Un día de Desierto significa estar un día entero a solas consigo mismo en el silencio. Ese día, está dedicado a la soledad para poder confrontarnos y, especialmente, para escuchar el corazón y tomar consciencia de lo que en él está habitando dándonos fuerzas, desmotivándonos o impidiéndonos fluir. Se trata de estar solos pero, en contacto con el corazón; de lo contrario, no hay experiencia de Desierto. Quien examina con honestidad su corazón puede tomarse en serio su vida, su proyecto, su vocación, su relación con el Señor que, ante todo, es el fundamento de la vida. Uno de los males que más aquejan al mundo actual es, como dice Thomas Moore, la pérdida de contacto con el alma. Muchos buscan respuesta a los sufrimientos más profundos de su ser en el funcionamiento del cerebro y la producción de cortisona o oxitocina. Esa búsqueda está bien pero, sin entrar en contacto real con el alma, con lo que da profundidad a nuestra existencia, nos quedamos a mitad del camino en cuanto al conocimiento profundo se refiere. “¿Quién no pasa por temporadas malas? ¿Quién vive en un mundo de porcelana? ¿Quién camina sin horas oscuras? A todos nos llegan momentos en los que los problemas se agolpan. Unas veces es en forma de conflictos que nos llenan de preocupación. Otras veces nos golpean fracasos inesperados. Hay ocasiones en que nos falla la gente, hasta sin quererlo, sin poder evitarlo, tal vez sin saberlo... Y entonces nos invade la inquietud, nos martillean las sienes con la preocupación, las preguntas, las dudas y el sin sentido... Aprender a ser fuertes en esos momentos no es hacernos impermeables o impasibles. No es revestirnos de una capa de dureza que nos haga inmunes a las tormentas. No es compensar los problemas con otras satisfacciones, ni negar que existen, pues muchas veces son dolorosamente reales. Ser fuertes es ser capaces de caminar, aun heridos; de creer, aun agitados; de amar, aun vacíos” (Anónimo)
Elías se retiró al Desierto porque deseaba Morir. En el Desierto, Job deseo nunca haber nacido. En el Desierto, David lloró amargamente la muerte del hijo que deseaba usurparle el trono y lo había perseguido como enemigo, En el Desierto, José fue abandonado y traicionado por sus hermanos que sintieron celos de él. En el Desierto, Oseas restableció su relación matrimonial con una mujer que, permanentemente le era infiel. En el Desierto, el pueblo que andaba como un cadáver, encontró el Espíritu que le reanimaba. En el Desierto, Jacob luchó con Dios. En el Desierto, Jesús venció la tentación y puso su confianza, de manera absoluta, en Dios. En el Desierto, Pablo transformó su existencia. En el Desierto, el pueblo de Israel aprendió que Dios era fiel y siempre estaba a su lado. Cada uno de los que entraron en el Desierto y lo atravesaron, terminaron encontrando la libertad. Era un lama joven y con gran sentido del humor, que sabía bien que la vida espiritual no tiene por qué ser, en absoluto, triste y solemne. Era muy accesible, cordial y sin artificios. Consideraba a todos los monjes y novicios como sus hermanos pequeños y estaba siempre haciendo bromas con ellos. Les enseñaba la doctrina, en el patio del monasterio, haciendo juegos, riendo, bailando con los monjes y novicios, realizando bromas y contando chistes. Pero un día un grupo de fieles pasó por allí y vio cómo se divertían los monjes y novicios y cuánto griterío y risas producían. Acudieron al abad del monasterio y le dieron una queja. Consideraban que aquel no era modo de enseñar la doctrina; que el lama era irreverente e irrespetuoso. El abad del monasterio llamó al lama y le puso al corriente de las opiniones y las quejas de los fieles. El lama dijo: Cambiaré de método, pero será lo mismo. Era un hombre muy inteligente. Sorprendido, el abad preguntó: ¿Cómo que será lo mismo? Venerable abad, ya lo veréis: será lo mismo. El abad no comprendió al lama y le dejó ir. El lama cambió el sistema de enseñanza: todos tenían que guardar un estricto silencio, permanecer estoicamente en postura meditacional durante toda la clase, jamás sonreír y no hacer el menor comentario. Los fieles pasaron por allí y se asomaron a ver la clase. Aquello les parecía increíble: ¡cuánta rigidez, cuánta severidad, cuánta pesadumbre! Se preguntaron si era necesaria tan estricta disciplina para mostrar la doctrina. Fueron al abad del monasterio y se quejaron del lama. El abad llamó al lama y le dijo: Tenías razón, querido mío. Como tú decías: será lo mismo. Y ahora yo te digo, enseña como quieras. No te dejas más influenciar por controversias. El lama, obviamente, volvió a su anterior modo de mostrar la doctrina. Añadió el Maestro: haga lo que haga, la mangosta quiere acabar con la serpiente. El texto de un autor alemán M. Gutl titulado meditación dice: “Todo lo grande viene del silencio. Grandes buscaron el silencio. En el Desierto se formaron: Moisés, Elías, Jesús y Pablo. Monjes recogían en monasterios el silencio. Su letra manuscrita, su coral, su trabajo, duran. En el silencio, crece un hombre en el vientre de su madre. En el silencio, se encuentran los hombres unos a otros. En el silencio, atrae el misterio infinito al tú más hondo, al ser humano. En el silencio de la noche, luchó Jacob con Dios”. Vamos al silencio para escuchar lo que la vida espera de nosotros y lo que nuestro corazón anhela realizar. En el Desierto, el alma encuentra motivos para seguir adelante en medio de la oscuridad, la incertidumbre, el temor o la angustia. Sin el silencio del Desierto, difícilmente, la estepa se convierte en un estanque de agua, como dice el profeta. Cuando la vida se está volviendo estrecha y ya no encontramos posibilidades diferentes para actuar, pensar, soñar, construir de manera diferente las cosas que a diario vivimos entonces, es hora de ir al Desierto. El Desierto representa, según diversos autores espirituales, el deseo de silencio, de recogimiento, de vida sencilla, de libertad y de verdad. Señala un autor: “En el Desierto, estamos como ante un espejo en el que uno ve y experimenta algo nuevo, ante un telón donde intentamos escenificar un modo nuevo y propio la existencia. El desierto es el lugar donde tenemos experiencias profundas de nosotros mismos. Dice un proverbio Tuareg: “Dios ha creado una tierra con agua, para que los hombres puedan vivir; una tierra sin agua, para que los hombres pasen sed, y el Desierto como un tierra con y sin agua, para que los hombres encuentren su alma” Álvaro Salgado, comentando su experiencia de Desierto escribe: “Porque desde mis Ejercicios, esta oración me acompaña muy personal e íntimamente; porque calienta mis horas, me serena y me envía confiado a la misión en la vida; porque me recuerda a diario que estoy en Tus manos y nada me puede pasar; porque me permite colocar mi confianza en Ti y no en mi esfuerzo; porque eres mi Jesús completo, mi Señor entero, quien me ha descubierto que Dios todo lo habita, en todo trabaja, desde todo se entrega… Porque hago mía la oración desde mi vida y la vida que me rodea, con infinito respeto, me atrevo a orar: mirada de Cristo, transfórmame. Porque mirar tu mirada a las cosas las hace nuevas y buenas; porque cuando me miro en tu mirada a mí, canto con el canto de María en el Magníficat; porque Tú me has descubierto que mirarlo todo habitado por Dios, en relación inseparable conmigo potencia mi existencia y la eleva por encima de donde nunca pude imaginar; porque si me recibo de Ti, todo se coloca en su sitio y te nombra… Mirada de Cristo, transfórmame” El Desierto hace parte de nuestra condición humana, entramos en él cada vez que el alma sufre, el horizonte se oscurece, se pierde la esperanza, se embolata el rumbo, se desvanecen las promesas, las dificultades comienzan a victimizarnos. Montalembert señala: “El Desierto hunde sus raíces en la naturaleza humana. En un momento de la vida, cada cual ha sentido en sí ese misterioso y enérgico impulso hacia la soledad”. En el Desierto, encontramos al Dios que reúne todas las cosas que están dispersas dotándolas de sentido y colmándolas de esperanza. E Desierto, metáfora de la pobreza e indigencia humana también es la señal inequívoca de que esa naturaleza cuando se pone en las manos de Dios, se vuelve fecunda. Donde la confianza en Dios está presente, la vida y su sentido, se fortalecen. Cuando te llama el amor, síguele, aunque sus caminos sean ásperos y empinados. Y cuando sus alas te envuelvan, entrégate, aunque te pueda herir la espada oculta entre sus plumas. Y, cuando te hable, créele, aunque su voz perturbe tus sueños como arrasan el jardín las ráfagas del viento norte. Pues, a la vez, el amor te corona y te crucifica. A la vez, él te hace crecer y te poda. Y mientras te eleva a las alturas y acaricia tus más tiernas ramas que tiemblan al sol, baja, también, a tus raíces y las sacude para que no se agarren a la tierra. Te desgrana para sí como a granos de maíz, te trilla hasta dejarte desnudo, te aventa para limpiarte del salvado, te muele hasta la blancura, te amasa hasta dejarte dúctil. Y luego te manda su fuego sagrado, para que te conviertas en pan sagrado para el sagrado festín de Dios (Kahlil Gibran) Francisco Javier Carmona
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