dani Cuesta sj escribe: “Te despiertas con la alarma del móvil y nada más apagarla ya miras a ver si durante la noche te ha llegado algún wasap, correo o notificación emergente. Enciendes el ordenador y empiezas a abrir pestañas y más pestañas, porque hay muchas cosas que atender, tareas que se van encadenando (todas prioritarias), hasta el punto de que a veces no recuerdas cuál era la primera de todas las que tenías que hacer. Tomas café mientras lees la prensa y ves el último vídeo gracioso que te han mandado. Hablas con la gente sin mirarles a la cara, puesto que a la vez tienes que contestar ese wasap urgente que siempre llega en el peor momento y no puede esperar. Así, va pasando el día y tu sensación de agobio va creciendo. Tienes la sensación de que no llegas a las cosas. De que la vida se ha vuelto tan rápida que es imposible seguir su ritmo sin caer desplomado en el sofá. Y de repente, llega un momento en el que te dices ¡Eh! ¡Así no vamos a ninguna parte! Porque te das cuenta de que no se puede vivir tan fragmentado, ya que corres el peligro de romperte en tantos apartados como pestañas tienes abiertas en el ordenador o mensajes a responder en el móvil. Y es ahí cuando te dices a ti mismo que cada cosa tiene su momento. Que cada persona es única y merece que la trates así, sin obligarle a compartir su tiempo con el resto de tus tareas. Que tú también eres uno solo, y a veces no puedes atender tantos frentes abiertos como te gustaría, porque necesitas un descanso. Y que hay un Dios que cuando por fin cierras todas tus ventanas, te paras y haces silencio, te recuerda que andas afanado en demasiadas cosas y una sola es importante”. A diferencia del Ego, el corazón responde con lentitud. Donde hay afán, hay poco corazón. A Constelaciones Familiares vino una pareja. Habían tomado la decisión de iniciar una vida juntos porque sentían que, a pesar del poco tiempo que llevaban saliendo, tenían una conexión tan profunda que, parecían llevar mucho tiempo. Ambos, se sentían tan conectados que, la convivencia era el paso normal a dar. Efectivamente, iniciaron la convivencia y, a los pocos días, curiosamente, ambos empezaron a sentirse agobiados y, con un sentimiento profundo de abandono y vulnerabilidad que los estaban convirtiendo en una pareja ansiosa. Empezaron a sentirse abrumados, controlados, solos y, aunque no se atrevían a decirlo, querían separarse porque sentían que se habían equivocado. Bert Hellinger señala que, las parejas que se sienten inmensamente atraídas, que se apresuran a dar pasos importantes, están movidas por el afán de ayuda. Las decisiones apresuradas corresponden al niño que quiere ayudar a la madre o tener su atención y, a la niña, que desea ser aún protegida o que sus padres crean en ella. El corazón pone a prueba nuestra paciencia porque siempre responde con lentitud. Hacer la pausa, como piden muchas veces los comentaristas a los jugadores de futbol, es necesario para alcanzar la claridad que el corazón necesita. Cuando sabemos aguardar con paciencia, el corazón puede actuar con sabiduría. El afán hace que, terminemos dudando y desconfiando del corazón. Antes de que aparezca la enfermedad, la ruptura o el fracaso, es necesario hacer la pausa. Un corazón que toma el tiempo necesario antes de emprender +proyectos que comprometen nuestro destino permanece equilibrado, saludable, feliz y en paz. Así, se manifiesta la confianza en la vida. Un corazón que confía está en conexión con Dios. Enséñame, Señor, a vencer el miedo al silencio...Porque me da pereza. Porque me incomoda, cuestiona y reta. Porque no sé qué me espera. Porque el corazón transita caminos inciertos en los que fluyen sin control mis sentimientos y me esperan voces acalladas largo tiempo. O, quizás, porque no quiero asumir que no es el silencio mi miedo ni es la soledad mi problema. Sino en verdad es que vivo huyendo más de mí, que del silencio y más de Ti, que de mí. Así que, Señor, ayúdame a dejar de vivir huyendo y a vencer el miedo al silencio; a habitar feliz mi soledad y asomarme en paz a mi interior; para cruzar las barreras de mi alma y plantarme, ahora sí, ante ti, cara a cara (Óscar Cala sj) Francisco Carmona
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