Escribe Inés Ordoñez: “En los primeros años, nuestros padres eran como Dios para nosotros. El pensamiento mágico y animista propio del niño hizo que los viéramos como todopoderosos. A medida que fuimos creciendo, la misma vida nos hizo experimentar sucesivas frustraciones en las que constatamos, con dolor y desilusión, que no eran todo para nosotros. No pudieron darnos todo lo que esperábamos que nos dieran; no pudieron prever un situación que nos dolió, no pudieron estar todo el tiempo que hubiéramos querido, no satisficieron todos nuestros gustos y hasta se equivocaron, porque sencillamente eran humanos. Así, aparecen nuestras primeras críticas y reclamos por lo que no nos dieron, no nos hicieron, no nos cuidaron o fantasías acerca de una familia diferente, otros padres, otra historia”. Las familias, por más atentas que permanezcan a los movimientos de su alma, no pueden evitar que, en algún momento, estalle la crisis. ¿Qué hacer cuando la familia estalla en crisis? Una vez que, la crisis entra al corazón de la familia, nada vuelve a ser como antes. El conflicto tiene la fuerza necesaria para hacer que los miembros de una familia terminen haciéndose daño los unos a los otros. De vez en cuando, aparecen en los periódicos noticias de hijos que asesinan a sus padres, de padres que asesinan a sus hijos, de hermanos que atentan contra hermanos. Cuando estas cosas suceden, parece que llega el fin y que ser familia es algo que no merece la pena. Algunos llegan a sentir mucha vergüenza por la pertenencia a un grupo familiar que, en lugar de amarse, eligen la destruirse.
Dos hermanos que vivían en fincas vecinas, separadas solamente por un pequeño arroyo, entraron en conflicto. Lo que había empezado con un pequeño mal entendido explotó en un intercambio de palabras ásperas, seguidas por semanas de total silencio. Una mañana, el hermano mayor oyó que golpeaban a su puerta. Al abrirse vio un hombre que llevaba una caja de herramientas de carpintero en la mano. Estoy buscando trabajo, le dijo, quizá usted tenga algo para hacer. ¡Sí!, dijo el campesino, claro que tengo trabajo para ti. Ves aquellos campos más allá del arroyo. Son de mi hermano menor. ¡Nos peleamos y no puedo soportarlo más! Quiero que construyas una cerca bien alta para que no tenga que verlo más. Con seguridad haré un trabajo que lo dejará satisfecho, dijo el carpintero. El hombre trabajó arduamente todo el día. Anochecía cuando terminó su obra. El campesino regresó y sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. ¡No había ninguna cerca! En vez de la cerca había un puente que unía las dos orillas del arroyo. Al mirar hacia el puente, vio al hermano aproximándose de la otra orilla, corriendo con los brazos abiertos. Por un instante permaneció inmóvil. Pero, de repente, en un único impulso, corrió hacia su hermano y se abrazaron llorando en el medio del puente. El carpintero estaba marchándose cuando le pidieron emocionados: ¡Espera! Quédate con nosotros algunos días. Pero el carpintero le contestó: me gustaría mucho quedarme, pero, lamentablemente, tengo muchos otros puentes para construir. Las crisis forman parte de la existencia. A través de ellas, podemos crecer, madurar o retroceder, estancarnos y, en algunas ocasiones, perder definitivamente el rumbo. Las crisis nos acompañan toda la vida, nadie puede escaparse de ellas. Podemos ser indiferentes ante lo que sucede, no tomarnos en serio las crisis. Ellas si nos toman en serio a nosotros porque aunque no parezca están a nuestro servicio, cuando las aprovechamos adecuadamente, iluminan la vida y la despojan de falsas imágenes tanto de quienes somos nosotros, como de lo que considerábamos valioso o lo tomábamos como voz de Dios. Las crisis, entre otras cosas, revelan donde tiene puesta su confianza el ser humano. Cuando hablamos de las crisis en el ámbito familiar estamos haciendo referencia a ese algo que está cambiando radicalmente. Lo que había antes de la aparición de la crisis sirve de referente para comprender la fuerza y el sentido de la crisis. En un taller de constelaciones, vino una mujer a consultar porque los hermanos peleaban entre sí de tal forma que la familia se había desdibujado del todo. Entre los hermanos apareció todo tipo de violencias, acusaciones, difamaciones y, en algunas ocasiones, se habían presentado peleas tan fuerte que, algunos miembros habían terminado en urgencias por las heridas que se habían ocasionado. Todo este movimiento se origina cuando sale a la luz que uno de los miembros de la familia había manipulado a los padres y los había convencido de poner a su nombre todos los bienes que los padres tenían con la promesa de que a su muerte, él haría una repartición justa. Algo que no sucedió. El antes, la manipulación de los padres y el desheredamiento, se convierte ahora en un conflicto que parece no tener fin. El orden de la pertenencia hace que los demás hermanos reclamen. El sistema no tolera la exclusión. La crisis viene a separar, a juzgar y a decidir. En esta situación tan complicada, la crisis se resuelve mirando al sistema familiar y reconociendo el derecho de todos, no de uno solo. Este tipo de actuaciones se dan cuando una persona se cree merecedora y, no se da cuenta o trata de ignorar que los demás también merecen tanto como él. La consciencia de merecimiento, en algunas ocasiones, sirve para explotar, manipular y tiranizar a los padres. El sistema recupera la paz, ahora de manera diferente, cuando todos se sienten parte, con derecho. Hay una serie de preguntas que vienen al corazón cuando las crisis y el conflicto han escalado un tono tanto en las palabras como en las acciones que, no sólo es doloroso, sino profundamente desconsolador. ¿Cómo atravesar las crisis siendo fieles a nuestra decisión de amar? ¿Cómo vivirlas cuando ponen en jaque nuestra manera de relacionarnos? ¿Qué hacemos cuando los sentimientos se confunden y dentro de nosotros se libra un combate?¿Cómo continuar avanzando cuando entre los esposos sólo hay reclamos, insatisfacción, desconfianza, falta de pasión e interés, cuando la comunicación no fluye porque hay desconfianza, porque hay enfermedad o, simplemente cansancio?¿Qué hacer cuando los problemas económicos agobian? ¿Cómo seguir amándonos cuando las heridas son tan profundas, las traiciones y difamaciones tan dolorosas? El mayor desafío que tiene delante de sí una familia consiste en “permanecer en el amor” aunque las tormentas amenacen con destruir lo mucho o lo poco que existe. ¿Será posible volver a amarnos después de una crisis? La respuesta positiva dependerá de la capacidad que cada miembro de la familia tenga de permitir que sea Dios, antes que los propios intereses, los que de ahora en adelante, guíen los pasos de cada miembro de la familia. Bien lo señala Jesús: “unidos a mí, ustedes pueden dar frutos”. Sólo en la medida que, el corazón se purifica y toma en serio la honestidad, es posible que la reconciliación conduzca a la familia, de nuevo, a la unidad en un amor transfigurado. No te rindas, aunque a veces duela la vida. Aunque pesen los muros y el tiempo parezca tu enemigo. No te rindas, aunque las lágrimas surquen tu rostro y tu entraña demasiado a menudo. Aunque la distancia con los tuyos parezca insalvable. Aunque el amor sea, hoy, un anhelo difícil, y a menudo te muerdan el miedo, el dolor, la soledad, la tristeza y la memoria. No te rindas. Porque sigues siendo capaz de luchar, de reír, de esperar, de levantarte las veces que haga falta. Tus brazos aún han de dar muchos abrazos, y tus ojos verán paisajes increíbles. Acaso, cuando te miras al espejo, no reconoces lo hermoso, pero Dios sí. Dios te conoce, y porque te conoce sigue confiando en ti, sigue creyendo en ti, sabe que, como el ave herida, sanarán tus alas y levantarás el vuelo, aunque ahora parezca imposible. No te rindas. Que hay quien te ama sin condiciones, y te llama a creerlo (José María R. Olaizola sj) Francisco Carmona
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