Comenzamos el mes con una intención: Un corazón que reconoce su fragilidad, que acoge sus dolores, que se atreve a ser él mismo, puede conectar con la sabiduría que hay en él y descubrir que, el amor es el verdadero rostro de Dios. Todos somos barro y, por esa razón, nadie está por encima de los demás. El que se conoce a sí mismo, sabe que no tiene derecho a juzgar el camino que el otro hace, ni las experiencias que ha vivido, ni las búsquedas que emprende porque todo es parte del camino de individuación y de salvación. Existen dos tipos de personas: las inconscientes y las conscientes. Las primeras juzgan, condenan, creen que hacen todo mejor que los demás, ponen la responsabilidad fuera, se toman todo personal y, se mantienen a la defensiva. Están desconectadas del corazón. Las segundas, se esfuerzan por sanar sus heridas, trascienden, comprenden la fragilidad y debilidad del otro, están dispuestas a la reconciliación, sienten compasión por el sufrimiento propio y de los demás. Están interesadas en mantener el contacto consigo mismas, aunque les resulte difícil. Allí estaba... sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas sosteniendo un viejo bastón de madera; pantalones que arremangados dejaban libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana tejido a mano. El anciano miraba a la nada… Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme a preguntarle, o siquiera consolarlo. Por el frente de su casa pasé mirándolo, al voltear su mirada la fijó en mí, le sonreí, lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle... no me animé, no lo conocía, y si bien entendí que en la mirada de aquella lágrima se mostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto. En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía. Traté de olvidarme. Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y, ni bien llegué a mi casa, comencé a leerlo, esperando que el tiempo borrara esa presencia.... pero esa lágrima no se borraba... Los viejos no lloran así por nada, me dije. Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios, y decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. Luego de vencer mi pena, logré dormir. Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas, y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho por conversar. Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre. ¿Qué desea?, preguntó, mirándome con un gesto adusto. Busco al anciano que vive en esta casa. Mi padre murió ayer por la tarde, dijo entre lágrimas. ¿Murió?, dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron ¿Y usted quién es?, volvió a preguntar. En realidad, nadie, contesté. Y agregué: ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y, a pesar de que lo saludé, no me detuve a preguntarle qué le sucedía… hoy volví para hablar con él, pero veo que es tarde. No me lo va a creer pero usted es la persona de quien hablaba en su diario. Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación. Por favor, pase, me dijo aún sin contestarme. Luego de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario, y la última hoja rezaba: “Hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable... hoy es un día bello”.
Estamos finalizando el mes. Dia a día, hicimos lo posible por alimentar la intención con la que iniciamos el mes: en el corazón está la sabiduría que nos conecta con el destino y nos permite amar en autenticidad y libertad. Recordemos que, el Ego es la fuerza que más poder tiene sobre nuestra alma, psique y corazón. Las historias que el Ego nos cuenta, hacen que reaccionemos desproporcionadamente y, que en lugar de amar, tiranicemos las relaciones con los demás y, en algunas ocasiones, las convirtamos en una experiencia sumamente difícil y dolorosa para nosotros y para quienes nos rodean. Las historias del Ego tienen como finalidad desvirtuar el amor, desviar la atención de lo fundamental y deformar nuestra percepción de la vida. Debajo del trono del Ego subyacen las creencias nucleares, que las experiencias traumáticas nos han invitado a construir. Así, es como pasábamos por la vida creyendo que nadie nos ama, que somos una basura, que el amor es un imposible, etc. El corazón de la fe es la persona de Jesús. La teología y la psicología profunda nos revelan que, en Jesús aprendemos a conocernos, a tomar consciencia de quienes somos realmente nosotros. El Sí-mismo la imagen real de quienes somos auténticamente no es sólo una fuerza psíquica sino también divina. De ahí que, la experiencia personal de encuentro con Jesús a través de la meditación de su Palabra, nos revele nuestro destino. El P. Chaminade, fundador de los marianistas, hacía referencia continuamente a la necesidad de cultivar y cuidar la fe del corazón. Quien cree desde el corazón, necesariamente, termina actuando con la sabiduría que proviene de ese corazón. Para la tradición marianista, la fe verdadera no es aquella que conoce perfectamente la doctrina, sino la que nace de una relación personal e íntima con Jesús. No son las ideas sobre Jesús, sino el amor que nace de la relación que somos capaces de construir con Él, lo que da vida a nuestro corazón, a nuestra alma y a nuestro destino. El corazón sabio se reconoce porque logró abandonar las historias del Ego y comenzó a escuchar a Dios que, a través de Jesús, nos invita a ser nosotros mismos porque en eso consiste nuestro destino. Para ir hacia el encuentro con nosotros mismos y, también al encuentro con Dios, es necesario que, el corazón esté ordenado; es decir, que sea consciente de la creencia nuclear que lo habita, que desplaza el amor del corazón y, hace que tomemos decisiones que, parecieran acercarnos a Dios y, sin embargo, nos alejan de Él porque provienen del Ego. El corazón se sana cuando deja de creer que nadie lo ama, que está destinado al fracaso, que es un miserable por haber nacido en tal o cual familia, etc. El corazón sabio se conoce porque es compasivo y misericordioso. Hay más sabiduría en el que comprende que, en el que juzga. Escribe Carolyne Hobbs: “La vida raramente coincide con las imágenes perfectas que el Ego ha creado en nuestras cabezas. El Ego nos engatusa con imágenes de cómo debería ser la vida. El Ego toma las creencias nucleares que las experiencias traumáticas engendraron para esclavizarnos, para ponernos a su servicio. Una persona orientada al logro, un fracaso puede llevarla a decir: “la gente sólo ama y valora a quienes son exitosos”. El Ego toma esta creencia y, puede convertir a esta persona en un ser evitativo, con fobia social y, sumamente complaciente. El Ego no le dejará ver la verdad de lo que sucede porque, si esta persona abre los ojos y toma consciencia, dejará de servir al Ego y, probablemente, se marchara hacia la vida para ser auténtico y amar en libertad. El conflicto entre lo que es y lo que debería ser puede mantenernos esclavos del Ego durante muchos años. El Ego hacernos perder tiempo valioso de nuestra vida con sus engaños y artimañas. El orden en los afectos es el camino que nos conduce de vuelta a la sabiduría del corazón. La espiritualidad nos recuerda que, el corazón se libera de la esclavitud del desorden afectivo, cuando empieza a reconocer humildemente, cuál es el verdadero fundamento de la existencia; es decir, lo que nos llena de sentido, nos da alegría y nos invita a ser compasivos con nosotros mismos y, con todos aquellos que, se sienten solos, desamparados, deprimidos y angustiados. La bondad y la compasión suelen estar a merced de nuestros estados de ánimo. En un estado incontrolable de estrés, en un momento en el que nos olvidamos de lo fundamental y, ponemos la atención en lo externo, podemos conectarnos fácilmente con el Ego y, olvidarnos de lo que realmente es valioso, y nos conduce a la verdadera alegría. El compromiso diario con nuestra alma para cuidarla, nutrirla de aquello que nos acerca a la verdad sobre notros mismos termina siendo muy importante. Se cuida lo que se ama y se descuida lo que se deja de amar. En un corazón descuidado nacen cualquier cantidad de conexiones con el dolor, con el mal, con la oscuridad. El corazón para mantenerse vital, necesita el contacto diario con la luz que le ayuda a crecer. Sin interioridad, difícilmente, sabremos como actuar según el sentir y querer de Dios. Dame, Señor, valentía para exponerme, flexibilidad para tambalearme y fortaleza para no caer. Dame, Señor, un corazón que se estire y una piel sensible, unos ojos despiertos y oídos atentos para no ser sordo a tu paso silencioso. Dame, Señor, sorpresas, muchas sorpresas, para que nunca me apoltrone en el cómodo sillón de mis inocuas seguridades. Y si algún día pienso que lo sé todo o creo hacer pie por los mares de mi alma, ponme de nuevo ante el abismo del no saber para que así recuerde, un día más, que eres el Dios de las sorpresas insondables (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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