Cada uno de nosotros ha ido elaborando, con las experiencias vividas, un concepto de sí mismo. Así, es como muchos dicen: “he sufrido mucho en la vida, merezco tener tranquilidad, sí no es así, mejor me quedo solo. No tengo tiempo para perder inutilmente”. Otros, también han dicho: “El que me venga a limitar la vida o a fregarmela, se puede largar, no tengo por qué dejarme de ningún desgraciado”. También están los que han dicho: “Soy un ser amoroso y quiero encontrar con quien compartir y vivir ese amor”. Finalmente están, los que se han dicho: “He sufrido mucho y hasta aquí llegó ese sufrimiento; de ahora en adelante, haré lo posible por llevar una vida diferente”. Anselm Grun dice: “según sea la percepción y el concepto que tengamos de nosotros mismos; así será también, la forma como asumiremos el fracaso, el conflicto y las relaciones”. La frustración está muy relacionada con las necesidades infantiles que no logramos satisfacer adecuadamente. La frustración tiene que ver con nuestra inmadurez. También con la necesidad de buscar un chivo expiatorio o un responsable. Conozco una persona que, cada vez que algo sale mal; de inmediato, esté presente o no, culpa a su pareja. Actuar de esta forma, nos quita de encima la tarea de aprender a vivir y responder por nosotros mismos. José Dúnker señala: “Las frustraciones que un individuo exhibe en los distintos escenarios de su vida son siempre las mismas, lo que cambia son los escenarios y los actores”. Siempre andamos frustrados por lo mismo, independiente del escenario y de las personas que nos rodeen. Esto explica porqué siempre nos vemos repitiendo las mismas relaciones y situaciones.
¿No puedes hacer algo con respecto a ese reloj, mulá Nasrudín? ¿Qué? Bueno, nunca está bien, nunca marca la hora correcta... cualquier cosa que hicieras sería una mejora al respecto. El mulá Nasrudín tomó un martillo y lo golpeó con él. Y el reloj se detuvo. Tienes razón, ¿sabes?, dijo Nasrudín. Esto realmente constituye una mejora. Yo no quise decir literalmente cualquier cosa. ¿Cómo puede estar mejor ahora que antes? Bueno, verás, antes de que yo lo detuviera nunca estaba correcto. Ahora está correcto dos veces al día, ¿no es verdad? No siempre los padres logran satisfacer todas las necesidades que hay en nuestra alma. Esa limitación puede jugar a favor nuestro, cuando en lugar de reclamos, aceptamos que así tenía que ser y dedicamos esfuerzos a satisfacerlas por nosotros mismos. Vivir como un fracaso la falta de atención de nuestros padres, hace que el alma emprenda su travesía cargada de dolor, resentimiento y, si no nos curamos, de odio, no sólo hacia los padres, también hacia todo lo que hace parte de nuestro mundo. Tampoco nos conviene ensalzar las debilidades, fragilidades y limitaciones de nuestros padres; al hacerlo, convertimos toda esa realidad en nuestro camino. La cuestión es aprender que, las cosas simplemente ocurren. Nosotros podemos amortiguar el efecto negativo de las experiencias dolorosas y el daño, a través del trabajo interior. Las experiencias de fracaso sirven para que podamos comprender mejor como somos realmente: limitados, vulnerables y, por momentos, sumamente frágiles. La filosofía existencialista mira el fracaso como la posibilidad para descubrir si estamos siguiendo nuestro camino o andamos detrás de las huellas de alguien más. Cuando el fracaso parece convertirse en un programa diario de vida, es importante volver la mirada al corazón, y preguntarse: ¿este camino que intento recorrer, lo hago desde mí o en lealtad a otros? El fracaso corresponde a la creencia: “no existe otra posibilidad diferente para mi”. Negarnos a abrir el alma y el corazón a cosas diferentes, hace que la mente nos esclavice con las obsesiones y visiones erráticas de la vida y de nosotros mismos. Dice Fuchs, sacerdote y profesor de teología en UPG: “Lo que cada uno experimenta como fracaso depende del propio concepto que tenga de la vida, así como del entorno social”. Muchas personas tienen dificultades enormes para aceptar el fracaso. Por esa razón, buscan aliados, personas que les permitan identificarse con el vencedor, con lo que consideran debe ser el camino correcto. Podemos poner como ejemplo, al que se divorcia y se une a un movimiento en contra del matrimonio. A el sacerdote que pide la dispensa del ministerio y se une a un grupo de enemigos de la iglesia. Obrando así, la gente cree que, en lugar de fracaso hay triunfo, hay verdad. Existen personas que, ante un fracaso, comienzan a trabajar sobre su historia, con el fin de lograr una vida y un comportamiento mejor. El verdadero éxito comienza, cuando somos capaces de reconocer lo que no está bien en nosotros y, como dicen los inspiradores de hoy: “trabajamos en el recambio”. La vida verdadera comienza cuando abrazamos lo que somos: éxito y fracaso, luz y sombra, vida y muerte, amor y odio. Es la integración de las polaridades, no su exclusión, lo que realmente nos hace crecer. Con respecto a la relación de pareja, hay muchas cosas que intervienen en el éxito o fracaso de la relación. Joan Garriga señala: “La relación de pareja es la despedida de nuestra vida de niños”. La incapacidad de vernos como adultos, responsables de nuestras necesidades, es el mayor obstáculo para una vida de pareja y de familia auténticamente realizada. Cada vez, que sentimos que, el otro no nos presta atención o no actúa como queremos, no podemos armar conflicto o chantajear con la separación. Recordemos que, la vida de pareja no es el ámbito para satisfacer lo que los padres no nos dieron. Dice un terapeuta amigo: “Si miramos la vida que llevan muchos matrimonios, podemos advertir que está coonstruida sobre la inmadurez de sus miembros o de alguno de ellos, personas que no se despidieron de la niñez, juegan a ser adultos en un mundo que no es para niños”. Para realizarnos en la vida de pareja, es necesario despedirnos de las expectativas sobre lo que nos dieron o no nuestros padres. A menudo, ignoramos que el fracaso en la relación de pareja nos advierte que, estamos apegados a las proyecciones infantiles sobre nuestros padres o sobre experiencias que no hemos logrado resolver o integrar en nuestra historia personal. Cuando no reconocemos la fijación que tenemos en el vinculo con nuestros padres, estamos comparando a la pareja con ellos o, inconscientemente, pidiéndoles que se comporten como deseábamos que lo hicieran nuestros padres. Andar buscando una pareja que nos lastime, como lo hiceron nuestros padres, no sólo es doloroso, sino realmente enfermo. Dice Anselm Grun: “Es una ley fundamental de psicología que las personas repetimos las heridas que no hemos atendido y elaborado adecuadamente”. Nadie escapa a esta ley. Las heridas con los padres, se actualizan con la pareja. Muchos, dice Anselm Grun, “no se dan cuenta de que los modelos de la infancia se repiten de nuevo y proyectan toda la culpa en el otro, en lugar de decidirse a ir juntos por un camino común de crecimiento”. Que tu alma sepa contar quién soy. Que tu corazón me alabe. Sé feliz, que yo te auxilio, que yo respondo a tu esperanza. Yo, que hice el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él. Yo, que siempre seré fiel a lo que te he prometido, que hago justicia a los oprimidos y doy pan a los hambrientos. Yo, que traigo la libertad para quienes andan cautivos, por cadenas y normas, por el pecado y el poder injusto. Yo abro los ojos del ciego, también los tuyos cuando te obcecas. Levanto a quien anda doblado por el peso de la vida. Amo a quien busca la justicia. Acompaño y cuido a cada persona en su camino. Yo, que sostengo al huérfano y a la viuda, y que confundo a los malvados, para que comprendan que el bien tiene mucho más sentido. Yo, que reino eternamente, tu Dios, de edad en edad (Salmo 145, adaptación de Rezandovoy) Francisco Carmona
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