El profeta Elías, después de duras jornadas de trabajo, termina sintiéndose agotado; es más, se retira al desierto y desea morir. La vida de profeta se convirtió en algo pesado. Lo que al principio llenaba de gozo; ahora, como resultado de haberse dejado devorar por la pasión, que se convirtió en celo, es decir, por el desorden afectivo, sólo quiere alejarse, incluso de Dios. En el desierto suele considerarse que, habita el demonio, en lugar de Dios. Lo curioso es que, nadie se encuentra con Dios, sí primero, no lucha con sus demonios interiores y redime sus sombras. Dice Byung que, “la transformación de la actividad en inactividad, en contemplación, sólo se da cuando aprendemos a dejarnos llevar”; es decir, en medio de la mortificación, como enseña la espiritualidad o del sufrimiento, como enseña la filosofía. Las máquinas, incluidas la inteligencia artificial, sólo conocen dos estados: encendido y apagado. En cambio, el ser humano conoce: la tristeza, la alegría, la desesperanza, la resistencia, la duda, la ambivalencia, la excitación, la depresión, etc. Dice Byung: “el sufrimiento y el padecimiento son estados que no pueden ser alcanzados por máquina alguna. A las máquinas les es ajena, sobretodo, la inactividad contemplativa. La contemplación no se consigue sencillamente desactivando el funcionamiento”. Thomas Merton dice: “Nuestro silencio, la contemplación que hacemos, no excluye a nadie. En el silencio, disponemos las cosas para que, lo doloroso se transforme, lo penoso se aligere, la resistencia se convierta en asentimiento. La contemplación es, abrirnos a la experiencia de un amor más grande, donde la intensidad de ese amor suaviza la tensión, abre el corazón y dispone el ser para amar”
Juan del Guayo escribe: “La aparición de la inteligencia artificial es un reflejo de nuestro propio desarrollo como sociedad y debemos estar dispuestos a adaptarnos a los cambios y aprovechar sus oportunidades. Debemos ser conscientes de sus limitaciones y asegurarnos de que la tecnología sea utilizada para el bienestar de todos. Al hacerlo, podemos trabajar juntos para crear un futuro mejor para todos. Pero, si esa máquina es capaz de hacer reflexiones acertadas sobre lo más profundo del hombre, es porque el hombre le ha enseñado a hacerlas; del mismo modo que si el hombre es capaz de adentrarse en él misterio de Dios es, porque el propio Dios, nos ha enseñado a adentrarnos”. La máquina nunca lograra adentrarse en el misterio de Dios y contemplarlo porque, si entra en inactividad, todo lo que ella es, de inmediato desaparece; en cambio, nosotros, cuando dejamos de hacer, de representar roles, de desempeñar funciones, permanecemos en nosotros mismos y, curiosamente, lo que somos realmente, se manifiesta. Las máquinas sirven en cuanto producen, en cuanto hacen; en cambio nosotros, cuando dejamos la actividad, tenemos la posibilidad de reencontrarnos con lo que somos realmente, nuestra identidad profunda, de otra manera. Existe la creencia de que San Bartolomé, patrono de los encuadernadores, ofrece a cada alma, poco antes de nacer, dos libros. El primero está protegido por unas cubiertas de cuero marroquí, con filigranas de oro y papel de Holanda; el otro se presenta en piel de cabra, sin siquiera curtir, tampoco un solo grabado. Tras haber elegido uno, el alma se encarna en el mundo de los vivos, donde al fin podrá abrirlo. Quienes eligieron el tomo de hermoso aspecto, descubrirán que ya existe un texto en su interior, una novela donde se revelan todos los pasos que se darán en esta vida, un inventario de acciones que deberá de seguirse al pie de la letra hasta el fin de nuestros días. Cuando la muerte venga a visitarnos, la encuadernación del libro estará deteriorada de tanto uso, las páginas se habrán soltado y las letras apenas serán visibles. Quienes optaron por el segundo volumen, encontrarán un sinfín de páginas en blanco que deberán de ir rellenando con las decisiones que tomen libremente, eligiendo en cada momento hacia donde encaminar sus existencias, haciéndose desde el primer instante dueños de sus propias vidas. A medida que las páginas vayan siendo escritas, el libro irá adquiriendo, casi por arte de magia, un aspecto más lustroso, las cubiertas parecerán haber sido encuadernadas en los mejores talleres del mundo y las filigranas despertarán la admiración de los grandes grabadores de la historia. Al final, cuando el cuerpo suelte su último aliento, el tomo será tan hermoso y contendrá tales proezas que pasará a formar parte de la gran Biblioteca del Conocimiento Humano. En la contemplación, dice Thomas Merton, en lugar de excluir, incluimos a todos de una manera diferente, desde el silencio. En el silencio contemplativo, aprendemos a amar al otro como es. Escribe Merton: “Para que el silencio que acompaña la contemplación pueda perdurar como un valor auténtico, es fundamental, que lo practiquemos revisando los usos inadecuados que hemos hecho de él y atreviéndonos a revitalizarlo. No es yendo y viniendo de un lado para otro como el silencio se revitaliza, sino permitiendo que nos impregne de su luz, de su gozo y, sobretodo, de la vitalidad que lo acompaña y nos permite ver todo desde el corazón que se ha reconciliado”. Nuestro ser es silencioso, pero nuestra existencia es ruidosa, dice Merton. Lo que hacemos tiende al ruido. Publicamos cosas en las redes sociales y, estamos pendientes del número de personas que le han dado like, que han hecho comentarios, que nos han enviado emoji cariñosos. De esta forma, mantenemos la existencia llena de ruido y, si vivimos para el aplauso, sin darnos cuenta, caemos en el vacío. Al final, cualquier cosa es válida con tal de hacer ruido. Parece que, sin ruido no existiéramos. Antonio Bohórquez escribe: “hay historias, textos o vidas que arrancan de nosotros una admiración silenciosa mucho más elocuente que los ruidosos y desacompasados aplausos. Algo que nos trabaja por dentro. Pensemos en grandes santos, a los que la lectura, combinada con tiempos de silencio orante, les hizo cambiar el rumbo. Lo que valoramos nos impulsa a cambiar. Se convierte en brújula que guía nuestras decisiones, empezando por las más cotidianas”. Lo más esencial de nuestra existencia, el silencio, cuando se vuelve objeto de consumo, se convierte en ruido y, por esa sola razón, deja de existir. El silencio tiene mucho valor simbólico en una cultura, en una sociedad, que ha perdido la identidad en el ruido, en el aplauso, en el consumo. Escribe Merton: “Nuestro quehacer como contemplativos consiste en permanecer en contacto con ese sustrato de silencio que da identidad a nuestra vida y aprender a comunicarnos desde él”. En el activismo se pierde el contacto con lo esencial, nuestra identidad se diluye y, al final, sentimos que si no hacemos, no somos y tampoco valemos. En la contemplación, se encuentra el sentido de la vida y quienes tienen claro el sentido de la vida saben que, cuando están inactivos están conectados con todo desde la esencia, somos en Dios que, es silencio, contemplación y amor. Byung dice: “La contemplación se opone a la producción. Se relaciona con lo indisponible como algo ya dado. El pensamiento siempre está en actitud receptiva. La dimensión del don que hay en el pensar lo vuelve un agradecer. En el pensar como agradecer la voluntad abdica por completo: lo noble es el puro reposo en sí de aquel querer que renunciando al querer, se compromete con lo que es más grande que él, con lo que no es voluntad, sino amor. La esencia noble del pensar contemplativo está en el agradecer que, siempre, a pesar de las circunstancias, podemos amar y, ser amando. Tu vida se veía destruida, pero tú alcanzabas la plenitud. Aparecías clavado como un esclavo, pero llegabas a toda la libertad. Habías sido reducido al silencio, pero eras la palabra más grande del amor. La muerte exhibía su victoria, pero la derrotabas para todos. El reino parecía desangrarse contigo, pero lo edificabas con entrega absoluta. Creían los jefes que te habían quitado todo, pero tú te entregabas para la vida de todos. Morías como un abandonado por el Padre, pero él te acogía en un abrazo sin distancias. Desaparecías para siempre en el sepulcro, pero estrenabas una presencia universal. ¿No es sólo apariencia de fracaso la muerte del que se entrega a tu designio? ¿No somos más radicalmente libres, cuando nos abandonamos en tu proyecto? ¿No está más cerca nuestra plenitud, cuando vamos siendo despojados en tu misterio? ¿No es la alegría tu última palabra, en medio de las cruces de los justos? (Benjamín González Buelta, sj) Francisco Javier Carmona
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