El acompañante espiritual está invitado a considerar, como lo mostró Pablo, la ambigüedad que revela el Desierto. Recordemos que, por desierto entendemos, en primer lugar, la experiencia de soledad y silencio en la que entramos voluntariamente porque deseamos dar orden a nuestra vida afectiva, resolver ante los ojos de Dios una situación que nos esclaviza. También vamos al desierto porque sentimos un llamado de la vida a realizar, de otra manera, nuestra identidad profunda y, queremos encontrar la forma de realizar el llamado con libertad frente a nuestros demonios, oscuridad, sombra y deseos de seguir ciegamente la consciencia familiar. En segundo lugar, podemos afirmar que, al desierto somos conducidos por Dios por varias razones. La primera razón, por la que Dios nos lleva al desierto, es porque desea hablarnos de su amor y apartarnos de nuestra infidelidad. Una infidelidad que comienza a rayar con la prostitución y la idolatría. La segunda razón es porque Dios quiere que dejemos morir nuestros demonios, nuestros patrones destructivos de conducta y, hagamos a un lado, la dureza que tiraniza nuestro corazón. Dios desea regalarnos un corazón de carne. San Pablo nunca deja de recordarnos que, mientras Dios se esfuerza en revelarnos su amor y fidelidad; el pueblo se empecina en protestar contra Dios, en hablar mal de él y en construirse ídolos. Lo más difícil es que, mientras se da este movimiento: Dios que ama y el pueblo que se resiste, muere la mayoría del pueblo. La muerte revela la verdad de Dios y la de su pueblo. Cuando el grano de trigo cae en la tierra y muere, lo que lleva dentro, queda al descubierto. Se sabe sí la semilla era fecunda o era estéril, sí iba a dar fruto o no, nunca iba a germinar. Aunque Dios nos saca de la esclavitud, en el corazón del pueblo permanece el deseo de hacerse a Dios a su imagen y semejanza; es decir, la tentación de vivir según las normas de los dioses creados por nuestro afán de sentirnos por encima de los demás, incluso, del mismo Dios. La vida espiritual siempre está amenazada por la idolatría.
En el desierto ocurre un hecho que revela el momento más difícil de la relación entre Dios y su Pueblo. En hebreos 3, 3-5. 7-12 encontramos: “Toda casa necesita un constructor, y hay un constructor de todo, que es Dios. Moisés actuaba en toda la casa de Dios como fiel servidor, dando a conocer lo que le habían dicho. Escuchemos lo que dice el Espíritu Santo: Ojalá escuchen hoy la voz del Señor; no endurezcan su corazón como ocurrió en el día amargo, el día de la tentación en el desierto, cuando me tentaron sus padres, me pusieron a prueba y vieron mis prodigios durante cuarenta años. Por eso me cansé de aquella generación y dije: Siempre andan extraviados, no han conocido mis caminos. Me enojé y declaré con juramento: No entrarán jamás en mi lugar de descanso. Cuidado, hermanos, que no haya entre ustedes alguien de mal corazón y bastante incrédulo como para apartarse del Dios vivo”. Cuando nos apartamos del Dios vivo quedamos condenados a vagar por el desierto hasta el día que la muerte toca las puertas de nuestra existencia. El pueblo de Israel conocía los mandamientos de Dios, veía cada día sus obras y, sin embargo, ponían a Dios a prueba. “Al salir la comunidad de Israel del desierto de Sin, dispusieron sus etapas según Yahvé les ordenaba. Acamparon en Refidim donde el pueblo, sediento, no encontró agua. Le reclamaron a Moisés, diciendo: Danos agua para beber. Moisés les contestó: ¿Por qué me reclaman ustedes a mí?, ¿por qué tientan a Yahvé? Allí el pueblo, atormentado por la sed, murmuró contra Moisés: ¿Por qué nos has hecho salir de Egipto? ¿Para que ahora muramos de sed con nuestros hijos y nuestros animales? Entonces Moisés llamó a Yahvé y le dijo: ¿Qué puedo hacer con este pueblo?; por poco me apedrean. Yahvé respondió a Moisés: Preséntate al pueblo, lleva contigo algunos jefes de Israel, lleva también en tu mano el bastón con que golpeaste el río Nilo. Yo estaré allá delante de ti, sobre la roca. Golpearás la roca y de ella saldrá agua, y el pueblo tendrá para beber. Moisés lo hizo así, en presencia de los jefes de Israel. Aquel lugar se llamó Masá (o sea, tentación) y Meribá (o sea, quejas), a causa de las quejas de los israelitas que allí tentaron a Yahvé, diciendo: ¿Está Yahvé en medio de nosotros, o no? (Ex 17, 1-7) Se cuenta que un industrial del siglo XIX dijo un día al escritor Mark Twain: Antes de morir, pienso hacer un peregrinaje a Tierra Santa. Escalaré hasta la cima del Monte Sinaí, y, desde allí, leeré los Diez Mandamientos en voz alta ¿Y por qué no se queda aquí y los cumple?, fue la respuesta de Twain. En el Desierto, no vemos a Dios pero, podemos escuchar su voz e identificar los signos que nos revelan su presencia en medio de nosotros. En el Desierto, el encuentro con Dios se realiza entrando en la Tienda que, no es otra cosa diferente a la imagen de nuestro interior. Nos encontramos con Dios atreviéndonos a ir hacia nuestro corazón. A muchos les cuesta hacer este viaje porque temen descubrir que, en su corazón, en lugar de amor hay mucha debilidad e incapacidad de ir hacia Dios. En las primeras moradas del Castillo interior de Santa Teresa se advierte lo siguiente: “Hace poco, un gran letrado en las cosas del alma decía que”, las almas sin oración son como un cuerpo sin masa muscular, débiles, incapaces de moverse por sí mismos, tullidos. Aunque tienen manos y pies, no tienen control sobre ellos. Las almas sin oración están enfermas y postradas por el agobio de las cosas exteriores; éstas almas son incapaces de entrar en contacto con su ser profundo. Ellas, en lugar de actuar inflamadas de amor, se comportan como sabandijas: difaman al otro, lo calumnian, viven atrapadas en su mentira y, en algunos casos, parecen bestias que cercan la entrada al castillo. Estas almas no tienen ninguna conversación con Dios. Todo lo que hacen lo proclaman como proveniente de Dios y, sin embargo, la fuente de sus palabras, aunque sean bellas y parezcan espirituales, está en su propio pecado que no es otro que su vanidad y soberbia. Así, como la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto salvó al pueblo de morir por la mordedura de las serpientes venenosas; en este tiempo, la Cruz de Cristo es ofrecida a quienes arrastrados por su Ego creen que, hacen el bien, cuando en realidad, sólo siguen su propio interés, querer e imagen. Aunque hacen cosas loables, sólo sirven a su Ego. Hace poco, alguien decía: “yo tengo el dinero, yo pongo las condiciones”. Lo curioso es que todo estaba publicado en un chat suyo, que dice: “En amor y al servicio de la vida”. En el desierto, el maná impidió la muerte del pueblo, la Eucaristía también impide la muerte de nuestra alma. Así, como el Señor hizo brotar agua de una piedra; del mismo modo, su Palabra cuando es acogida puede transformar nuestro corazón de piedra en uno de carne. Aquello que Dios hizo con su pueblo en el Desierto, lo continúa haciendo con nosotros que, viendo las obras que hace y como se entrega por nosotros, seguimos poniéndolo a prueba y confiando en fuerzas ajenas a las de su amor. El Dios del desierto acompaña a su pueblo, poco a poco, lo va moldeando y, también va destruyendo los patrones de conducta destructivos, los que encierran al ser humano impidiéndole amar. En el desierto, van muriendo muchas cosas nuestras que se oponen al amor, a la confianza en Dios. Las fuerzas de la idolatría, el afán del ser humano confiar sólo en sus propias fuerzas, son vencidas por la fidelidad de Dios. Ante el afán de creer, que podemos controlar las fuerzas hostiles de la naturaleza, a través de rituales que, aunque invocan a Dios para asegurarnos su protección, no tienen por centro a la fe, sino a la superstición y a la magia. La mayor prueba de indiferencia hacia Dios está en que, en lugar de dejarnos iluminar por su Palabra ponemos la confianza en nuestro Ego. En lugar de dejarnos guiar por el amor, dejamos que el control de nuestra vida lo tome el afán de protagonismo y nuestra necesidad desmedida de reconocimiento y aceptación. La ambivalencia que acompaño al pueblo durante la travesía del desierto, sigue aún presente en nosotros, que teniendo a Jesús como Maestro y Guía, preferimos entregarnos a nuestro narcicismo creyendo que así, somos espirituales. Aquí estamos, Señor Jesús: juntos en tu búsqueda. Aquí estamos con el corazón en alas de libertad. Aquí estamos, Señor, juntos como amigos. Juntos. Tú dijiste que estás en medio de los que caminan juntos. Señor Jesús, estamos juntos y a pie descalzo. Juntos y con ganas de hacer camino, de hacer desierto. Juntos, como en un solo pueblo, como en racimo. Juntos como piña apretada, como espiga, como un puño. Danos, Señor Jesús, la fuerza de caminar juntos. Danos, Señor Jesús, la alegría de sabernos juntos. Danos, Señor Jesús, el gozo del hermano al lado. Danos, Señor Jesús, la paz de los que buscan en grupo. Es bueno, Señor, entrar en la aventura de manos dadas. Es bueno para que nadie se quede perdido en el camino. Es bueno, Señor, compartir ilusiones y esperanzas. Es bueno, Señor, dejarse guiar por la presencia de tu Espíritu. Nos has dado un deseo. Has puesto alas al corazón y queremos, como en bandada, alzar gozosos el vuelo. Nos has dado un deseo: el de buscarte, el de tender a ti como busca la flor el sol y el agua el mar inmenso. Tú has puesto en nuestro corazón deseos de más allá. Has puesto caminos de libertad, de trascendencia. Queremos, Señor Jesús, recorrer la aventura de orar, de orar juntos, en esta aventura apasionante. Señor Jesús, queremos un corazón vacío, desinstalado. Queremos un corazón desnudo, despojado y pobre. Queremos un corazón con aire fresco de la mañana. Queremos un corazón al soplo de tu Espíritu. Señor Jesús, ábrenos el corazón a la escucha. Ábrenos el corazón desde la soledad, desde el silencio. Ábrenos el corazón al contacto de tu Palabra. Ábrenos el corazón al soplo de tu Espíritu. Queremos, Señor Jesús, entrar dentro de nosotros. Queremos peregrinar al interior de nuestras vidas. Queremos hacer camino hasta el desierto de nuestro corazón. Queremos poner la tienda en el centro de nosotros mismos. Caminamos hacia ti, subimos cansados tu montaña. Sabemos que la ascensión es dura pero el grupo nos aguanta. Sabemos que tú te das en lo alto, en lo de arriba. Sabemos que vale la pena subir y encontrarte. Buscamos, Señor, el manantial de nuestro río. Buscamos, Señor, la vida que alimente y anime nuestra vida. Buscamos, Señor, la raíz, la razón de nuestra existencia. Buscamos, Señor, el amor, la fuerza para amar. Señor Jesús, descúbrenos el rostro del Padre. Señor Jesús, danos la fuerza arrolladora de tu Espíritu. Señor Jesús, comunícanos tu presencia resucitada. Señor Jesús, enséñanos a caminar unidos a ti. Juntos en tu búsqueda, Señor. ¡ Señor de los encuentros ! A pie descalzo en oración sincera. ¡Señor de los caminos! Empeñados en esta aventura apasionante. ¡Señor del misterio ! Aquí estamos sabiendo que Tú también estás con nosotros. Porque Tú, Señor, te manifiestas al que te busca; porque Tú, Señor, eres la fuerza del que te encuentra (Rezando voy) Francisco Javier Carmona
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