Los grandes problemas de la humanidad nunca se resolvieron, dice Jung, por leyes generales, sino únicamente por renovación de la actitud del individuo. Es difícil cambiar lo que está mal a nuestro alrededor sin el compromiso por cambiarnos primero a nosotros mismos. Las grandes tragedias y los verdaderos cambios siempre han tenido el corazón como la fuente principal. No en vano, el Evangelio invita a cuidar el corazón porque de él provienen las mejores y peores cosas para el ser humano. La auténtica Ley de Dios, señala el profeta Jeremías, está escrita en el corazón. La maldad y el pecado provienen de un corazón que se olvida de lo que es fundamental no solo para él sino para todos. Cuando se derrumba lo que da sentido y orientación a la vida todo entra en crisis; pues, aparece el caos. Cuando el sentido de la vida está puesto en algo que no corresponde, lo que sigue en la vida, es la enfermedad. La neurosis de sentido toma asiento en la psique del aquel ser humano que vive continuamente sumergido en la contradicción entre sus valores, la imagen interna de su alma y lo que él considera qué es el fundamento y principio de su existencia. En una constelación familiar, una mujer asistió porque padece esclerosis múltiple. En el desarrollo del ejercicio apareció el trauma relacional que se vivía en el seno de su familia. La hija viendo el dolor y la decisión de morir que la madre llevaba en su corazón decide, por amor ciego, hacerse cargo de la vida de su madre. En el corazón de la hija se albergaba el deseo de tomar el lugar de la madre y, si era el caso, morir para que ella siguiera viviendo. En esta caso particular, el desorden afectivo y la falta de sentido estaban generando un caos sui generis.
La noche oscura del corazón consiste en perder de vista lo esencial de la vida. Señala Carl Gustav Jung que la vida se malogra cuando el ser humano pone la atención en el mundo exterior y todo lo que representa y abandona o descuida lo interior, lo esencial. Donde hay desorden afectivo, la vida se vuelve escurridiza y vivir una lucha permanente. A veces, una auténtica tragedia. Solo aquello que es verdadero permanece en el alma, le da sentido y la llena de fuerza y vitalidad. En cambio, lo que es superficial termina quitándole al alma no solo la fuerza y la vitalidad sino también las ganas de vivir. En este sentido, tenemos que decir que lo profundo es lo que expande el alma, la transforma y la llena de paz y quietud. Donde hay inquietud y desesperanza hay desconexión. En el techo del mundo, o sea en el Tíbet, un peregrino, con motivo de una larga peregrinación a uno de los santuarios más sagrados, encontró tres cráneos. La noticia se extendió por todas las partes y llegó hasta el rey. Los tres cráneos se habían encontrado juntos y nadie sabía de su procedencia. El rey sintió gran curiosidad por el suceso y ordenó que le trajeran los cráneos. Los colocó ante sí, los observó y se preguntó: ¿A Quiénes pertenecían estos cráneos? ¿Qué clase de personas serían sus propietarios? Quedó pensativo y se dijo: Me gustaría saber cuál de las tres personas era la más bondadosa? El monarca era un hombre joven, que valoraba la benevolencia en los seres humanos. Aquellos cráneos le intrigaban. ¿Cómo investigar algo sobre ellos? Entonces le hablaron de un lama-médico forense. Hacedle venir – ordenó el rey. Quiero ver a ese lama-médico lo antes posible.. Unos días después, procedente de su monasterio en remotas tierras del país de las Nieves, llegó el lama-médico. Tengo conocimiento de que eres no sólo un piadoso lama, sino un gran forense. No te voy a entregar una tarea fácil, pero confío en ti. Mira estos tres cráneos. Los encontró un peregrino en una de sus peregrinaciones. Estaban juntos y yo no he podido dejar de preguntarme cuál de ellos pertenecía a la mejor persona de las tres. ¿Podrías averiguarlo? Necesito unos días, majestad – dijo el lama seriamente. En ese tiempo espero poder traeros una respuesta que os satisfaga. También yo lo espero – concluyó el rey. El lama-médico se llevó los cráneos con él. Durante unos días se encerró en la celda de un monasterio a investigar minuciosamente sobre los mismos. En principio no era una tarea sencilla. Unos días después, el lama-médico acudió a visitar al monarca. El rey no podía disimular su impaciencia. Has descubierto algo? – se apresuró a preguntar. Sí, señor, tengo la respuesta. Colocó los tres cráneos sobre una mesa y señaló uno de ellos. Éste, seguro, era el cráneo de la persona más bondadosa. ¿Seguro? – preguntó escéptico el rey. Quiero una explicación convincente. El lama-médico se expresó así: Cogí uno de los cráneos y pasé un alambre por uno de los oídos y observé que el alambre salía directamente por el otro oído. Sin duda se trataba de una persona a la que lo escuchado a los demás le entraba por un oído y le salía por el otro. El médico retiró ese cráneo y añadió: Mirad majestad, este otro cráneo. Lo investigué a fondo. Introduje un alambre por el oído y el mismo salió directamente por la boca. Era el cráneo de una persona que, indiscretamente, contaba en el acto todo lo que había escuchado. El monarca no pudo reprimir la risa. Luego se puso serio y le dijo: ¿Y el tercer cráneo? El lama-médico tomó entre sus manos el tercer cráneo y añadió: Señor, este cráneo es el que pertenecía a la persona más bondadosa ¿Por qué? Os lo explicaré. Recurrí de nuevo a la prueba del alambre. Inserté el alambre por uno de los oídos y éste apareció por el corazón. Así se evidencia que esta persona escuchaba con amor a los demás y sabía guardar sus secretos. No era solamente la más bondadosa, sino también la más sabia y prudente. El monarca, muy complacido, dijo: Si eres tan buen lama como forense, no dudo de que alcanzarás la iluminación. El lama-médico no quiso ninguna recompensa. En una humilde mulilla regresó a su monasterio. Cuando un terapeuta conoce la envergadura del amor ciego, sacarlo a la luz, traerlo a la consciencia, es lo mejor que puede hacer. Donde el amor se vuelve inconsistente, cree que puede cambiar el destino de otro o tomarlo como si fuera propio, se comienza a perder la vida de alguna forma. En estos casos, no tenemos otra palabra que decir que, hace falta la conexión con el ser. Donde el ser humano pierde el sentido de la vida, vivir se convierte en un acto de sobrevivencia. Al respecto escribe Byung: “La histeria de la salud y la manía por la optimización son reflejos de la falta de ser reinante. Buscamos compensar la falta de ser por medio de la prolongación de la vida desnuda. Entretanto, perdemos todo sentido de la vida intensa. La confundimos con más producción, más rendimiento y consumo, los cuales, sin embargo, no constituyen más que formas de supervivencia”. La falta de ser es visible cuando las personas creen que, pueden dar la vida por otros. Para logarlo, no siempre es necesario morir. Hace poco, en otro taller de constelaciones, trabajamos con un hombre que padecía esclerosis amiotrófica. Hubo un momento en la constelación, donde la enfermedad empujaba al representante del consultante y lo hacía con palabras bastante fuertes. Cuando le preguntó: ¿quién es la persona que empuja y habla de esa forma? El consultante respondió: ¡Yo! al profundizar un poco, manifestó: mi papá era un hombre muy exigente. Siempre tenía miedo de defraudarlo. Como era un poco tímido en la escuela, yo mismo me decía esas palabras para animarme a superar la timidez. El deseo de estar a la altura de las expectativas de los padres, hizo que este joven adoptara un patrón de conducta no sólo de autoexigencia sino también de maltrato. La falta de ser termino produciendo la enfermedad. Ahora, se va poco a poco inmovilizando. La falta de ser comienza cuando nos autoimponemos la obligación de ser exitosos, admirados, productivos, atraer la atención de alguien significativo para nosotros. La falta de ser, dice Byung, transforma la vida en una competencia desenfrenada. Santo Tomás, citado por Byung, señala que el fin último de la vida activa es la contemplación. La vida contemplativa es el fin último de toda actividad humana. No en vano, cuando morimos, encontramos que, las oraciones hablan del descanso eterno, de la contemplación definitiva del rostro amoroso y misericordioso de Dios. Ese rostro que, la ausencia de ser deforma y convierte en algo, la mayoría de las veces, destructivo de nuestra capacidad de amar y de entrega. Cuando tomamos cargas que no nos pertenecen, abandonamos lo que somos. En el amor adulto, en el que somos realmente, logramos comprender que, ningún esfuerzo y sacrificio logra proteger al otro de su destino. Cuando encaramos las situaciones difíciles asumiendo la impotencia con valentía y asintiendo la vida y el destino como son, podemos llegar a sentir que amamos realmente. La contemplación, enseña la espiritualidad, es la recompensa que recibimos a cambio de todos nuestros esfuerzos. Dice Byung: “Toda actividad se vuelve completa cuando termina en contemplación”. La contemplación es la señal inequívoca de una vida ordenada. Por eso, los ejercicios ignacianos terminan con una meditación llamada contemplación para alcanzar amor. Se ama cuando se contempla y sólo se puede contemplar aquello que, realmente se ama, porque llena la vida y la dota de sentido. El desamor, en este orden de ideas, no es otra cosa que la máxima expresión del desorden y caos interior. El que contempla se encuentra en paz, el que está en paz encontró la verdad y, el que encontró la verdad, se dio cuenta que, vivir consiste en saber amar. El centro del mundo no era yo, pero aún no lo sabía. Venga a dar vueltas sobre mis problemas, heridas, nostalgias, deseos y necesidades, conjugando una primera persona omnipresente, siempre herido de urgencias, preocupaciones e intereses. Pensaba que el universo no giraba sobre sí mismo, alrededor del sol o de la tierra, sino en torno a mí. Yo, el astro rey, la única verdad, el corazón de una existencia raquítica. Y tú, que me veías rotar sobre mí mismo, me llamabas; 7 veces, 70 veces, infinitas veces susurraste mi nombre, aguardando, con paciencia, a que abriera los ojos y abandonara esa celda. Estabas esperándome fuera (José María Rodríguez Olaizola) Francisco Javier Carmona
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